miércoles, 3 de noviembre de 2010

Lengua relajada

Era el año 1983 o 1984 y yo estudiaba en Salamanca. Decidí matricularme en un curso de yoga, que impartía mi profesor de Fenomenología e Historia de las religiones, Carlos Castro Cubells, un hombre de aspecto venerable, con la barba y el pelo muy blancos. En la cabecera de la gran habitación en la que nos reuníamos se sentaba él, en posición de loto, y los demás, unos treinta, muy cerca de la pared y formando un rectángulo, nos alineábamos en la misma posición. Teníamos que estar cómodos. El que tuviese cinturón que lo desabrochase, para no sentirse ceñido. La espalda, recta. Las manos, sobre las piernas. Nos instaba a que fuésemos tomando conciencia de cada una de las partes de nuestro cuerpo, y a que aspirásemos y espirásemos muy despacio, desde el diafragma. “Lo más difícil, decía, es relajar la lengua. Concentraos en ello, relajadla”.
¡Qué gran consigna! “Relajad la lengua”, para que, añado yo ahora, “malas palabras no salgan de vuestra boca” (Efesios 4, 29). Podría parecer que una lengua relajada estaría muy suelta, sin ceñidores, fácil presa por tanto de burradas e insultos. Pero hay que volver al contexto del que partíamos, aquél en el que, bajo las instrucciones de Don Castro Carlos Cubells, intentábamos pacificar nuestro cuerpo y de paso nuestro espíritu. La consigna entonces sería “pacificad vuestra lengua”, buenas palabras salgan de vuestra boca. El que se relaja está en calma, lo nutre el sosiego, le asiste la sabiduría. Sus pronunciamientos serán inteligentes, matizados, erróneos muchas veces, pero nunca sucios.

2 comentarios:

Cristina Brackelmanns dijo...

Pues es verdad. La lengua de las viboras siempre está nerviosa y lista para dispararse.
Qué buen consejo, mucho mejor relajarla que contenerla. Hay que ver lo que se aprende en Salamanca.

Jesús dijo...

Es curioso, porque mientras escribía la entrada pensé también en la lengua de las víboras.