miércoles, 29 de diciembre de 2010

Obras maestras

Las falsificaciones de las grandes obras de la pintura crean un problema bastante divertido. Los especialistas dicen que a veces son muy buenas, a lo mejor hasta tan buenas, se me ocurre a mí decir ahora, como las originales. Si este fuera el caso de alguna de ellas, ¿no sería el copista tan grande como el autor de la obra original? Evidentemente no, porque de las manos del primero nunca hubiera surgido tal cuadro; salió del segundo, el creador, mientras que el primero se limitó a reproducirlo, eso sí, con total perfección. Se le podría considerar un gran creador de copias, pero nada más. Con los medios técnicos que existen ahora, rayos láser y demás, sería imposible dar gato por liebre. Mas imaginemos que no existiesen tales medios, ningún medio que no fuese la mirada de los expertos. ¿Cómo decidirían cuál es la obra original y cuál la copiada, partiendo del supuesto de que la segunda fuese absolutamente perfecta? ¿No habría que considerar entonces a ambas como obras maestras?

martes, 28 de diciembre de 2010

Buena conciencia

Los que dejan de hacer algo bueno porque piensan que sólo lo harían para satisfacer su buena conciencia están satisfaciendo su buena conciencia de no ser meros cumplidores de su buena conciencia.

lunes, 27 de diciembre de 2010

De primerísima actualidad

De cuando en cuando un escritor o crítico protesta porque tal o cual autor haya caído en un relativo olvido o no parezca estar ya muy presente. Hace poco, y por poner un ejemplo, era Torrente Ballester al que no se quién quería rescatar en no recuerdo qué periódico. Otros días será Fulano, otros Mengano, etc., etc., etc. Mas, ¿qué significa estar en el limbo de los no atendidos? ¿Que no los pasean suficientemente por los mass media de cuando en cuando? ¿Que no se habla de ellos en los clubs literarios? ¿Que han caído de la primera división a la segunda o a la tercera?
Limitémonos a los autores españoles de este siglo. Es imposible que todos ellos y al mismo tiempo estén cada año en el candelero de la actualidad. Las atenciones por unos y otros tendrán que ir relevándose, dejando de lado ahora las intenciones que haya detrás de esas atenciones o desatenciones. Pero es que, además, esto no importa nada. La actualidad mediática de un autor pasado sólo sirve si le consigue nuevos lectores, que acaso desconocían su existencia o su obra. Lo importante entonces es el lector, lo único que podría interesarle al autor muerto, y ese lector, que puede estar en Helsinki o en Dakar, no va a decir a voz en grito que está leyendo Quizá el viento nos lleve al infinito, por seguir con Torrente Ballester, para concederle actualidad mediática. Lo verdaderamente actual, es decir lo verdadero, es el encuentro íntimo que tiene lugar entre el finlandés y el senegalés con el autor ferrolano. Y ya está. La literatura es intimidad, no publicidad, el encuentro de un creador y el recreador que es todo buen lector. Si en este momento un solo hombre en el mundo está leyendo un libro de Don Gonzalo Torrente Ballester, este ya está de primerísima actualidad. Y así con cualquier otro. Lo demás es mentira, o por lo menos es solo una pequeña parte de la verdad de la literatura.

domingo, 26 de diciembre de 2010

¡Feliz cumpleaños, Anán!


Mi hermana Lucía, la benjamina de la familia, embarazada de su primer hijo, buscaba y rebuscaba posibles nombres sin que ninguno la convenciese del todo. El acuerdo con Toño, su marido, era que ella decidiría el del primero y él el del (o de la) segundo (o segunda). En esas estaba cuando ocurrió lo que escribió en el diario que llevó durante su embarazo:
Escrito en mi diario el día 6 de octubre de 1999 (a dos meses y medio de nacer Anán):
Querido hijo, te voy a contar la historia que motivó tu nombre. Porque, ¿sabes?, por fin está decidido que te vas a llamar ANÁN. Es fruto de un hermoso sueño.
 Me encontraba (en el sueño) en una dificultad muy grande en mi vida, con un problema de muy difícil solución, en un callejón casi sin salida. Y entonces apareció él: un hombre de edad madura, cabellos y barba blancos, y un rostro que irradiaba una absoluta serenidad. Y me sacó de aquella situación, me liberó, me salvó la vida.
Con una actitud de total admiración e inmenso agradecimiento le di un abrazo y le pregunté: ¿cómo te llamas? Él respondió: “Me llamó Anán, que significa ‘hombre bueno que uno encuentra en su camino’”. Cuando ya me había alejado un poco, me di la vuelta y mirando hacia él le dije: ese es el nombre que le pondré a mi hijo.
En esas fechas estaba yo pasando unos días de vacaciones en Lanzarote con mi amigo Emilio. La llamé por teléfono y me contó el sueño y la decisión que de él resultó. Me pareció hermosísimo que fuese un sueño la que hubiese resuelto su afanosa búsqueda, como una especie de revelación, un sueño además tan pleno de significado. Se lo conté a Emilio y ambos comentamos que podría ser un nombre bíblico. Me lo confirmaría cuando estuviésemos de vuelta en casa, pues tenía la biblia en CDROM.
Lucía también le contó a nuestra madre lo del sueño. No quedó ella muy contenta, no. Imagino que por sus mientes debió pasarle algo así: “¡Hala! También mi hija con la moda esta de los nombres raros. Y me quiere tranquilizar con lo de que es un nombre bíblico. Pues a ver si lo encuentro”. Una biblia pequeñísima, con una letra microscópica y de hojas finísimas fue la que utilizó en su pesquisa. Quien lo diría, pero el caso es que no tardó mucho en encontrarlo: sus ojos aterrizaron en Nehemías 10, 27: “Ajías, Janán, Anán”. “Vale, por lo menos está en la biblia”, debió pensar mi madre, un poco más conforme. No mucho después de esto me llamó Emilio desde Soria: “Suso, Anán es en efecto un nombre hebreo y aparece una sola vez en toda la biblia, en Nehemías 10, 27”. “¿Oigo bien, una sola vez, realmente una sola?” “Sí, sí. Pero ¿a qué se debe ese tono tan asombrado?” “Emilio, ¿quieres creer que en una biblia diminuta, con una letra infinitesimal, de hojas tan delgadas que hay que tener mañas de orfebre para pasarlas, mi madre no debió tardar mucho más que tú para dar con él?” “¡Milagro, milagro!”, empecé a proclamar yo entre risas y turulato. ¡Cuánto nos reímos en casa a cuenta de este episodio! Y ahora ya no sé que encierra más maravilla, si el sueño de mi hermana o el “hallazgo” de mi madre.
Anán, ahijado, ¡felices 11 años!

jueves, 23 de diciembre de 2010

Recurrencias: basta con que Tú estés contento

”La idea perenne de que existe algo infinitamente más justo y más feliz que yo me llena de emoción y de gloria inmensas, sea yo quien sea y haga lo que haga. Mucho más que ser dichoso, el hombre necesita saber y creer siempre que existe en alguna parte una plácida y consumada felicidad para todos y para todo”.
(Fedor Dostoievski, Los demonios)

“Nuestro descanso consiste en alegrarnos de la felicidad infinita de Dios”; “la alegría de la gloria de Dios, la alegría de ver que ahora Jesús no sufre más y no sufrirá más, sino que Él es dichoso para siempre a la diestra de Dios”; “¿podré quejarme cuando mi Bienamado es infinitamente feliz por la eternidad?”.
(Charles de Foucauld, Escritos espirituales)

“¡Qué importa que nunca haya gozo en mí si perpetuamente hay gozo perfecto en Dios!” .(Simone Weil)

miércoles, 22 de diciembre de 2010

El buen publicano (otra vez)

Si no eres un buen publicano y no recoges al caído en tu casa, ¿cómo esperas ser un buen samaritano para recoger al caído en la calle?

lunes, 20 de diciembre de 2010

La cremallera

Abierta siempre por delante, cerrada siempre por detrás: la vida. Damos un paso y lo “futuro abierto” se convierte en lo “pasado cerrado”. Los muchos caminos de un horizonte amplísimo se reducen al desfiladero por el que finalmente tomamos. Vivimos, caminamos, elegimos, y atrás queda cerrada la cremallera, la vida, sin posibilidad en este caso de volver sobre nuestros pasos para abrir lo que ya para siempre quedó cerrado. Vivir, de acuerdo con esta imagen de la cremallera, es enganchar con cada paso los dos lados en los que podemos resumir el “futuro abierto”. El paso adelante se hace en cierta forma en el vacío, justo hasta el momento en que, haciendo pie, deja ese vacío de ser tal para constituirse en suelo, en puente, que ya queda atrás. Nuestro pretérito es así el puente que hemos levantado sobre el abismo de una vida sin definir, ahora ya para siempre definida.
Vivir es construir un destino, que sólo existe en el momento en que queda constituido como nuestro pasado. Ningún destino nos construye sino que somos nosotros quienes lo construimos. Es la cremallera que se cierra a medida que nuestro avance engancha sus lados.

domingo, 19 de diciembre de 2010

La gran obra de arte de los últimos tiempos

Hace años un profesor de educación plástica de un instituto me dijo que la destrucción de las torres gemelas de Nueva York era la gran obra de arte de los últimos tiempos. ¿La gran performance, el mejor videoarte? No lo precisó ni yo se lo pregunté. No lo dijo en tono frívolo, ni epatante, sino con absoluta normalidad. “Dios mío, pero si fue una tragedia. Murieron miles de personas”. “Por supuesto, no paso eso por alto, pero considera la poderosísima fuerza de las imágenes, esos aviones impactando con terrible violencia contra las Torres Gemelas”. Mi interlocutor no pretendía de ningún modo ningunear la tragedia sino que se limitaba, me parece, a poner una nota a pie de página para señalar su valor visual, estético. No sé. Es cierto que las imágenes de esa mañana del 11 de septiembre de 2001 son arrolladoras, subyugantes, casi fascinadoras, pero a mí me resultan tan apabullantemente trágicas -estamos hablando del asesinato de 2.752 personas- que no podría abstraerme de su horror ni un segundo para verlo desde esa otra perspectiva. Esa nota al pie, ¿es inmoral? ¿No lo es?

sábado, 18 de diciembre de 2010

La simetría

Rodrigo y Dolores, hermano y cuñada respectivamente, tienen una yorkshire, Noa, listísima e incansablemente juguetona. Hace tres semanas parió y vieron la luz seis cachorrillos. Al morir uno de ellos, la camada quedó en cinco. Según nos contaba hoy mi hermano, ayer, para su sorpresa y su risa, se encontró con la escena siguiente: sobre su cama, Noa había puesto dos cachorrillos en el fondo de la cama y otros dos en la cima, mientras ella, muy señora, se acomodaba en el medio. Pero, ¿y el quinto? Mientras lo buscaba por la habitación, un leve gemido lo condujo a una de las almohadas. ¡Se había metido dentro de su funda!  Y me pregunto yo ahora: ¿portarán los genes de los yorkshire un profundo respeto por la simetría? El quinto lo traía muy grabado, y a él obedeció retirándose, si es que no fue su misma madre la que allí lo metió. ¿No suena todo a una increíble perfección?

viernes, 17 de diciembre de 2010

Trae la mano

Caravaggio, La incredulidad de Santo Tomás

Tomás, el incrédulo, se mostró ciertamente muy osado al poner como condición para su fe la introducción de su mano en el costado de Jesús. Ocho días después, al presentarse de nuevo el Maestro, Tomás, consciente ahora de su altanera osadía, se acobardó. Por eso, cuando aquel le invitó a que acercara su mano, no fue capaz de mover ni un solo dedo. Pasados unos segundos, muy tímidamente comenzó a levantar su mano, pero se retraía, no avanzaba, tanto le podía el temor. Fue entonces Jesús el que, con su mano, cogió la de Tomás y la acercó a su costado para que la metiera en él.
Que Jesús actuara así no se desprende del pasaje de Juan 20, 27, donde se dice simplemente: “trae tu mano y métela en mi costado”. ¿Significa el “trae” que Tomás debía poner su mano en la de Jesús para que este la acercara a su costado o cabe la posibilidad de que toda la acción la ejecutase él solo? La piedad y la imaginación del creyente será la que lo decida. A mí, una vez que di con el cuadro de Caravaggio, La incredulidad de Santo Tomás, se me ocurre que tuvo que ser Jesús el que tomó y acercó la muñeca de su incrédulo discípulo hasta su llaga, aunque debía ser este el que iniciara la aproximación. ¿Cómo, permaneciendo inmóvil, iba a limitarse a contemplar los movimientos de Tomás? ¿No es Jesús el pastor, el guía, el que conduce, guiador por tanto también aquí de la trémula mano de su apóstol?

jueves, 16 de diciembre de 2010

El más pequeño

En Mateo 11, 11 se dice que “el más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor” que Juan el Bautista. ¿Qué es ser grande o ser pequeño en el reino de los cielos? ¿Cómo se mide allí el “tamaño”? Todos seremos hijos de Dios: aquí, la justa igualdad. Cada uno lo será a su particularísima manera: aquí, la justa desigualdad. Unos serán grandes, otros medianos, otros pequeños. A Santa Teresa de Lisieux le preocupaba que esta desigualdad procurase a unos más dicha que a otros:
“En cierta ocasión le manifesté (a su hermana Paulina) la extrañeza ante el hecho de que Dios no premiase en el cielo con igual gloria a todos los elegidos, y le di a entender mi temor de que no todos fuesen dichosos. Entonces Paulina me mandó a buscar el vaso grande de papá, y poniéndolo junto al mío, que era pequeñito, me dijo que los llenase de agua. Una vez hecho, me preguntó cuál de los dos estaba más lleno. Yo le contesté que estaba tan lleno el uno como el otro y que era imposible echar más agua en ninguno de ellos, pues no cabía. Mi querida madrecita me hizo entonces comprender que en el cielo Dios daría a sus elegidos tanta gloria cuanta fuesen capaces de recibir, y de este modo, el último entre ellos no tendría que envidiar nada al primero” (Historia de un alma, cap. 2, 17).
Reparto de glorias que a todos llenan, desde el más grande al más pequeño. ¿Quién será aquel, quién será este? El metro de Dios que decida esto, ¿cómo será? ¿Estarán entre los primeros los santos inocentes víctimas de Herodes, aquellos niños y bebés degollados, los que en manos del doctor Mengele fueron objeto de sus atroces experimentos, los que nacen muertos del vientre de sus madres, los que hoy, cada minuto, mueren de hambre, los niños pisoteados y ultrajados de ayer, de hoy, de siempre? Pero qué más da. El caso es estar allí, tener morada de no importa qué tamaño si cada uno, al fin y al cabo, va a estar a sus anchas.

martes, 14 de diciembre de 2010

Y veréis el mar

Fue una de mis grandes amigas de la infancia. El 27 de octubre de 2009 un edema pulmonar se la llevó para siempre de modo repentino. Las circunstancias fueron especialmente dramáticas porque cuando se empezó a transmitir la noticia todos decían, decíamos, corrigiendo a nuestro informador, “no hombre, te equivocas, la que se habrá muerto es E.”. E. era su hermana, cuya muerte era cuestión de días debido a un tumor cerebral que se le había detectado hacía más de un año. Pero no. La muerta era ella, A., ¡A.! La consternación fue total en el pueblo. Casada con D., el que había sido su novio de toda la vida, tenía dos hijos. Mujer alegre, con gran sentido del humor, generosa, activa, pertenecía a una familia de nueve hermanos. No hacía tanto que, en un acto lúdico y campestre, me había sacado a bailar los típicos pasos de la muñeira. De niños habíamos sido medio novios. Los amigos de la infancia, aunque después no lo continúen siendo sensu stricto en la edad adulta, gozan de un estatuto especial, porque son eso, los de la infancia, asientos indelebles, figuras del origen, halos fundadores. Nadie ni nada logrará desbancarlos nunca. Esa tarde acudí al tanatorio con mis hermanas. Abrazamos a los que podían hacerlo, acariciamos a los petrificados por el shock. Al día siguiente tuvo lugar el funeral y entierro. Yo no pude acudir. Pasado un mes murió E.
Hace relativamente poco tiempo, un mes quizá, en que, por primera vez, empecé a pensar  en visitar su tumba. Ayer, cuando el sol ya se había ocultado y comenzaba a escasear la luz, me acerqué hasta el cementerio de la aldea en la que había vivido, muy cerca de Silleda, mi pueblo. En esta época sin flores, mi madre me dejó llevar las ramas del jarrón de la cocina, arrancadas de una enredadera de la huerta. En torno a una pequeña iglesia románica, fui pisando las tumbas a ras de suelo en busca de la suya. Al fin di con ella. Deposité el pequeño ramo y recé. No habían grabado su nombre y apellidos sino el pseudónimo por el que era conocida, un diminutivo del suyo propio. “Pensad en mí y veréis el mar”, se leía. Había anochecido.

lunes, 13 de diciembre de 2010

Y en la enfermedad

Comparar estados de vida y comparar amores es completamente ridículo. Allí donde se ama se ama y ya está, bien está. Digo esto porque pienso ahora en la situación de un matrimonio en la que el marido, desde hace muchos años, cumple con el corazón lleno aquello de “y en la enfermedad”, que a veces no es chiquita sino grande y muy complicada, y que puede durar toda la vida. Algunos entenderíamos que hubiese arrojado la toalla hace ya tiempo. Pero no la ha tirado. Este amor ¿no es tan admirable como el del asceta de vida contemplativa, o el del que decide vivir con los desheredados de la tierra? La entrega de un hombre a una mujer, de una mujer a un hombre, me parece un acto de desposesión tal que a veces pienso que en ninguna otra situación se ve uno tan exigido a plantarle cara al egoísmo, por lo menos en aquellos casos en los que, ya sea por la condición personal de los contrayentes ya por la magnitud de las contrariedades, la capacidad de seguir amando es puesta mucho más a prueba que en otros más ayudados por circunstancias más fáciles. Un marido, una esposa, unos hijos, pueden ser verdaderas cruces de las que uno no huye porque el amor ha llegado a ser fuerte y decidido.

domingo, 12 de diciembre de 2010

El buen publicano

“Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener? ¿No hacen eso mismo también los publicanos?” (Mateo 5, 46) ¿Somos de verdad buenos publicanos y amamos a los que nos aman, como afirma aquí Jesús? En general sí, claro, no vayamos a ser tan puntillistas que neguemos esta obvia realidad. Pero ¡cuántas excepciones a nuestro derredor! Hermanos que han dejado de hablarse por cuestiones de herencia, jóvenes y adolescentes que maltratan a sus padres, padres olvidados por sus hijos en las residencias, hijos que no reciben de sus padres todo el amor que necesitan, cónyuges enredados en una mutua destrucción. ¡Ah, quien fuera siempre un publicano intachable y amara siempre y de verdad a los que le aman! “Concédeme Señor amar a mis enemigos y rogar por los que me persiguen, pero que no me descuide con los míos para ser siempre el buen publicano que tú afirmas que soy”.

viernes, 10 de diciembre de 2010

Mi padre y el pato


Hay fotos donde mi padre, que fue cazador toda su vida mientras las fuerzas se lo permitieron, aparece con su cuadrilla exhibiendo las piezas de caza abatidas, corzos por ejemplo, si son de la época en la que estuvo emigrado en Venezuela. Durante años una pequeña cornamenta se cubrió de polvo en el desván, hasta que se decidió que su mejor lugar era una pared del comedor. En Galicia, los trofeos fueron conejos sobre todo, alguna que otra perdiz, bastantes zorros en cierta época y creo que hasta algún lobo cayó en ocasión muy celebrada. Conservamos una foto, la que aquí muestro, tomada en Venezuela, en la que mi padre sostiene un pato, que yo siempre pensé que estaba muerto, hasta que un día, al despegarla del álbum para escanearla, me di cuenta que estaba vivo. Fue grande mi sorpresa acostumbrado como estaba a todo lo contrario. Al menos había ahora una foto grafía en la que mi padre, todo sonriente, sostenía un animal vivo, y que hacía así frente a todas las otras que lo mostraban con la escopeta y los animales yacentes a sus pies, muertos. Me pregunto, padre, que pensarás tú ahora de todo esto.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

María

Se oscurece Dios, se va al fondo de su abismo, desaparece. Se oscurece Jesús, se va al fondo de su abismo, desaparece… ¿María? Ella nunca se oscurece, no tiene abismo al que irse, nunca desaparece. En primera línea siempre, al alcance de sus hijos todos, es el refugio que nos queda cuando Dios y Jesús quieren que sea ella la que nos recoja, visible siempre en su inmediatez de madre.

lunes, 6 de diciembre de 2010

La higuera estéril

Me gusta muchísimo el poema de Enrique García-Máiquez “La higuera estéril”, de su libro Con el tiempo. En los primeros versos, donde se da cuenta sucinta de los hechos, el autor, finísimamente, diríamos que con muy buena educación, comienza reprochándole a Jesús su impaciencia: “maldijo Jesucristo (la higuera) / sin pararse a esperar” (El subrayado es mío). No, Jesús no espera y sacrifica la higuera “a una enseñanza dura para todos”. Pero el autor, llevado de la compasión, no se conforma con el consumatum est de esta higuera condenada a no dar frutos. Nos cuenta entonces como continuó su historia. “Dio la leña más seca”, que encendió por eso “las mejores fogatas del invierno”, a cuyo “arrimo / se juntaron extraños”, “se inflamaba el amor de los esposos” y “los niños reían sin motivo”. Y no sólo la mejor leña sino también buena madera, de la que se hizo “alguna viga” que “sostuvo una casa”, y “una tabla” de un barco “que llegó hasta Tarsis”. Y de la compasión nace la audacia. Otra vez, finísimamente, diríamos que con muy buena educación, el autor le enmienda la plana a Jesús y termina así su poema:
“Aquella higuera pobre, sólo sombra
y polvo, recibió una maldición
y en ese mismo instante fue bendita.
Cuántos frutos la higuera. Siempre es tiempo”.
¿Se identifica aquí el autor con el viñador que, según la versión de Lucas (13, 69), tras recibir la orden del dueño de cortar una higuera que llevaba tres años sin dar fruto, intercede por ella y le responde: "Señor, déjala por este año todavía y mientras tanto cavaré a su alrededor y echaré abono, por si da fruto en adelante; y si no da, la cortas”? ¿"Corrige" al evangelio con el evangelio, a Jesús con Jesús?

De un color y de todos los colores

La crucifixión blanca, de Chagall, El Cristo amarillo, de Gauguin. ¿No habría que completar todos los colores, crucifixiones rojas, Cristos azules, resurrecciones verdes, Jesús judío y universal, de un color y de todos los colores?

sábado, 4 de diciembre de 2010

Verdad buena y bella

Cuando la verdad, el bien y la belleza no caminan juntos y alguno se desgaja, se producen dolorosos desequilibrios y hasta prácticas funestas. La Inquisición fue una de ellas. En su caso, fue la verdad la que se elevo por encima de sus hermanos hasta volverse hija única, separada, y por eso loca. Creía hacer el bien cada vez que encarcelaba, torturaba y quemaba a un presunto hereje en nombre de la verdad. Pero esta verdad era solo verdad y no además bondad y belleza. Esto hacía que no fuera en absoluto verdad sino un absolutismo de la verdad. Ésta se había apartado del amor y ya no podía ser verdad, paráfrasis que hago del magnífico dictum de Pascal: “La verdad sin caridad no es verdad”. Jesús acreditó que era la Verdad porque dándose como Vida se hizo Camino para que los hombres llegasen a aquella, es decir a él. Por eso pudo decir de sí mismo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14, 6). Cualquiera que proponga la verdad sin abrir un camino hacia ella ofreciendo su vida como testimonio, ¿en qué términos la deja? El ser es uno, y uno y unido hay que mantenerlo hasta el final, si queremos que él nos mantenga a nosotros. Un Absoluto que se revelase como verdad y sólo verdad sería espantoso: tiene que aparecer al mismo tiempo e indiscerniblemente como bueno, y como bello, para que el hombre lo acoja. De otro modo lo aplastaría. La “verdad sola” no salva.

viernes, 3 de diciembre de 2010

Con sus ojos te amó

No te amó con gestos y palabras. Se los habían amputado. Los “te quiero”, atrapados, se ahogaban en su boca; sus manos, solo burlando su atadura habrían llegado hasta tu cara. Por eso su mirada era tan intensa, por  los “te quiero” que le fue imposible decir, por las caricias que nunca alcanzaron a rozarte. Con sus ojos te amó. De haber podido, habrían salido de sus órbitas.

jueves, 2 de diciembre de 2010

Una fantasía

Una fantasía
Dos carnes que pretenden hacerse una, ¡qué fantasía! Sin embargo ahí están, hombres y mujeres entregándose al cuento de “Cómo abandonaron a su padre y a su madre y se hicieron una sola carne”.
Está
La que no está está. Tú la has entrañado.
Subjetivo
El amor no es que sea subjetivo, es que rabiosamente quiere serlo, y planta cara a quien le diga “no eres objetivo”. “Es que no amo a un objeto”.
A Enrique García-Máiquez, por su tiempo.

Léanlo. Es una maravilla.

martes, 30 de noviembre de 2010

Frustrado, llamado

El hombre: tiene sed de infinito, de amor para siempre, de vida perdurable, de justicia para todos, de felicidad sin fin, de…
Muchos opinan que tal sed no encontrará su agua: no habrá infinitud, ni perduración del amor, ni vida para siempre, ni justicia que alcance a todos, ni dicha inagotable, ni… El hombre es un ser frustrado. Sus deseos se hacen nada en la nada.
Otros creen que tal sed encontrará su agua: habrá infinitud, permanecerá el amor, la vida será eterna, a todos se hará justicia, el gozo hallará su plenitud… El hombre es un ser llamado. Sus deseos se hacen todo en lo pleno.
Si para los primeros tales deseos no apuntan a ningún lado, son flechas sin diana, para los segundos son tiros con dirección porque es la misma diana quien los despierta y llama.
Es razonable pensar que ninguna sed puede crear su agua. Pero ¿no lo es también, y acaso más, que tal sed pueda ser la respuesta a la llamada del agua?
¿Qué es el hombre, un ser frustrado o un ser llamado, un ser que pierde porque no hay agua para su sed o un ser que gana porque sí la hay, un agua que lo llama y atrae?

El misterio y su roce

El Misterio no va más allá de un ligero roce porque quiere que su acción sea tal que nadie se sienta obligado a aceptarlo. Por eso, sin avasallar nunca, sólo se insinúa, como un amante tímido que, temeroso de ser rechazado por su amada, apenas si se deja ver y no deja más rastro que una presencia furtiva, aquí y allá, suficiente para que ella, si quiere, sepa de él, y, si acaso sigue queriendo, decida abrirle su corazón. Ante un corazón abierto, que lo recibe, ya tiene cancha el Misterio para ser menos furtivo y más presente. Abierta la amada al flirteo, si se deja seducir y encantar, de seguro pasará a ser novia, y, ya como esposa, yacerá en el lecho abismal del Misterio. Lo que empezó con un roce termina con un abrazo. Si nos dejamos querer, quien un día fue sutil pluma sobre la cara otro día será coyunda con nuestro cuerpo entero. A menos que esto no aspira el Misterio Amante.

lunes, 29 de noviembre de 2010

Mi cuerpo

Mi cuerpo me queda pequeño, de poco me sirve para tantos quehaceres. Allí donde llego no llega él, al cielo por ejemplo, donde es inútil que lo espere. Siempre se queda atrás, confinado en su limite. ¿Qué le costaría dejarse llevar, sobrepasarse? Supongo que mucho, pues de otro modo no me explico su parece que innata desobediencia.

domingo, 28 de noviembre de 2010

Un no sé qué

Un no sé qué que no se sabe lo que es, ratoncillo dentro de uno dando golpes con sus patitas. ¿Qué quieres, quién eres? Cosquillas que raspan. Duele un poco su frote. Punta de desasosiego que abriría una heridita en la mano de un niño.

jueves, 25 de noviembre de 2010

Calma

“Lo primero, calma”, me dijo, mejor, me ordenó hace un tiempo S. al verme excitado por motivos que ya no recuerdo. Se me escapa porque quedó tan inscrito dentro de mí ese “calma”, que salta desde entonces como un mandato en cuanto me dejo llevar por la agitación. Al sentirla profiriéndolo, dentro de mí pero distinta de mí, la eficacia es mayor porque es como si pusiera su mano sobre mi hombro y me estabilizara, cosa distinta a si fuera yo el que me dijera “calma, Suso, calma”, más parecido entonces a tirarme de los pelos para sacarme de las aguas como un baroncito Münchausen cualquiera.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Apenas inferior a un dios

El fondo del hombre es el fondo de su humildad. Allí, al fin se encuentra, “apenas inferior a un dios” (Salmo 8, 4).

miércoles, 17 de noviembre de 2010

La bendición

Se le acercó tristísima, con la intención de saludarlo, y un súbito “padre L., bendígame” le salió de las entrañas. El padre L., que acababa de llegar después de hora y media de viaje con su propia maraña de decisiones tomadas y partidas inminentes, se quedó muy sorprendido y sin capacidad de reacción. Como al mismo tiempo otros familiares se acercaron a saludarlo, creo que D. se quedó sin su bendición en medio del barullo. Además, ¿era posible que la obtuviese allí, en medio de todos, cuando el acto hubiese requerido la más absoluta intimidad? Esa cruz trazada sobre su frente hubiese sido el óleo de la fortaleza de la que estaba tan necesitada. Sin embargo, ¿quién negaría que, aun en ausencia de signo y palabra, quedó bendecida? ¿No valió por un “yo te bendigo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” la petición de socorro de ella, la mirada sorprendida y confusa de él?
A lo largo del día siguió tristísima. Sigue tristísima. Pero la bendición la acompaña.

martes, 9 de noviembre de 2010

Conversos

Un día, su madre, octogenaria, pegó un traspié y cayó en la acera. Ya no conservaba el equilibrio de antes. No era la primera vez que le ocurría, de modo que a partir de entonces ya no se atrevió a ir sola a ninguna parte. M.I., su hija, no tuvo más remedio que acompañarla todos los domingos a la misa de doce. Doña M. de un lado se apoyaba en su bastón y del otro en el brazo de su hija. Siempre se había sentado en la primera fila y la nueva circunstancia no mudó su costumbre. Esta cercanía al altar ¿fue decisiva para que M.I. se acercará a su antigua fe? El caso es que un día se confesó, comenzó a comulgar y ya no dejó de hacerlo. Toda contenta, su madre se lo comentó a la mía: “Pilar, si mi caída valió para que mi hija volviese a la iglesia, ¡bendita caída! Me volvería a caer mil veces”.
La próxima comunión de su hija la animó a volver a misa los domingos previos a aquella, después de muchos años sin hacerlo. Sólo se trataba de un mínimo aggiornamento, para ponerse a tono con las circunstancias. Un domingo se leyó la segunda carta de San Pablo a Timoteo. Al escuchar “perseverad en lo aprendido” (3, 14), todo se le removió por dentro. Su infancia se volcó sobre ella como un rayo, lo que de niña había aprendido sobre la fe, lo mismo que ahora estaba aprendiendo su hija, y que la requería sobre su perseverancia. “Recupera a esa niña creyente que fuiste, desde ella impúlsate y echa de nuevo a andar”, sintió que alguien le decía. El aggiornamento ya no sería mínimo sino máximo, profundo. Duraría toda su vida.
Tenía más de setenta años y toda su cristianía* había quedado arrumbada en algún desván de su memoria. Le gustaba la radio y un día, moviéndose por el dial, dio con Radio María. De afiliación católica, al oyente se le brindan reflexiones, enseñanzas, oraciones, lecturas de la Biblia. El dial ya no se movió de aquí. Las voces de la radio fueron escarbándole hasta dar con su fe sepultada, a la que poco a poco reflotaron. No tardo en enfermar mortalmente. Pocos días antes de morir pidió la presencia de un cura. Quería confesarse. Así fue. El sacerdote le comentó a su mujer que había hecho “una muy buena confesión”. A los pocos días murió. Su hermana, por la que supe todo esto, había estado rezando incansablemente por él. Cuando le informaron que se había confesado, lo primero que preguntó, apurada por la emoción, fue la hora en la que había tenido lugar la confesión. “A las cinco y veinte”. Justo a esa hora había estado ella arrodillada en una iglesia de Santiago.
Sigue habiendo conversos. Yo he sabido de estos tres.

*"Creamos esta palabra para designar la realización personal y creadora de la realidad cristiana como vida y como vivencia en el sujeto creyente" (Olegario González de Cardedal, La entraña del cristianismo, Secretariado Trinitario, Salamanca, 1997, p. 27).

lunes, 8 de noviembre de 2010

Al otro lado

Vida siempre
al otro lado,
en la otra vera,
más allá
de mi flaco más acá.
Hay que saltar, siempre, y no quedarse
donde el círculo se cierra,
hasta hacerse cruz,
hacia el sur y hacia el norte,
hacia el este y hacia el oeste,
como apuntan los maderos.

domingo, 7 de noviembre de 2010

Trece

Yo me mantengo
en mis trece: Jesús
y los apóstoles, hermosa
buena suerte, martes
y trece,
todos los días
y trece.
Uno y Doce
hacen trece.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Lengua relajada

Era el año 1983 o 1984 y yo estudiaba en Salamanca. Decidí matricularme en un curso de yoga, que impartía mi profesor de Fenomenología e Historia de las religiones, Carlos Castro Cubells, un hombre de aspecto venerable, con la barba y el pelo muy blancos. En la cabecera de la gran habitación en la que nos reuníamos se sentaba él, en posición de loto, y los demás, unos treinta, muy cerca de la pared y formando un rectángulo, nos alineábamos en la misma posición. Teníamos que estar cómodos. El que tuviese cinturón que lo desabrochase, para no sentirse ceñido. La espalda, recta. Las manos, sobre las piernas. Nos instaba a que fuésemos tomando conciencia de cada una de las partes de nuestro cuerpo, y a que aspirásemos y espirásemos muy despacio, desde el diafragma. “Lo más difícil, decía, es relajar la lengua. Concentraos en ello, relajadla”.
¡Qué gran consigna! “Relajad la lengua”, para que, añado yo ahora, “malas palabras no salgan de vuestra boca” (Efesios 4, 29). Podría parecer que una lengua relajada estaría muy suelta, sin ceñidores, fácil presa por tanto de burradas e insultos. Pero hay que volver al contexto del que partíamos, aquél en el que, bajo las instrucciones de Don Castro Carlos Cubells, intentábamos pacificar nuestro cuerpo y de paso nuestro espíritu. La consigna entonces sería “pacificad vuestra lengua”, buenas palabras salgan de vuestra boca. El que se relaja está en calma, lo nutre el sosiego, le asiste la sabiduría. Sus pronunciamientos serán inteligentes, matizados, erróneos muchas veces, pero nunca sucios.

domingo, 31 de octubre de 2010

En el fondo...

Muchas veces nos hemos escuchado decir, o lo hemos escuchado a otros, con respecto a los no creyentes, que “en el fondo creen”. En Mira por dónde, la Autobiografía razonada de Savater, el filósofo donostiarra dice que “no sólo no soy ‘creyente’ en el sentido religioso del término sino que tampoco creo que los creyentes crean”. A unos (yo, en algún tiempo) se nos da por afirmar que no creemos que el no creyente no crea. Ahora resulta que tampoco falta quien afirme lo contrario, que “no creo que los creyentes crean”. Qué lío. A partir de aquí uno puede optar por el sainete o por la reflexión. Confieso que me tienta la primera opción, y la seguiría si tuviera ingenio humorístico, con un tono surrealista, a los hermanos Marx, o mejor, a lo Tip. O hilvanaría un tirabuzón chestertoniano, si estuviera en mi mano hacerlo.
Para Savater es del todo punto evidente, meridiano, incontestable, la inexistencia de un Dios personal, y lo es con un grado tal de intensidad y convicción que no puede decir sino lo que dice. Para algunos creyentes lo mismo pero al revés. Les es de tal punto incontestable y vital la existencia de Dios que les resulta inimaginable que no crea el que dice no creer. Cada uno transfiere al fondo del otro el peso de la propia evidencia, y desde esa evidencia así transferida juzga que el otro tiene que creer lo que uno cree, por más que sus palabras digan lo contrario. Uno de los busilis de la cuestión es el “en el fondo”. “Usted, en el fondo…”. Yo opino que estos fondos de unos y otros hay que dejarlos aparte y tranquilos. Si una persona me dice seria y honestamente que no cree pues yo lo creo, y no se me ocurre enmendarle la plana apelando a “su fondo”. Espero que él haga lo mismo conmigo. Es justo aquí, una vez “liquidados los fondos”, donde tendría que comenzar el diálogo entre el creyente y el no creyente, dando cada uno razones de su fe y de su increencia. Hay que cejar en el empeño de interpretar al otro saltando por encima de lo que él nos dice de sí mismo.

viernes, 29 de octubre de 2010

Teorema

Teorema (1968), de Pier Paolo Pasolini. Estamos en Milán, en los años 60, en el seno de una familia de la alta burguesía. Son vísperas de la llegada de Eduardo (Terence Stamp), un joven amigo de la familia. Eduardo apenas habla, es, está, centro en torno al cual todos los demás bullen, anhelantes. Se le ofrece primero Emilia, la sirvienta, y él se entrega. Después Pietro, el hijo, Odetta, la hija, Lucía (Silvana Mangano), la madre, y Paolo, el padre. En la actitud de ellos se mezcla el deseo, la súplica y el ofrecimiento. Eduardo, bello, dócil, asequible, no los rechaza. Responde a su solicitud y calma su desasosiego, entregándose. Bajo su forma de gigoló, Eduardo es el inocente, el ángel tranquilo que, uno tras otro, los cubre con sus alas consolándolos de su vacío y su desamparo. Pero llega el día en que anuncia su marcha. Es el turno de las confesiones y las palabras. Todos le hacen saber el cambio que ha operado en ellos, el vacío en que los deja su marcha. Eduardo escucha, calla, acompaña. Finalmente se va y surgen las reacciones.
Emilia, la sirvienta, vuelve a su pueblo. Se sienta en un banco pegado a una pared, dentro de una especie de plaza o de patio. Sus vecinos la han visto llegar. Permanece sentada, inmóvil, muda, sin atender a las preguntas y ruegos de sus cercanos. Su único gesto, después de haber rechazado todas las comidas, es señalar una planta de ortigas. Es lo que come, sopa de ortigas. Su pelo ha encanecido. Un día, para sobresalto de todos, la ven suspendida en el aire sobre el tejado, con los brazos en cruz. Más tarde, al amanecer, sale del pueblo acompañada por una vieja señora. Llegan a un hoyo excavado en un arrabal y Emilia le pide que la cubra de tierra. Sólo quedan al descubierto sus ojos. “Vete, mis lágrimas no son de dolor”. La anciana arroja la azada y marcha.
Odetta, la hija, contempla en su habitación las fotos que le había hecho a Eduardo. Se echa a llorar sobre la cama, desesperadamente. Cuando la encuentran está rígida, con los ojos abiertos y el puño crispado. La ingresan en un hospital psiquiátrico.
Lucía, la madre, coge el coche y deambula por la ciudad. Cruza su mirada con un joven. Se para y él sube. En la casa de éste hacen el amor. Mientras duerme, Lucía marcha y circula otra vez por las calles. Se detiene junto a dos jóvenes, a los que deja subir. Salen fuera de la ciudad y llegan a un descampado, al lado de una vieja iglesia. En una zanja, tiene lugar el encuentro sexual con uno de ellos. Los deja después en un pueblo y retorna a Milán. Pero al pasar junto al descampado enfila el coche y aparca junto a la iglesia. Lucía entra y cierra las puertas.
Pietro, el hijo, descubre una posible vocación artística. Cubre cristales con surcos de pintura. Finalmente decide marchar a vivir solo en un apartamento, donde se entrena como creador. Pone en el suelo un cuadro pintado de color azul. Orina sobre él.
La autoestima de Paolo, el padre, ha caído en picado tras su encuentro con Eduardo. ¿Por qué ha salido a flote su homosexualidad? Por esto y por más cosas. Lo vemos en una estación de tren. Sus ojos se cruzan con los de un joven que está sentado. Se levanta y se dirige a los lavabos, en los que entra no sin antes volver su cabeza hacia Paolo. Pero Paolo no va tras él. Se desplaza unos metros y se para. Comienza a quitarse la ropa hasta quedar desnudo. La gente se arremolina a su alrededor. La cámara enfoca sus pies, que se abren paso entre la multitud. En la siguiente imagen, Paolo, desnudo, corre por un desierto gris. Lanza un grito.
Este páramo de ceniza había aparecido unos minutos después del comienzo de  la película, al tiempo que se oían estas palabras: " Y Dios llevó a su pueblo a través del desierto".
¿Emilia y la mística? ¿Odetta y la locura? ¿Lucía y la conversión? ¿Pietro y el arte negador? ¿Paolo y la desesperación que purifica? El teorema de una desintegración tras la que ¿se abren caminos o se cierran? ¿Se alza la esperanza o cae la desesperación? ¿Quién es Eduardo? ¿Ángel o diablo?

jueves, 28 de octubre de 2010

Bien de ojo

Tras ver Io sono l´amore, estupendísima película de Luca Guadagnino, se mantienen en mi memoria los ojos de la abuela, Allegra, ojazos más bien. Descubro después, para mi sorpresa, que se trata de Marisa Berenson, a la que no había reconocido. El caso es que, una vez más, unos ojos me asaltan. Mantengo con ellos una relación de amor intensísimo. Si tuviera ganas y mañas escribiría un libro sobre los ojos, los de amigos, conocidos, familiares, actores, actrices, gatos, perros. Hablaría de su profundidad, de su brillo, de sus aguas, de su transparencia, de su enigma. No sé cuáles pondría en la portada. ¿Los de Montgomery Clift, fascinantes bocas hambrientas? ¿Los de Ana Torrent cuando era niña, impresionantes sumideros? ¿Los de Olimpia, la perra de Aurora, suplicantes y otorgadores? ¿Los de Jesús, un primo de mi madre, tan inocentes que lavan lo que miran? Cuando ando con estas consideraciones siempre acude a mi mente el título del libro de García Márquez Ojos de perro azul, evocando no sé qué cosas. ¡Menudos ojos!, decimos de ojos que no son nada menudos.
Frente al mal de ojo, el bien de ojo, de ojos, de los ojos.

miércoles, 27 de octubre de 2010

Bordado

La bondad no deja rentas. De la de ayer ya no puedes vivir. Eres bueno si lo eres hoy, cosa que no te valdrá para mañana. Existe el hilo que va de día a día, claro, pero el bordado se deshace por la noche y al día siguiente hay que reinventarlo.

viernes, 22 de octubre de 2010

Salvar la paradoja

La paradoja nos es indispensable para entender el cristianismo. Quien intente resolverla eliminando uno de sus polos, aquél frente al cual el otro parece decir lo contrario, se ciega a sí mismo y ya no podrá comprender qué cosa sea la realidad cristiana. Toda herejía nace porque no soporta la tensión del nudo paradójico. Lo desanuda, elige una parte del binomio al precio de convertirse en “mononómica”. Ya no mantiene el todo, deja por ello de ser “católica”, quedándose sólo con uno de los cordones una vez desecho el lazo: aquí un Jesús que es sólo hombre, allí un Jesús que es sólo Dios; aquí sólo la institución, allí sólo el carisma; aquí sólo la libertad, allí sólo la gracia; aquí sólo la comunidad, allí sólo el individuo; aquí sólo la carne, allí sólo el espíritu. Debemos salvar la paradoja, permanecer de pie en medio del balancín, para no perder ningún trozo de realidad cristiana.
Aunque, bien mirado, lo que viene a resolver el “paradójico” cristianismo son las paradojas de la vida, sus tensiones contradictorias, pues es en él donde se realiza la síntesis de todo. Entonces, más que salvar la paradoja para mantener el cristianismo, sería más cierto afirmar que hay que salvar el cristianismo para que las paradojas de la vida humana no devengan irresolubles contradicciones. Sería en la vida donde se da la tensión y sería el cristianismo el que vendría a deshacerla. La tensión hombre y Dios, ¿no se resuelve en Jesús, verdadero hombre y verdadero Dios? La tensión hombre y mal, ¿no se deshace en Jesús vencedor del mal (expulsión de los demonios, curación de los enfermos, resurrección de los muertos), víctima del mal (pasión y muerte), y triunfo glorioso sobre todo mal (resurrección)? La tensión individuo y sociedad, ¿no se disipa en la imagen de la vid y los sarmientos, el pastor y las ovejas, la cabeza y el cuerpo, en donde los cristianos aparecen como uno en la comunión con Cristo sin que ello suponga la pérdida de la individualidad sino todo lo contrario?

sábado, 16 de octubre de 2010

El origen (radical) del mal

Un hombre absolutamente inocente ¿podría, a solas, desde las entrañas de su libertad, “inventar” el mal constituyéndose en el primer malo, siendo él mismo el tentador y el tentado, o sería necesaria la existencia de un “malo” precedente  que, en un contexto no ya monológico sino dialógico, le presentase el mal como posibilidad? Al hombre edénico, libre de culpa, ¿no le tenía que ser sugerido el mal para que pudiese escogerlo? Él lo inicia sobre el mundo, pero ¿parte de un punto cero, él mismo, o sigue la estela del Principio, del Príncipe del mal? ¿Podía el primer hombre, desde la nada de su libertad, crear el mal, o sólo podía abrirle la puerta para hacerle sitio en el escenario de la historia? ¿Fue aquel primer pecado una respuesta a una propuesta de una potestad maligna o se constituyó el hombre como único poder contrario a Dios sin la invitación de nadie? “La serpiente me sedujo y comí” (Gn 3, 3): ¿explicación alegórica de una auto-seducción o de una hetero-seducción? ¿Es el hombre un príncipe que se corona o hay un Príncipe que lo invita a coronarse?

jueves, 14 de octubre de 2010

En el patio

El verano es un patio. El invierno, un claustro. Me gustan más los patios que los claustros y a medida que pasan los años mayor es mi preferencia por los primeros. 
Pues bien, henos aquí de vuelta al claustro. Las lluvias enterizas, plomizas, nos encierran dentro. Por muy casero que sea uno, que lo soy, lo soy de casa con huerta, patio y jardín, todo un poco revuelto, nada versallesco, con lo cual, llegado el invierno, esa parte posterior queda clausurada, a merced de fríos y lluvias. “Hacia dentro, hacia dentro”, ordena el invierno, y uno, mal que le pese, con la cabeza gacha asiente. Habrá quien necesite invernar para entrar dentro de sí y producir sus frutos. Acaso yo también, y la vuelta a los cuarteles de invierno sea volver a la habitación pascaliana, con velas (flexos) a lo Georges de La Tour, para dar de sí lo que se lleva dentro. Pero el verano no me expropia hasta el punto de dejarme sin interioridades, nada de eso. En el patio y a la sombra del kiwi, con luz solar entorno, es como uno quiere estar y gestar.

miércoles, 13 de octubre de 2010

Ojos de perro

Me turbaban sus ojos, su presencia, ¡y era un perro! ¡Qué tremendos ojos de perro! Había tanta demanda ellos, tanto otorgamiento, que creía estar en presencia de un santo. ¿Existe una “santidad” animal? Le pasaba la mano por el lomo y la cabeza, ¡pero me parecía tan poco! Tendría que haberlo abrazado y soltarme a pleno corazón, para que ambos quedásemos satisfechos. Su inocencia me azoraba. Nunca me había ocurrido tal cosa. Newman dice en uno de sus sermones que sabemos más cosas sobre los ángeles que sobre los animales. La “personalidad” de los primeros, en tanto que espíritus puros, es más imaginable que la de los segundos, extraña mezcla de irracionalidad y “ánima”. Un perro es un compañero, un mediador, un puente, un misterio.

lunes, 11 de octubre de 2010

Tengo que mover este dedo

El que anima es el que viene a continuación del que consuela. Quien quisiera ser un animador de verdad, un reforzador del “anima” y de la voluntad, tendría que ver Escrito bajo el sol, de John Ford. El personaje interpretado por John Wayne, Spig, un piloto de aviación, queda tetrapléjico tras caer por una escalera. No hay nada que hacer, dicen los médicos. En cambio el extraordinario personaje interpretado por Dan Dailey, Jughead, opina lo contrario, que hay mucho que hacer, y a ello se pone, con obstinación maravillosa, para lograr que Spig recupere la movilidad. Hay que empezar por un dedo del pie. “Venga, Spig, dilo, tengo que mover este dedo, tengo que mover este dedo, tengo que mover este dedo”. Jughead, incansable, alegre y lleno de entusiasmo, lo acompaña en el recitado de este único verso, echando mano del canto y la mandolina. Y así día tras día, semana tras semana, mes tras mes. Y el milagro se produce, un milagro conjunto, el de que no se cansó de animar y el de que no se cansó de ser animado, dos voluntades y confianzas en acción: el dedo se mueve.

sábado, 9 de octubre de 2010

Amigos

Hay amigos permanentes y amigos estacionales. Estos últimos nos acompañan durante un período de nuestra vida, para desaparecer después, ellos para nosotros y nosotros para ellos. Yo hubiese querido que quedasen para siempre en mi vida, no todos, pero sí más de uno. Hay momentos en que los añoro. Con respecto a otros, no me importa que hayan caído en el olvido. Quién sabe si soy yo añorado por ellos. De otra categoría son los que ni siquiera fueron en su momento amigos, sólo compañeros por los que sentía un gran cariño. Hoy, mi recuerdo los aureola dotándolos sin duda de más presencia que la que un día tuvieron. El caso es que vienen con sus caras sonrientes y se postulan como el amigo posible que, en manos del pasado, son ya sólo foto fija. Quisiera uno desprenderlos de ella, robárselos al pasado.

viernes, 8 de octubre de 2010

La residencia

Quedó llorando. El que hacía las veces de bedel le pasó el brazo por encima de los hombros. Cuando llegamos ya nos había parecido un hombre bueno. Nos dimos la vuelta y seguía allí, tras la puerta, sollozando. Nos dijo adiós con la mano. Se sentía triste y desamparada en este su nuevo mundo, la residencia de ancianos. Llevaba poco tiempo, no mucho más de un mes, y seguía haciendo duelo por su casa, en la que había vivido sola, sí, pero en su hogar. La decisión de trasladarse a una residencia la había venido sopesando desde hacía un tiempo. Sin más familia que sus hermanos, cuñadas y sobrinos, todos en Venezuela, con una pierna aquejada de poliomielitis desde que era niña, llegaría un momento en que ya no se habría valido por sí misma. “Nunca pensé que acabaría en una residencia”, nos dijo. El choque con otros viejos como ella, unos con andador, otros en silla de ruedas, la abatió profundamente. En la habitación se mostró muy parlanchina, como siempre, dándonos detalles de su nueva vida allí. Se refirió a su compañera de habitación, al resto de las ancianas: “Dios me libre de sentirme mejor que nadie, quién sabe en que me convertiré, pero me parecen todas unas chismosas”, a los hurtos que tenían lugar -su dinero lo tenía a buen recaudo una de las jefas-, al hecho de que la hubiesen dejado sin tijeras y agujas: “¿Y qué hago si me cae un botón? Y tengo un pantalón nuevo al que quiero subirle”. Pasaba el día encerrada en su habitación para no ser testigo de la decrepitud de los otros. Le bastaba con la suya. Nos acompañó hasta abajo. La besamos, la acariñamos, mientras le caían las lágrimas. Quedó en manos de un brazo protector.

jueves, 7 de octubre de 2010

Figura

En este cuerpo mío no quepo, inhábil para la destreza, con pesos en las piernas y en los brazos. Me veo bailarín, atleta, gimnasta, cometa, pájaro. Lo junto todo y sale mi cuerpo nuevo. Y será bello, no porque se ajuste al canon griego ni a ningún canon, sino por su plenitud de gracia, su hallazgo de gloria en otro mundo. Pero sólo la ascesis nos hará aptos para la transfiguración. Los ávidos, figurines y figurones de este mundo, se hundirán tanto en la tierra que ningún aire sabría alzarlos.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Cuerpo "espiritual"

Creo recordar que, en un reportaje sobre la anorexia, una de sus víctimas pretendía una espiritualización del cuerpo. ¿No es la intención de fondo del ayuno crear un vacío corporal para dejar espacio al espíritu? Acaso aquella víctima, inicialmente animada por motivos estéticos, acabó queriendo llegar al extremo de la delgadez para, convirtiendo el cuerpo en puro hilo, quedar a un paso de ser espíritu. Mediante un ayuno hipertrofiado que, quilo tras quilo y después gramo tras gramo habría ido restando masa a su carne, estaría buscando una monstruosa finura que, ante sus ojos, la hiciese aparecer como un cuerpo tenue, evanescente, grácil, “espiritual”. Pero ¿se mantendría en esta meta alcanzada, al fin sólo piel, sólo huesos, o, en la lógica de su propósito, querría más, la desmaterialización, la invisibilidad, tras el paso por la muerte?

martes, 5 de octubre de 2010

Cara y cruz

El mal anima a no creer, el mal anima a creer: obstáculo para la fe y acicate para la fe. Recuerdo las dos respuestas distintas que dieron dos víctimas de los atentados de Madrid del 11 de marzo de 2004 un año después de ocurrida la tragedia. “Antes era agnóstico, ahora soy decididamente ateo”, había dicho uno. El otro, que había perdido a su mujer, se expresó en estos términos: “Tiene que haber algo más, no puede ser que esto sea todo”. Para unos el mal es última palabra y no hay más que hablar: él mal gana. Para otros es intolerable que sea él la última palabra: no, es penúltima y será la verdaderamente última la que lo venza. En última instancia, es la libertad del hombre la que escoge un camino u otro. En Shoah, el impresionante documental sobre el Holocausto de Claude Lanzmann, una de las supervivientes entrevistadas declaró que Auschwitz había sido tan horrible que hasta Dios había huido de él. Pero otros lo trajeron, como el padre Maximiliano Kolbe, que no desfalleció y siguió ejerciendo como pudo su ministerio llevándolo hasta su más alto grado, la entrega de la propia vida al ofrecerse para reemplazar a un compañero, padre de familia, que había sido señalado para morir de hambre. Ante el mal Dios huye abandonando al hombre, dice la primera. Ante el mal Dios se ofrece para sufrir con él, dice Maximiliano Kolbe. Cara y cruz. Pero sólo la cruz salva.

lunes, 4 de octubre de 2010

Sólo misterio

Vuelve una y otra vez mi “no sé quien soy”, contra el que se alza siempre el “yo sé quien soy” de Don Quijote. ¿Cuál es el contenido de este mensaje que me frecuenta tanto últimamente? Quizá se trate de un suave empujón a descender más, o a ascender, para llegar a orillas donde quede mejor definido. Un “yo sé quien soy”, ¿no puede ser una trampa si ello significa quedar anclado sin desplegar las velas? Pero a lo mejor tampoco importa tanto saber quién sea uno si ello significa descifrarse donde no hay ningún enigma, sólo misterio. Y los misterios pertenecen a Dios.

sábado, 2 de octubre de 2010

El nudista bueno

Volverán las prendas de invierno, tan pesadas, y diremos adiós a las del verano, tan flotantes. Pena me da. Acaso los nudistas quieren flotar todavía más y por eso se quitan toda vestidura. De alguna manera se conectan con nuestros padres edénicos, que paseaban desnudos por el jardín. El moralista, ese pesado, no tardará ni un segundo en avisarnos de las indecencias del naturismo. Aunque las tenga, ¿no será capaz de advertir, mezclado con ellas, el ansia de libertad, hasta de inocencia, que alberga el buen paisano que se desnuda en la playa y se entrega al sol y al mar, no ya ligero de equipaje sino sin equipaje alguno? ¿Sólo paganismo?  Chesterton no se cansaba de alabar las buenas virtudes del antiguo pagano. ¿No las tiene también el moderno? Quién sabe si el que se desnuda físicamente no deja de aspirar a la desnudez espiritual.

sábado, 25 de septiembre de 2010

Pájaros de Dios

“Bautizado Jesús, salió luego del agua; y en esto se abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios que bajaba en forma de paloma y venía sobre él” (Mt 3, 16). Ésta fue, sin duda, la más excepcional misión encomendada a un ave, una paloma en este caso, la de hacer bajar al Santo Espíritu sobre Jesús en el momento en que el Padre proclamaba que era su Hijo amado. ¿Y quién sino un pájaro podía ser la manifestación del Espíritu si se quería señalar su origen celeste, su vuelo soberanamente libre, frente al cual ninguna gravedad, terrestre o no terrestre, podía maniatarlo?
Otros pájaros después, tras este momento inaugural, en la estela abierta por la excepcional paloma del evangelio, vinieron a ser testigos de una presencia de lo alto. Victor E. Frankl, el famoso psicoterapeuta creador de la logoterapia, cuenta en su libro El hombre en busca de sentido, como, estando prisionero en el campo de concentración de Theresienstadt, pensar en su mujer, en su amada, le daba fuerzas para seguir viviendo. Hubo un momento en que esto cobró especial intensidad. Pero dejemos que sea Victor E. Frankl quien nos lo relate:
“Estuve muchas horas tajando el terreno helado. El guardián pasó junto a mí, insultándome y una vez más volví a conversar con mi amada. La sentía presente a mi lado, cada vez con más fuerza y tuve la sensación de que sería capaz de tocarla, de que si extendía mi mano tomaría la suya. La sensación era terriblemente fuerte: ella estaba allí realmente. Y, entonces, en aquel mismo momento, un pájaro bajó volando y se posó justo frente a mí, sobre la tierra que había extraído de la zanja, y se me quedó mirando fijamente."
Un segundo testimonio nos lo cuenta José Ignacio Tellechea Idígoras, en su libro El pájaro extraño. Hermano Zacarías. En la misa funeral de este monje cisterciense del monasterio de La Oliva, Navarra, el 20 de agosto de 1986, un pájaro vino
“a posarse sobre un féretro situado en el centro del templo, frente al altar (…) El celebrante, el Abad Mariano, había iniciado el recitado del Padre nuestro. Justamente entonces ocurrió lo más insólito e inesperado: De pronto, el pájaro remontó el vuelo, y saltó desde el féretro hasta el hombro del Padre Abad que presidía el funeral.
Sorprendido vivamente por la inesperada visita, vaciló unos instantes sin saber qué hacer, cogió con su mano el pájaro inmóvil, que extrañamente se dejó apresar, le besó en la cabecita y lo pasó al concelebrante más próximo, pero rompió el tenso silencio con una frase misteriosa: ‘Este pájaro… yo creo que es el Hermano Zacarías, siempre unido y pendiente del Padre Abad en todas sus acciones y trabajos y que nunca quiso hacer nada sin mi anuencia. Creo que ha venido a pedirme permiso… hasta para irse al cielo’”.
Pájaros anunciadores, emisarios, presencializadores, aves de alto vuelo, pues vienen del cielo, y de bajo vuelo, pues a la tierra vienen, que traen todo el resuello del Espíritu, el aliento que no se entrecorta y permanece invicto, siempre migratorias pues no para Dios de migrar hasta sus hijos, los hombres.

jueves, 23 de septiembre de 2010

Tierra Media

Mi tío Luis quería saber cuál era el límite entre Riocalvo y Sanfiz y eso disparó, en conversación con mi madre y mi tío Perfecto, una rememoración de la toponimia de su infancia, que en muchos casos, casi todos, se mantiene. Yo los escuchaba fascinado. Me parecía que estuvieran cartografiando un territorio mítico, del que hubieran vuelto tras haberlo explorado con curiosidad y delectación. No eran conscientes de que estaban levantando acta, ante mis oídos asombrados, de la prehistoria de mi historia. Esto había ocurrido otras muchas veces, pero ese día me pillaron especialmente perceptivo. Habían sido niños, habían guiado vacas y ovejas por prados diversos, cada uno con su nombre -a chouisiña darriba, a leira da fonte, o agro pequeno-, habían crecido en un lugar, O Couto, de una parroquia, Negreiros, su Tierra Media que habían llenado de aventuras y esperanzas. Al recitar su geografía volvían a ella, a un pasado que era también el mío. Me fui con ellos, encantado.

martes, 21 de septiembre de 2010

Dios y nuestros deseos

Llevadas a la boca, masticadas y digeridas las sospechas de los maestros de las mismas (Feuerbach, Nietzsche, Marx, Freud), para unos estarían superadas y para otros vigentes. Entre los segundos se encuentra Fernando Savater, el cual, en su libro La vida eterna, afirma: “Muchos ateos ilustres consideran que el primer y más claro argumento contra la fe es que responde con directa franqueza a nuestros más íntimos deseos. Así lo dijo en su día Feuerbach, lo reiteró Nietzsche en El Anticristo (‘La fe salva, luego miente’), lo reiteró Freud en El porvenir de una ilusión y, muy recientemente, ha vuelto a confirmarlo André CompteSponville en El alma del ateísmo”.
Contra Dios, en tanto no está a la vista y es la suya una existencia dudosa, la de un ser que, dadas sus características, bien pudiera ser una fantasía nuestra, parece funcionar muy bien el argumento de que, al responder a “nuestros más íntimos deseos”, lo más seguro es que sea un invento nuestro para satisfacerlos.
Pero, ¿por qué la realidad de Dios habría de caer fuera de ese movimiento deseante sin el cual el hombre deja de ser hombre? Las sospechas de los Maestros de las tales son pertinentes para poner en solfa a un Dios que sólo fuera hechura nuestra, sólo mero constructo de nuestros anhelos, sólo montaje de nuestra filmación soñadora… Pero, en cualquier caso, no se sigue así, sin más, de un Dios deseado y cumplidor de nuestros deseos, su improbabilidad y su inexistencia, como si los anhelos más íntimos y radicales de los hombres sólo fuesen capaces de engendran fantasías y no de ponernos en el camino hacia aquél que pudiera darles acabada satisfacción. ¿Sería más creíble la frase de Nietzsche si le diésemos la vuelta: ‘La fe no salva, luego dice la verdad’? Precisamente porque en muchas ocasiones no salvó, ni sanó, ni curó, ni dio plenitud mereció ser tachada de “mentirosa”, de burlarse del hombre y de sus deseos más íntimos: tal fe fue, y es, allí donde se dé, una impostora.
Para que no parezca que son nuestros deseos los que hacen a Dios, necesitan ellos pasar por un duro proceso purgativo. La vida y doctrina de San Juan de la Cruz es la mejor respuesta a las sospechas y sus Maestros, y a lo que, bajo su amparo, había afirmado Fernando Savater. “Un Dios reducido a la medida y servicio, función y eficacia del hombre, no tiene nada que ver con el Dios vivo y verdadero. Nadie ha hecho una crítica más radical de tal ídolo forjado por el hombre que la realizada por san Juan de la Cruz, llevando al hombre a descubrir, sufrir y aceptar su nada ante el Dios divino, con la consiguiente renuncia a contar con él, usarlo y servirse de él” (Olegario González de Cardedal, Dios).
Nuestros deseos necesitan pasar su noche, morir en ella, saber lo que es querer a Dios por Dios mismo, para, así y sólo así, volver a recibirlos de él, mejorados, salvados, purificados, y, de este modo, seguir deseando a Dios y sus dones pero ahora a su manera, y no a la nuestra, o ya también a la nuestra pero en la nueva luz que nos regaló el paso por la noche. Desearemos entonces a Dios como Dios quiere ser deseado, como DIOS, padre y amigo del hombre, y no como dios, herramienta y útil del hombre.

lunes, 20 de septiembre de 2010

Tanto cariño mata

Empezaba la jornada. Llegó una señora argentina solicitando ya no recuerdo qué cosa. Cada dos palabras intercalaba un “cariño”, “cariño” por aquí y “cariño” por allá. Gélido y educado, visiblemente molesto, protesté: “Señora, le agradecería que no me siguiese llamando ‘cariño’”. Ni un segundo tardó en mudársele el rostro. Me di cuenta al instante de que había metido no una sino las dos patas. Temblándole la voz y con los ojos humedecidos dijo: “Nunca nadie me había dicho tal cosa”. Reaccioné como pude: “Perdóneme, señora, no debí decirle lo que le dije”. “No, no, la culpa es mía”. “Usted no tiene culpa de nada, es su manera de expresarse, típica de muchas zonas, lleva media vida haciéndolo. Perdóneme”. La cosa quedó medio arreglada. Creo que ese día no me había levantado con muy buen pié. Pero aunque sea un término coloquial para según qué personas y en según qué zonas, y sobre todo porque no está uno acostumbrado, tanto, tanto, tanto cariño mata. Yo maté no devolviéndolo, claro.

jueves, 16 de septiembre de 2010

Buena conciencia

“Sólo lo hacen para mantener su buena conciencia” es una frase con la que se critica a veces ciertos actos de solidaridad o caridad con el prójimo. Con ella se diría que el sujeto que realiza tales acciones no tiene su corazón puesto en los destinatarios sino en su propia persona: no busca tanto hacer el bien a los otros como verse bueno a sí mismo.
Como en tantas otras cuestiones, ésta es también una cuestión de grados. Si, en efecto, nuestras presuntas acciones buenas ocultan en su trastienda un porcentaje muy grande, superior al 50% digámoslo así, para entendernos, de narcisismo espiritual, de autocomplacencia, de un “¡hay qué ver que bueno soy!”, de modo que la persona o personas beneficiadas por ellas sólo son la ocasión para que yo me sienta bien pero no el auténtico centro, entonces no estoy siendo bueno sino egoísta: practico una acción cuya forma es buena pero cuyo fondo no lo es. El hombre nunca puede ser medio para nada, tampoco para que otro hombre se sienta moralmente bien. El hombre es fin en sí mismo.
Ahora bien, también es cierto que no somos ángeles, sólo hombres, y nos es imposible hacer nada en el que no haya un cierto grado de autocomplacencia: al hombre no le es posible no buscar en todo lo que hace su propio placer, bienestar, o felicidad, tampoco cuando hace el bien a sus semejantes. Le es imposible practicar en toda su pureza el bien por el bien mismo. Tal es nuestra condición, la pasta de la que estamos hechos. Esto por un lado. Por el otro, el hombre necesita también saber que puede hacer el bien, que puede ser bueno, necesita, sí, aliviar su conciencia, sentirse y verse bueno, descargarse del mal que hace cargándose de bien. La cuestión es que lo haga correctamente, es decir y volviendo a utilizar el mismo lenguaje, que eso tenga lugar de modo que en sus acciones buenas más del 50% de su energía espiritual no acentúe tal aspecto sino el otro: el bien del semejante, del prójimo hermano. Que la búsqueda inevitable de uno mismo que hay en toda búsqueda vaya sabiendo transfigurarse en olvido de sí, única manera de que al fin se encuentre el hombre a sí mismo de modo pleno y verdadero.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Nos vamos, volvemos

No son pocas las veces que acude a mi mente el retrato de Jovellanos pintado por Goya cuando me pongo frente a la pantalla esperando que mi yo ocurrente me sirva una idea de la que sacar algún partido. ¿Es así como debe uno disponerse, descansando de pensar, un tanto ausente, ido, o debe concentrarse tanto como lo hace El pensador de Rodin? ¿Reposar la cabeza en la mano o recogerse apoyando el mentón en el puño? ¿Dejarse o apretarse sobre sí? Jovellanos se suelta, no piensa. El hombre de Rodin se sujeta, piensa. Sí, éste es el orden. Nos vamos, viene la idea, volvemos con ella, pensativamente nos quedamos.

lunes, 13 de septiembre de 2010

La bondad de Machado

Hay una buena conciencia que es una buena “buena conciencia”: la que dejan en nuestro ser el deseo de hacer el bien y la ejecución de actos buenos y la omisión de los malos, siempre sin autombombo, a la chita callando, sin que nadie se entere, sólo Dios. Entonces se duerme con “la conciencia tranquila”. Acaso en esta línea se atrevió Machado a finalizar su famoso autorretrato con el verso que dice: “Soy, en el buen sentido de la palabra, bueno”, y no parece que lo hubiera hecho “cargado de razón”, sino con humildad. Y es que si no es así, humildemente, calificarse a sí mismo de bueno es autoengaño y vanagloria.
¿Cómo debieron de sonar, si es que sonaron, en los oídos de Machado las palabras con que Jesús replicó a quienes se habían dirigido a él llamándolo “maestro bueno”?: “¿Por qué me llamáis bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios” (Mc 10, 18) ¿Sentiría que lo desautorizaban, que lo acusaban de propasarse, pues si ni Jesús, el hijo de Dios, admitió ser llamado bueno, quién iba a ser él para llamarse bueno a sí mismo? Pero la afirmación del Maestro apunta a un fondo al que no creo que quiera, ni desde luego puede, llegar la de Machado, a la raíz de las personas, y en tal sentido es radical y absoluta: nadie, desde la raíz hasta las puntas, es enteramente bueno en este mundo, salvo Jesús. La de Machado, como decíamos, en tanto que autodescripción humilde, y sólo así aceptable, llega hasta donde le está permitido llegar, a lo que uno quiere ser, bueno, y a lo que no quiere ser, malo, a lo que se desea hacer, el bien, y a lo que no se quiere hacer a nadie, daño. En este sentido, no es la suya una afirmación radical, sino, como mucho, troncal, si entendemos por tronco esa parte de nuestro ser y de nuestra vida sobre la que podemos pronunciarnos y decir de ella que nos parece “buena”, así, sin pretensiones, con el ánimo de que se nos entienda que somos a la pata llana “buena gente”, o de que por lo menos lo intentamos.
Pero sigamos poniendo en aprietos a Machado, y de paso a nosotros mismos, citando ahora un párrafo un tanto largo de C. S. Lewis (El problema del dolor): “Ahora bien, el verdadero escollo de la ‘bondad’ estriba en que se trata de una cualidad que nos atribuimos con extraordinaria facilidad a nosotros mismos apoyándonos en razones poco sólidas. Todo el mundo se siente benévolo en los momentos en que nada le molesta. Aun cuando jamás hayan hecho el menor sacrificio por sus semejantes, los hombres se consuelan de sus vicios apoyándose en la convicción de que ‘en el fondo tienen buen corazón’ y son ‘incapaces de matar a una mosca’. Creemos ser buenos cuando en realidad somos felices” . No le falta razón a Lewis, y, ante esta tesitura, no soy yo quien para saber lo que podría haber pensado Machado tras la lectura de sus palabras: ¿volvería atrás, al poema ya acabado, y tacharía o corregiría el último verso, aquel que citábamos al principio y que nos metió en esta singladura, al percatarse de que se había atribuido la bondad con extraordinaria facilidad, apoyándose en razones poco sólidas, que se sentía bueno porque nada le molestaba, de que no estaba sino consolándose de sus vicios, de que creía ser bueno porque se sentía feliz? Desconozco la situación vital, la intención que empujó a Machado a atribuirse la bondad, lo que quiso exactamente decir, lo cual me anima a ponerme en su piel e inventar una contestación a Lewis: “Me faltan, en efecto, señor Lewis, sólidas razones para atribuirme bondad alguna, y ojalá que no las tenga nunca. ¡Qué ser más torpe y engreído sería entonces, alguien que se siente bueno apoyado en sus propios y compactos argumentos! ¡Dios me libre de tamaño dislate! Es cierto que digo realmente lo que digo, que ‘soy, en el buen sentido de la palabra, bueno’. Pero ¿cuál es ese buen sentido y que quise expresar exactamente? Creo que, ‘exactamente’, nada quise pronunciar sino sólo ‘poéticamente’, es decir, al hilo de lo que la redondez del poema me pedía y de lo que yo deseaba que fuese también la redondez de mi propia vida. Tal vez, sí, como usted afirma, al escribirlo me sentía libre de toda molestia, hasta feliz, e incluso es posible que quisiera consolarme de mis vicios apelando a una bondad escondida en el fondo de mi corazón. En cuanto a lo de ser incapaz de matar a una mosca… Verá usted: les dediqué un poema cuyos últimos cuatro versos riman así: ‘Inevitables golosas, / que ni labráis como abejas, / ni brilláis cual mariposas; / pequeñitas, revoltosas, / vosotras, amigas viejas, / me evocáis todas las cosas’. Yo no mataría nunca a una ‘vieja amiga’. En fin, señor Lewis, usted tiene toda la razón, y yo no pretendo tener ninguna. Simplemente, en un poema, me expresaba”.

domingo, 12 de septiembre de 2010

Historia

Cuando un drama ocupa tu “historia” no tienes ojos para la “Historia”. El 11S, mis amigos O. y F. apenas si tuvieron ojos para la tragedia de las Torres Gemelas porque estaban ocupados por entero por su propio drama, la leucemia de su hija O. Hoy, felizmente, está curada.
Así me lo contó O. cuando, después de años sin vernos, los fui a visitar. Mientras millones de miradas caían sobre la televisión porque estaban en condiciones de hacerlo, las suyas apenas si resbalaron por ella porque su vida entera estaba en ese momento centrada en su hija, y como las suyas las de tantos otros, tantísimos otros, todos los que, en un momento dado, no pueden permitirse el “lujo” de prestar atención a la Historia con mayúsculas porque la suya propia necesita de toda su atención y cuidados.
La Historia de verdad, la completa, la que es mayúscula, minúscula y media, será la que un día cuente las de todos los millones de hombres y mujeres que nacieron, vivieron y murieron en este planeta. ¿Quién será ese omnipotente y omnisciente Historiador, que pondrá toda su atención y cuidados en las vidas de todos de modo que ninguna se pierda, que nada de lo acontecido en ellas pase al olvido, que lo recoja todo en su libro inmenso?
Un buen historiador, al contarnos la historia pasada, debe revivificarla de algún modo, hacérnosla presente, si es que no quiere que la sintamos como historia muerta. Si tal cosa hace un historiador humano, ¿qué no hará entonces ese Gran Historiador cuando relate en su Gran Libro las vidas de todos los que fueron, son y serán? ¿No habrá de revivirlas también, pero a su manera, a su “Gran Manera”?

viernes, 10 de septiembre de 2010

Porciones

Salvo los que saben dar el salto audaz en el que se entregan del todo a Dios, los demás damos saltitos en los que vamos ofreciendo porciones de nuestro ser. Nunca es completa la donación. Nos retraemos para quedar a salvo de la plenitud, no tanto por no quererla, cuanto porque sabemos que no será indolora: nos exigirá el sacrificio de nuestro propio yo y no queremos pagar tan alto precio. Nos salva que Dios, si no nos obtiene del todo a la primera, no nos deja en la nada. Supongo que nuestro entregarse a plazos no lo contempla él como no entregarse en absoluto. A lo mejor hasta lo acepta como un entrenamiento para el total ofrecimiento que él espera. Pero no seamos tan ingenuos como para pensar que no pueda Dios quebrar nuestra resistencia con gracias “violentas” que aceleren nuestra definitiva entrega.

jueves, 9 de septiembre de 2010

Transfigurado

Sólo una vez en mi vida me fue dado contemplar un rostro transfigurado. Se iniciaba el curso en Salamanca y a tal efecto se celebraba una misa. Uno de los concelebrantes era el obispo brasileño Helder Cámara. En el momento de la consagración su rostro irradiaba un júbilo tal que muchos de los presentes quedamos maravillados. La maravilla era él y la nuestra no era sino su efecto. Daba miedo tanta alegría, pues uno, atrincherado en su egoísmo, sabía que no podía proceder sino de una entrega suma.

lunes, 6 de septiembre de 2010

Hacer memoria

Dios no puede recordar sin hacer revivir, no puede hacer memoria sin hacer vida. Los hombres mueren y caen en el olvido, pero caen también en Dios que recuerda todos y cada uno de sus cabellos. Será Él el que nos enseñe el único modo de no olvidar a nuestros muertos: recordándolos hacia el futuro, donde la memoria se vuelve esperanza. Morir no es quedar atrás sino tomar la delantera.

sábado, 4 de septiembre de 2010

Envejecidos

Cuando veo a un anciano caminando lentísimamente, encorvado, sin expresión en la cara, siento la humillación que ello supone. De aquí tiene que nacer una total sumisión, salvo que se quiera vivir a la contra, aunque seguramente no haya ya fuerzas para esto. Los ancianos completamente envejecidos nos avisan de que sólo sobre una humildad radical acierta uno a saber algo de la vida.

viernes, 3 de septiembre de 2010

Hay momentos

Hay momentos de alegría, de puro éxtasis, de felicidad absoluta, en los que la vida se descorcha y nos sirve en la copa toda su espuma. “Así soy, munificente cuando vosotros, hijos míos, estáis en condiciones de recibirme”. ¡Ay! ¿No lo estamos siempre?

jueves, 2 de septiembre de 2010

El cero de la vida

“Ligero de equipaje, como los hijos de la mar”, como los setenta y dos discípulos que no llevan "dinero ni alforjas, ni otro calzado que el puesto”. Poner las esperanzas en la Esperanza, entregarse a una confianza loca, desnudo. Quemar las naves y sobre una tabla, quedar entre cielo y mar. En el cero de la vida, encontrar de nuevo el camino que nos conduzca a casa.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

El hermano

Quiero que el hermano me bendiga y pronuncie mi nombre, que su rostro sea mi espejo. A solas soy una caja de aullidos. Me ha sido regalado como fuente de gracia.

lunes, 30 de agosto de 2010

El amor

Nos agarra de la mano y nos lleva al camino que será para siempre el nuestro. Pone ante nosotros un recorrido, fuera del vasto mar sin direcciones. La promesa que somos la lleva el amor a cumplimiento.

sábado, 28 de agosto de 2010

Un pájaro solitario

¿No se cansa el meditador de fraguar palabras tan ceñidas, discursos tan íntimos? Sí, ¿pero qué va a hacer? Otra cosa no sabe. No tiene otra fidelidad que guardar, por más árida que pueda llegar a ser. Hay que estar donde hay que estar, con pena, con gloria, como un pájaro solitario siempre en la misma rama.

viernes, 27 de agosto de 2010

En el Abismo

Nuestra profundidad nos ahogaría si no estuviese sostenida por una profundidad mayor. En el Abismo flota nuestro abismo como lo hace el iceberg en el mar, sin hundirse. Nuestra hondura no es un pozo de locura porque se abre a la Hondura. Si no fuésemos infinitos en el Infinito, grandes en el Grande, seríamos promesa sin cumplimiento, reyes de un trono que a la postre se revelaría como falso, quimera de un pobre mendigo.

jueves, 26 de agosto de 2010

Aliento de gigantes

“Te emplazamos a querer ser el que eres, con una convicción y alegría sin fisuras, pues sólo dando a luz lo que sólo tú llevas dentro de ti alcanzarás la plenitud, la única que tú desearías, la tuya, la que sólo a ti pertenece y que ha sido pensada para ti desde toda la eternidad. Sé fiel pues, y entrégalo todo”.

miércoles, 25 de agosto de 2010

Amigos

La cercanía no puede ser invasora, la distancia no puede ser olvido. No estés tan cerca que me absorbas, no estés tan distante que ya no seas visible. Situémonos en el punto justo y aprenderemos a ser amigos. Este punto es distinto en cada caso por lo que diferirá entre unos y otros la articulación de distancia y cercanía, hasta abrirse un abanico de variedades infinitas. Supongo que es éste uno de los ejes que influyen para que un amigo pase a ser muy amigo, necesario e íntimo, o para que quede un poco en las afueras sin llegar a meterse dentro de uno.

martes, 24 de agosto de 2010

Atrapado

Se enmaraña con sus sufrimientos y no sabe salir de ellos. No quiere sufrir pero quiere sufrir. Incapaz de ser feliz, halla un extraño goce en sus penas. Son enredos morbosos en los que queda atrapado, sin fuerzas y también sin ganas para poner un pie decidido en la vida. Alguien tendría que hundir la mano en su mundo y encontrar, agarrar y tirar con fuerza de su deseo de salvación.

lunes, 23 de agosto de 2010

Día y noche

Las jaculatorias continuamente repetidas lo calmaban. Con cada una de ellas lanzaba su alma al cielo, esperando que volviese curada. Sería tarea de muchos días, de meses incluso. Él podía desfallecer, pero no su oración, que se levantaba a toda hora, incansable. Desde el fondo subía siempre el gemido, la protesta, el ruego. Luchaba por confiar en el Invisible, por creerlo bajo sus pies y agarrando sus manos. La fe que espera encontrar el Hijo del Hombre cuando vuelva es la que clama día y noche (Lucas 18, 7-8). Así debía ser la suya.

domingo, 22 de agosto de 2010

Árboles

Ofrecemos raíces, ofrecemos troncos y ramas, ¿pero de cuántos árboles? El bosque incontable continúa dentro, a la espera de nuevas exploraciones. Parecemos caminantes perdidos que lo recorren, en busca de su enigma. Lo levantamos a veces, como un pájaro sobre las copas.

sábado, 21 de agosto de 2010

Santos

Hombres enteros, sanadores, santos de alcance infinito. El sufrimiento lo bebieron entero y sacaron una dicha limpia. Curaron heridas, amortajaron a los muertos. El mal se encrespaba ante ellos y caía en pedazos. No eran rocas, el dolor los atravesaba pero no rendía su amor. Desde la humildad crecían como llama. A su lado el pecador se quemaba y volvía a ser bueno. Sus pies abrían caminos donde no los había y, levantándose, los hombres andaban de nuevo. Quien los conoció lo sabe: si morían, daban vida a raudales.

viernes, 20 de agosto de 2010

La herida

¿Dejar que la herida hable o silenciarla? Que calle, no diría sino disparates, anunciaría la hecatombe de una humanidad sufriente y un mundo herido. No tiene a mano una historia de salvación, el cielo lo ve muy lejos, se le pegan todas las lágrimas. ¿Sanará o quedará para siempre abierta? El amor es pálido, muy pálido, no lo siente y lo hambrea como un pordiosero. Deberá meterse muy dentro y, en silencio, rezar, rezar.

miércoles, 18 de agosto de 2010

El cantero

Cuando somos felices somos nosotros los que llevamos las bridas. Cuando somos desgraciados, es la vida quien las agarra y nos lleva. Siempre el paso adelante, aunque nos empeñemos en el paso atrás. Este empeño triunfa a veces y retrocedemos. Nos asusta salir de nuestra covacha. Encerrados a cal y canto, la vida no consigue entrar. Sólo la insistencia del cantero con la piedra dura logrará desmocharnos y lanzarnos de nuevo a los caminos de la vida.

domingo, 15 de agosto de 2010

Vastas tierras

Si te sabes menesteroso, felicítate, porque extenderás la mano. Tus vacíos son tus deseos y quién sabe a donde te llevarán. Somos islas que buscan istmos para recorrer continentes. Has de sentirte necesitado de esas vastas tierras, has de querer encontrar a toda costa la unión que te lleve a ellas.

jueves, 12 de agosto de 2010

Baja a la calle

Apartas la cortina y la espías fuera, la vida. ¿No está también dentro? Sí, pero incompleta. El todo siempre se cumple con lo que está más allá de nosotros, de modo que nadie pueda decir: “Me basto”. Uno nunca es alimento suficiente para sí mismo. Lo sabe el solitario, que si es verdadero, deja la puerta abierta para que sea la suya una soledad habitable. Hay que descorrer la cortina y mirar al otro lado de uno mismo y ver qué pasa, mejor, ver quién pasa, tal vez alguien que vuelva la cara y nos mire, diciéndonos: “Baja a la calle, amigo, alguien te sale al paso”.

domingo, 8 de agosto de 2010

La alegría

No renuncies nunca a la alegría. Búscala, invéntala, captúrala, ruégala, pero no dimitas de ella. Es lo humano por excelencia, lo que salió con nosotros incorrupto del paraíso. Cuando te embarga, ¿no te reconoces más que nunca, no sientes más tuyas todas las fibras de tu ser? Pájaro en nuestro hombro, su canto nos devuelve el bullicio del nuevo mundo.

viernes, 6 de agosto de 2010

Madre

Recogeré tu último aliento y con él se irá el mío. Te mantendré mucho tiempo dentro de mi abrazo, haciéndome la ilusión de que sigues viva, de que seguirás viva para siempre. Mi mano acariciará tu rostro todavía caliente, sentirá la infinita dulzura de tus arrugas. No sentiré tu peso, será como el de un pájaro y como él te echarás a volar. Madre, ¿te dejaré partir? Ahora arrancas las vainas de los guisantes. Tienes a tus pies los rastrojos. No comprenderías mi idealización absoluta, pero sí mi amor más allá de todo límite. A cada minuto lo tienes, sorprendido de tu existencia colosal y menuda. ¿Quién os inventó, madre, quien os hizo así, tan carnales y vaporosas?

miércoles, 4 de agosto de 2010

El recuerdo de la dicha

El recuerdo de la dicha, ¿trae la dicha? La memoria donde se guardó la alegría ¿la devuelve? ¿Cómo aprovecharnos de lo poseído en otro tiempo? Acaso no tengamos más que la provisión de cada día. El hoy trabaja para el hoy y no sabemos en qué medida ayuda a un mañana abierto.

sábado, 31 de julio de 2010

Obedecer

En muchos momentos de nuestra vida son los otros los que, al recordarnos quienes fuimos, nos impelen a seguir siendo el que debemos ser. Nuestro ser decaído, desaparecido, a su voz se levanta poco a poco de nuestro fondo, más obediente que animado, pero por eso mismo en el buen camino de la recuperación. Lo decimos normalmente con otros muchos nombres, más caros a nuestro oídos, pero es obedeciendo como llevamos adelante nuestra vida. Siempre es en cierto modo una voz de mando, suasoria y suave las más de las veces, la que nos reconduce y concede de nuevo el aliento. Aunque es una dura ley de vida la que en tantas ocasiones planta su mandato, en otras muchas ansiamos obedecer al que sepa y quiera llevarnos.