Cuando veo a un anciano caminando lentísimamente, encorvado, sin expresión en la cara, siento la humillación que ello supone. De aquí tiene que nacer una total sumisión, salvo que se quiera vivir a la contra, aunque seguramente no haya ya fuerzas para esto. Los ancianos completamente envejecidos nos avisan de que sólo sobre una humildad radical acierta uno a saber algo de la vida.
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