La paradoja nos es indispensable para entender el cristianismo. Quien intente resolverla eliminando uno de sus polos, aquél frente al cual el otro parece decir lo contrario, se ciega a sí mismo y ya no podrá comprender qué cosa sea la realidad cristiana. Toda herejía nace porque no soporta la tensión del nudo paradójico. Lo desanuda, elige una parte del binomio al precio de convertirse en “mononómica”. Ya no mantiene el todo, deja por ello de ser “católica”, quedándose sólo con uno de los cordones una vez desecho el lazo: aquí un Jesús que es sólo hombre, allí un Jesús que es sólo Dios; aquí sólo la institución, allí sólo el carisma; aquí sólo la libertad, allí sólo la gracia; aquí sólo la comunidad, allí sólo el individuo; aquí sólo la carne, allí sólo el espíritu. Debemos salvar la paradoja, permanecer de pie en medio del balancín, para no perder ningún trozo de realidad cristiana.
Aunque, bien mirado, lo que viene a resolver el “paradójico” cristianismo son las paradojas de la vida, sus tensiones contradictorias, pues es en él donde se realiza la síntesis de todo. Entonces, más que salvar la paradoja para mantener el cristianismo, sería más cierto afirmar que hay que salvar el cristianismo para que las paradojas de la vida humana no devengan irresolubles contradicciones. Sería en la vida donde se da la tensión y sería el cristianismo el que vendría a deshacerla. La tensión hombre y Dios, ¿no se resuelve en Jesús, verdadero hombre y verdadero Dios? La tensión hombre y mal, ¿no se deshace en Jesús vencedor del mal (expulsión de los demonios, curación de los enfermos, resurrección de los muertos), víctima del mal (pasión y muerte), y triunfo glorioso sobre todo mal (resurrección)? La tensión individuo y sociedad, ¿no se disipa en la imagen de la vid y los sarmientos, el pastor y las ovejas, la cabeza y el cuerpo, en donde los cristianos aparecen como uno en la comunión con Cristo sin que ello suponga la pérdida de la individualidad sino todo lo contrario?
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