domingo, 31 de octubre de 2010

En el fondo...

Muchas veces nos hemos escuchado decir, o lo hemos escuchado a otros, con respecto a los no creyentes, que “en el fondo creen”. En Mira por dónde, la Autobiografía razonada de Savater, el filósofo donostiarra dice que “no sólo no soy ‘creyente’ en el sentido religioso del término sino que tampoco creo que los creyentes crean”. A unos (yo, en algún tiempo) se nos da por afirmar que no creemos que el no creyente no crea. Ahora resulta que tampoco falta quien afirme lo contrario, que “no creo que los creyentes crean”. Qué lío. A partir de aquí uno puede optar por el sainete o por la reflexión. Confieso que me tienta la primera opción, y la seguiría si tuviera ingenio humorístico, con un tono surrealista, a los hermanos Marx, o mejor, a lo Tip. O hilvanaría un tirabuzón chestertoniano, si estuviera en mi mano hacerlo.
Para Savater es del todo punto evidente, meridiano, incontestable, la inexistencia de un Dios personal, y lo es con un grado tal de intensidad y convicción que no puede decir sino lo que dice. Para algunos creyentes lo mismo pero al revés. Les es de tal punto incontestable y vital la existencia de Dios que les resulta inimaginable que no crea el que dice no creer. Cada uno transfiere al fondo del otro el peso de la propia evidencia, y desde esa evidencia así transferida juzga que el otro tiene que creer lo que uno cree, por más que sus palabras digan lo contrario. Uno de los busilis de la cuestión es el “en el fondo”. “Usted, en el fondo…”. Yo opino que estos fondos de unos y otros hay que dejarlos aparte y tranquilos. Si una persona me dice seria y honestamente que no cree pues yo lo creo, y no se me ocurre enmendarle la plana apelando a “su fondo”. Espero que él haga lo mismo conmigo. Es justo aquí, una vez “liquidados los fondos”, donde tendría que comenzar el diálogo entre el creyente y el no creyente, dando cada uno razones de su fe y de su increencia. Hay que cejar en el empeño de interpretar al otro saltando por encima de lo que él nos dice de sí mismo.

viernes, 29 de octubre de 2010

Teorema

Teorema (1968), de Pier Paolo Pasolini. Estamos en Milán, en los años 60, en el seno de una familia de la alta burguesía. Son vísperas de la llegada de Eduardo (Terence Stamp), un joven amigo de la familia. Eduardo apenas habla, es, está, centro en torno al cual todos los demás bullen, anhelantes. Se le ofrece primero Emilia, la sirvienta, y él se entrega. Después Pietro, el hijo, Odetta, la hija, Lucía (Silvana Mangano), la madre, y Paolo, el padre. En la actitud de ellos se mezcla el deseo, la súplica y el ofrecimiento. Eduardo, bello, dócil, asequible, no los rechaza. Responde a su solicitud y calma su desasosiego, entregándose. Bajo su forma de gigoló, Eduardo es el inocente, el ángel tranquilo que, uno tras otro, los cubre con sus alas consolándolos de su vacío y su desamparo. Pero llega el día en que anuncia su marcha. Es el turno de las confesiones y las palabras. Todos le hacen saber el cambio que ha operado en ellos, el vacío en que los deja su marcha. Eduardo escucha, calla, acompaña. Finalmente se va y surgen las reacciones.
Emilia, la sirvienta, vuelve a su pueblo. Se sienta en un banco pegado a una pared, dentro de una especie de plaza o de patio. Sus vecinos la han visto llegar. Permanece sentada, inmóvil, muda, sin atender a las preguntas y ruegos de sus cercanos. Su único gesto, después de haber rechazado todas las comidas, es señalar una planta de ortigas. Es lo que come, sopa de ortigas. Su pelo ha encanecido. Un día, para sobresalto de todos, la ven suspendida en el aire sobre el tejado, con los brazos en cruz. Más tarde, al amanecer, sale del pueblo acompañada por una vieja señora. Llegan a un hoyo excavado en un arrabal y Emilia le pide que la cubra de tierra. Sólo quedan al descubierto sus ojos. “Vete, mis lágrimas no son de dolor”. La anciana arroja la azada y marcha.
Odetta, la hija, contempla en su habitación las fotos que le había hecho a Eduardo. Se echa a llorar sobre la cama, desesperadamente. Cuando la encuentran está rígida, con los ojos abiertos y el puño crispado. La ingresan en un hospital psiquiátrico.
Lucía, la madre, coge el coche y deambula por la ciudad. Cruza su mirada con un joven. Se para y él sube. En la casa de éste hacen el amor. Mientras duerme, Lucía marcha y circula otra vez por las calles. Se detiene junto a dos jóvenes, a los que deja subir. Salen fuera de la ciudad y llegan a un descampado, al lado de una vieja iglesia. En una zanja, tiene lugar el encuentro sexual con uno de ellos. Los deja después en un pueblo y retorna a Milán. Pero al pasar junto al descampado enfila el coche y aparca junto a la iglesia. Lucía entra y cierra las puertas.
Pietro, el hijo, descubre una posible vocación artística. Cubre cristales con surcos de pintura. Finalmente decide marchar a vivir solo en un apartamento, donde se entrena como creador. Pone en el suelo un cuadro pintado de color azul. Orina sobre él.
La autoestima de Paolo, el padre, ha caído en picado tras su encuentro con Eduardo. ¿Por qué ha salido a flote su homosexualidad? Por esto y por más cosas. Lo vemos en una estación de tren. Sus ojos se cruzan con los de un joven que está sentado. Se levanta y se dirige a los lavabos, en los que entra no sin antes volver su cabeza hacia Paolo. Pero Paolo no va tras él. Se desplaza unos metros y se para. Comienza a quitarse la ropa hasta quedar desnudo. La gente se arremolina a su alrededor. La cámara enfoca sus pies, que se abren paso entre la multitud. En la siguiente imagen, Paolo, desnudo, corre por un desierto gris. Lanza un grito.
Este páramo de ceniza había aparecido unos minutos después del comienzo de  la película, al tiempo que se oían estas palabras: " Y Dios llevó a su pueblo a través del desierto".
¿Emilia y la mística? ¿Odetta y la locura? ¿Lucía y la conversión? ¿Pietro y el arte negador? ¿Paolo y la desesperación que purifica? El teorema de una desintegración tras la que ¿se abren caminos o se cierran? ¿Se alza la esperanza o cae la desesperación? ¿Quién es Eduardo? ¿Ángel o diablo?

jueves, 28 de octubre de 2010

Bien de ojo

Tras ver Io sono l´amore, estupendísima película de Luca Guadagnino, se mantienen en mi memoria los ojos de la abuela, Allegra, ojazos más bien. Descubro después, para mi sorpresa, que se trata de Marisa Berenson, a la que no había reconocido. El caso es que, una vez más, unos ojos me asaltan. Mantengo con ellos una relación de amor intensísimo. Si tuviera ganas y mañas escribiría un libro sobre los ojos, los de amigos, conocidos, familiares, actores, actrices, gatos, perros. Hablaría de su profundidad, de su brillo, de sus aguas, de su transparencia, de su enigma. No sé cuáles pondría en la portada. ¿Los de Montgomery Clift, fascinantes bocas hambrientas? ¿Los de Ana Torrent cuando era niña, impresionantes sumideros? ¿Los de Olimpia, la perra de Aurora, suplicantes y otorgadores? ¿Los de Jesús, un primo de mi madre, tan inocentes que lavan lo que miran? Cuando ando con estas consideraciones siempre acude a mi mente el título del libro de García Márquez Ojos de perro azul, evocando no sé qué cosas. ¡Menudos ojos!, decimos de ojos que no son nada menudos.
Frente al mal de ojo, el bien de ojo, de ojos, de los ojos.

miércoles, 27 de octubre de 2010

Bordado

La bondad no deja rentas. De la de ayer ya no puedes vivir. Eres bueno si lo eres hoy, cosa que no te valdrá para mañana. Existe el hilo que va de día a día, claro, pero el bordado se deshace por la noche y al día siguiente hay que reinventarlo.

viernes, 22 de octubre de 2010

Salvar la paradoja

La paradoja nos es indispensable para entender el cristianismo. Quien intente resolverla eliminando uno de sus polos, aquél frente al cual el otro parece decir lo contrario, se ciega a sí mismo y ya no podrá comprender qué cosa sea la realidad cristiana. Toda herejía nace porque no soporta la tensión del nudo paradójico. Lo desanuda, elige una parte del binomio al precio de convertirse en “mononómica”. Ya no mantiene el todo, deja por ello de ser “católica”, quedándose sólo con uno de los cordones una vez desecho el lazo: aquí un Jesús que es sólo hombre, allí un Jesús que es sólo Dios; aquí sólo la institución, allí sólo el carisma; aquí sólo la libertad, allí sólo la gracia; aquí sólo la comunidad, allí sólo el individuo; aquí sólo la carne, allí sólo el espíritu. Debemos salvar la paradoja, permanecer de pie en medio del balancín, para no perder ningún trozo de realidad cristiana.
Aunque, bien mirado, lo que viene a resolver el “paradójico” cristianismo son las paradojas de la vida, sus tensiones contradictorias, pues es en él donde se realiza la síntesis de todo. Entonces, más que salvar la paradoja para mantener el cristianismo, sería más cierto afirmar que hay que salvar el cristianismo para que las paradojas de la vida humana no devengan irresolubles contradicciones. Sería en la vida donde se da la tensión y sería el cristianismo el que vendría a deshacerla. La tensión hombre y Dios, ¿no se resuelve en Jesús, verdadero hombre y verdadero Dios? La tensión hombre y mal, ¿no se deshace en Jesús vencedor del mal (expulsión de los demonios, curación de los enfermos, resurrección de los muertos), víctima del mal (pasión y muerte), y triunfo glorioso sobre todo mal (resurrección)? La tensión individuo y sociedad, ¿no se disipa en la imagen de la vid y los sarmientos, el pastor y las ovejas, la cabeza y el cuerpo, en donde los cristianos aparecen como uno en la comunión con Cristo sin que ello suponga la pérdida de la individualidad sino todo lo contrario?

sábado, 16 de octubre de 2010

El origen (radical) del mal

Un hombre absolutamente inocente ¿podría, a solas, desde las entrañas de su libertad, “inventar” el mal constituyéndose en el primer malo, siendo él mismo el tentador y el tentado, o sería necesaria la existencia de un “malo” precedente  que, en un contexto no ya monológico sino dialógico, le presentase el mal como posibilidad? Al hombre edénico, libre de culpa, ¿no le tenía que ser sugerido el mal para que pudiese escogerlo? Él lo inicia sobre el mundo, pero ¿parte de un punto cero, él mismo, o sigue la estela del Principio, del Príncipe del mal? ¿Podía el primer hombre, desde la nada de su libertad, crear el mal, o sólo podía abrirle la puerta para hacerle sitio en el escenario de la historia? ¿Fue aquel primer pecado una respuesta a una propuesta de una potestad maligna o se constituyó el hombre como único poder contrario a Dios sin la invitación de nadie? “La serpiente me sedujo y comí” (Gn 3, 3): ¿explicación alegórica de una auto-seducción o de una hetero-seducción? ¿Es el hombre un príncipe que se corona o hay un Príncipe que lo invita a coronarse?

jueves, 14 de octubre de 2010

En el patio

El verano es un patio. El invierno, un claustro. Me gustan más los patios que los claustros y a medida que pasan los años mayor es mi preferencia por los primeros. 
Pues bien, henos aquí de vuelta al claustro. Las lluvias enterizas, plomizas, nos encierran dentro. Por muy casero que sea uno, que lo soy, lo soy de casa con huerta, patio y jardín, todo un poco revuelto, nada versallesco, con lo cual, llegado el invierno, esa parte posterior queda clausurada, a merced de fríos y lluvias. “Hacia dentro, hacia dentro”, ordena el invierno, y uno, mal que le pese, con la cabeza gacha asiente. Habrá quien necesite invernar para entrar dentro de sí y producir sus frutos. Acaso yo también, y la vuelta a los cuarteles de invierno sea volver a la habitación pascaliana, con velas (flexos) a lo Georges de La Tour, para dar de sí lo que se lleva dentro. Pero el verano no me expropia hasta el punto de dejarme sin interioridades, nada de eso. En el patio y a la sombra del kiwi, con luz solar entorno, es como uno quiere estar y gestar.

miércoles, 13 de octubre de 2010

Ojos de perro

Me turbaban sus ojos, su presencia, ¡y era un perro! ¡Qué tremendos ojos de perro! Había tanta demanda ellos, tanto otorgamiento, que creía estar en presencia de un santo. ¿Existe una “santidad” animal? Le pasaba la mano por el lomo y la cabeza, ¡pero me parecía tan poco! Tendría que haberlo abrazado y soltarme a pleno corazón, para que ambos quedásemos satisfechos. Su inocencia me azoraba. Nunca me había ocurrido tal cosa. Newman dice en uno de sus sermones que sabemos más cosas sobre los ángeles que sobre los animales. La “personalidad” de los primeros, en tanto que espíritus puros, es más imaginable que la de los segundos, extraña mezcla de irracionalidad y “ánima”. Un perro es un compañero, un mediador, un puente, un misterio.

lunes, 11 de octubre de 2010

Tengo que mover este dedo

El que anima es el que viene a continuación del que consuela. Quien quisiera ser un animador de verdad, un reforzador del “anima” y de la voluntad, tendría que ver Escrito bajo el sol, de John Ford. El personaje interpretado por John Wayne, Spig, un piloto de aviación, queda tetrapléjico tras caer por una escalera. No hay nada que hacer, dicen los médicos. En cambio el extraordinario personaje interpretado por Dan Dailey, Jughead, opina lo contrario, que hay mucho que hacer, y a ello se pone, con obstinación maravillosa, para lograr que Spig recupere la movilidad. Hay que empezar por un dedo del pie. “Venga, Spig, dilo, tengo que mover este dedo, tengo que mover este dedo, tengo que mover este dedo”. Jughead, incansable, alegre y lleno de entusiasmo, lo acompaña en el recitado de este único verso, echando mano del canto y la mandolina. Y así día tras día, semana tras semana, mes tras mes. Y el milagro se produce, un milagro conjunto, el de que no se cansó de animar y el de que no se cansó de ser animado, dos voluntades y confianzas en acción: el dedo se mueve.

sábado, 9 de octubre de 2010

Amigos

Hay amigos permanentes y amigos estacionales. Estos últimos nos acompañan durante un período de nuestra vida, para desaparecer después, ellos para nosotros y nosotros para ellos. Yo hubiese querido que quedasen para siempre en mi vida, no todos, pero sí más de uno. Hay momentos en que los añoro. Con respecto a otros, no me importa que hayan caído en el olvido. Quién sabe si soy yo añorado por ellos. De otra categoría son los que ni siquiera fueron en su momento amigos, sólo compañeros por los que sentía un gran cariño. Hoy, mi recuerdo los aureola dotándolos sin duda de más presencia que la que un día tuvieron. El caso es que vienen con sus caras sonrientes y se postulan como el amigo posible que, en manos del pasado, son ya sólo foto fija. Quisiera uno desprenderlos de ella, robárselos al pasado.

viernes, 8 de octubre de 2010

La residencia

Quedó llorando. El que hacía las veces de bedel le pasó el brazo por encima de los hombros. Cuando llegamos ya nos había parecido un hombre bueno. Nos dimos la vuelta y seguía allí, tras la puerta, sollozando. Nos dijo adiós con la mano. Se sentía triste y desamparada en este su nuevo mundo, la residencia de ancianos. Llevaba poco tiempo, no mucho más de un mes, y seguía haciendo duelo por su casa, en la que había vivido sola, sí, pero en su hogar. La decisión de trasladarse a una residencia la había venido sopesando desde hacía un tiempo. Sin más familia que sus hermanos, cuñadas y sobrinos, todos en Venezuela, con una pierna aquejada de poliomielitis desde que era niña, llegaría un momento en que ya no se habría valido por sí misma. “Nunca pensé que acabaría en una residencia”, nos dijo. El choque con otros viejos como ella, unos con andador, otros en silla de ruedas, la abatió profundamente. En la habitación se mostró muy parlanchina, como siempre, dándonos detalles de su nueva vida allí. Se refirió a su compañera de habitación, al resto de las ancianas: “Dios me libre de sentirme mejor que nadie, quién sabe en que me convertiré, pero me parecen todas unas chismosas”, a los hurtos que tenían lugar -su dinero lo tenía a buen recaudo una de las jefas-, al hecho de que la hubiesen dejado sin tijeras y agujas: “¿Y qué hago si me cae un botón? Y tengo un pantalón nuevo al que quiero subirle”. Pasaba el día encerrada en su habitación para no ser testigo de la decrepitud de los otros. Le bastaba con la suya. Nos acompañó hasta abajo. La besamos, la acariñamos, mientras le caían las lágrimas. Quedó en manos de un brazo protector.

jueves, 7 de octubre de 2010

Figura

En este cuerpo mío no quepo, inhábil para la destreza, con pesos en las piernas y en los brazos. Me veo bailarín, atleta, gimnasta, cometa, pájaro. Lo junto todo y sale mi cuerpo nuevo. Y será bello, no porque se ajuste al canon griego ni a ningún canon, sino por su plenitud de gracia, su hallazgo de gloria en otro mundo. Pero sólo la ascesis nos hará aptos para la transfiguración. Los ávidos, figurines y figurones de este mundo, se hundirán tanto en la tierra que ningún aire sabría alzarlos.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Cuerpo "espiritual"

Creo recordar que, en un reportaje sobre la anorexia, una de sus víctimas pretendía una espiritualización del cuerpo. ¿No es la intención de fondo del ayuno crear un vacío corporal para dejar espacio al espíritu? Acaso aquella víctima, inicialmente animada por motivos estéticos, acabó queriendo llegar al extremo de la delgadez para, convirtiendo el cuerpo en puro hilo, quedar a un paso de ser espíritu. Mediante un ayuno hipertrofiado que, quilo tras quilo y después gramo tras gramo habría ido restando masa a su carne, estaría buscando una monstruosa finura que, ante sus ojos, la hiciese aparecer como un cuerpo tenue, evanescente, grácil, “espiritual”. Pero ¿se mantendría en esta meta alcanzada, al fin sólo piel, sólo huesos, o, en la lógica de su propósito, querría más, la desmaterialización, la invisibilidad, tras el paso por la muerte?

martes, 5 de octubre de 2010

Cara y cruz

El mal anima a no creer, el mal anima a creer: obstáculo para la fe y acicate para la fe. Recuerdo las dos respuestas distintas que dieron dos víctimas de los atentados de Madrid del 11 de marzo de 2004 un año después de ocurrida la tragedia. “Antes era agnóstico, ahora soy decididamente ateo”, había dicho uno. El otro, que había perdido a su mujer, se expresó en estos términos: “Tiene que haber algo más, no puede ser que esto sea todo”. Para unos el mal es última palabra y no hay más que hablar: él mal gana. Para otros es intolerable que sea él la última palabra: no, es penúltima y será la verdaderamente última la que lo venza. En última instancia, es la libertad del hombre la que escoge un camino u otro. En Shoah, el impresionante documental sobre el Holocausto de Claude Lanzmann, una de las supervivientes entrevistadas declaró que Auschwitz había sido tan horrible que hasta Dios había huido de él. Pero otros lo trajeron, como el padre Maximiliano Kolbe, que no desfalleció y siguió ejerciendo como pudo su ministerio llevándolo hasta su más alto grado, la entrega de la propia vida al ofrecerse para reemplazar a un compañero, padre de familia, que había sido señalado para morir de hambre. Ante el mal Dios huye abandonando al hombre, dice la primera. Ante el mal Dios se ofrece para sufrir con él, dice Maximiliano Kolbe. Cara y cruz. Pero sólo la cruz salva.

lunes, 4 de octubre de 2010

Sólo misterio

Vuelve una y otra vez mi “no sé quien soy”, contra el que se alza siempre el “yo sé quien soy” de Don Quijote. ¿Cuál es el contenido de este mensaje que me frecuenta tanto últimamente? Quizá se trate de un suave empujón a descender más, o a ascender, para llegar a orillas donde quede mejor definido. Un “yo sé quien soy”, ¿no puede ser una trampa si ello significa quedar anclado sin desplegar las velas? Pero a lo mejor tampoco importa tanto saber quién sea uno si ello significa descifrarse donde no hay ningún enigma, sólo misterio. Y los misterios pertenecen a Dios.

sábado, 2 de octubre de 2010

El nudista bueno

Volverán las prendas de invierno, tan pesadas, y diremos adiós a las del verano, tan flotantes. Pena me da. Acaso los nudistas quieren flotar todavía más y por eso se quitan toda vestidura. De alguna manera se conectan con nuestros padres edénicos, que paseaban desnudos por el jardín. El moralista, ese pesado, no tardará ni un segundo en avisarnos de las indecencias del naturismo. Aunque las tenga, ¿no será capaz de advertir, mezclado con ellas, el ansia de libertad, hasta de inocencia, que alberga el buen paisano que se desnuda en la playa y se entrega al sol y al mar, no ya ligero de equipaje sino sin equipaje alguno? ¿Sólo paganismo?  Chesterton no se cansaba de alabar las buenas virtudes del antiguo pagano. ¿No las tiene también el moderno? Quién sabe si el que se desnuda físicamente no deja de aspirar a la desnudez espiritual.