Yo sí soy capaz de matar a
una mosca: espero no ser sospechoso de nada.
jueves, 20 de junio de 2013
lunes, 17 de junio de 2013
La ilusión del héroe
No son pocas las veces que aparece la palabra
“héroe” en los medios. Puede incluso que lo haga con demasiada frecuencia. Los
de la roja fueron unos “héroes”, Rafa Nadal acaba de ser un “héroe”, “héroes”
son los de la plataforma contra los desahucios, los tédax son igualmente unos
“héroes”, y así otros muchos que podrían citarse.
¿Será que los necesitamos como una
suerte de adrenalina moral que ponga nuestras almas a funcionar? Lo
verdaderamente contrario de moral, decía Ortega, no es inmoral sino
desmoralizado. De hecho cuando se dice que uno está bajo de moral es que está
bajo de ilusión. Los héroes entonces serían moralizantes en tanto que
ilusionantes, levantadores del ánimo.
viernes, 14 de junio de 2013
... con persecuciones
En verdad os digo que quien
deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por
el evangelio, recibirá ahora, en este tiempo cien veces más (¡bien!), casas (¡estupendo!) y
hermanos y hermanas (¡qué gozada!), y madres e hijos y tierras (¡bueno, bueno,
bueno!), con persecuciones (vaya...).
jueves, 13 de junio de 2013
Cubrir, amar
En esta entrada había comentado dos casos,
uno cinematográfico y el otro real, en los que la acción de cubrir con el
propio cuerpo el cuerpo de otra persona representaba un acto máximo y tiernísimo de
amor. Me acordé de ellos el pasado 9 de junio, al leer el relato del primer
libro de los Reyes donde se narra cómo Elías, echándose tres veces sobre un
niño, le había devuelto la respiración que había perdido a causa de una
enfermedad grave. La cubrición da vida, a imagen de la cubrición por
excelencia, la de la mujer por parte del varón, que va más allá y la crea.
martes, 11 de junio de 2013
Nada dura o la espera del fruto
Escribe Javier Marías: “He expresado a menudo mi preocupación y mi creciente
angustia por la manera en que se vive hoy el tiempo, o su transcurso. Lo que me
resulta más desconcertante es lo lejos -lo antiguo- que queda todo en seguida.
Lo he dicho otras veces: en cuanto algo se hace presente, por el mero hecho de
suceder o existir se convierte al instante en pasado, y además en pasado
remoto. Todo se torna viejo nada más nacer: los libros, las películas, las
revueltas, los derrocamientos, las guerras, los nuevos rostros y los nuevos
talentos, lo esperado y lo inesperado, lo sorprendente y lo consabido”. Estoy de acuerdo. Creo que es un efecto de la globalización y de
la accesibilidad instantánea de la información: una gran noticia saca de escena
a otra, la cual a su vez había hecho lo mismo con la anterior, la cual... ad infinitum. A mí se me hizo especialmente
patente con la dimisión de Benedicto XVI y el nombramiento como papa de
Francisco I. Fueron noticiones, grandes noticiones, pero su impacto en mí no
duró nada. Es más, con respecto a la elección del cardenal argentino Jorge
Mario Bergoglio para ocupar la cátedra de Pedro, nada más saberlo, instintiva
pero también reflejamente me retraje para que no se me convirtiese de inmediato
el evento en papilla. Quería que pasase todo el barullo inicial, que saliera el
asunto del circuito vertiginoso y devorador de los mass (que hoy son más mass que
nunca) media y entrase en el tiempo
lento y el espacio escondido donde las cosan son en verdad y pueden madurar.
Por otro lado, sólo cuando las cosas dejan de ser nuevas y empiezan a cumplir
días y semanas, que serán después meses y años, ocurre lo importante: fructifican.
miércoles, 5 de junio de 2013
El XIX español
Dado a la lectura de libros de la historia
de España desde hace varios meses, de la cual quiero tener una imagen factual y
cronológica que no se desvanezca demasiado pronto en mi memoria, heme aquí que
doy con mis huesos con el siglo XIX. Sus acontecimientos, personajes y giros son
tantos que a uno le parece estar ante un caleidoscopio especialmente mareante.
No poco trabajo y paciencia me costó la lectura de España,
1808-1939, de Raymond Carr. Acaso sea ésta la razón de que a Benito Pérez
Galdós le salieran cuarenta y seis episodios nacionales: menos hubiera sido
imposible.
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