jueves, 31 de marzo de 2011

Ptolomeo

Hace unos días decidí ir a la costa para escuchar el sonido del mar y ver el atardecer. Me senté en una roca y clavé los ojos en el sol, dispuesto a acompañarlo en su descenso hasta la línea del horizonte. Apenas si desvíe la mirada de él durante todo este tiempo, que duró más de media hora, lo cual no requirió de mí apenas ningún esfuerzo pues el sol me había prendido y yo me dejé querer. Al fin, muy poco a poco, se hundió del todo en el mar. Me acordé complacido de Ptolomeo.

(El milagro cigüeñil que se contó aquí tuvo como causa, parece ser, la destrucción de su nido por parte de unos imbéciles. Se trata una pareja que llevaba dos o tres años en un aldea que está a cinco quilómetros de Silleda. Ahora se entiende que aparecieran en marzo, cuando tendrían que haber llegado en enero o febrero. Por tal razón, más bienvenidas seáis, amigas cigüeñas).

martes, 29 de marzo de 2011

Fama

Eulalia (así la llamaremos) fue una magnífica profesora de literatura durante muchos años en un colegio privado perteneciente a una orden religiosa en una ciudad que vamos a llamar Fama. Los alumnos la adoraban, la querían los padres de éstos, y el director estaba muy orgulloso de tenerla en su plantilla. Se hizo famosa en Fama, y hasta en la provincia, y de un sitio y de otro la requerían para dar conferencias. También en esto era una especialista consumada. Podía hablar de cualquiera cosa, tanta era su cultura, su inteligencia, su ingenio, su brillantez, su profundidad, también a veces su mordacidad, siempre lejos de sofismas y demagogias. Persona buenísima, letrada rigurosa, maestra excelente, mujer vital y entusiasta.
Un día, un alumno le pidió hablar con ella. Le confesó que se sentía atraído por las personas de su mismo sexo y que no sabía cómo digerir tales deseos. Eulalia lo tranquilizó, le dijo que dejase que transcurriese el tiempo para ver si se confirmaban o se trataban de algo episódico. Si resultaba lo primero, no pasaba nada. Debería aceptarlo desde lo más hondo y construir su felicidad. Su condición homosexual no iba a ser un obstáculo. Integrada dentro de su personalidad, sería una parte de ella, ni más ni menos importante que cualquier otra. Eulalia, deseosa a toda costa de poner a su alumno en paz consigo mismo, fue un poco más allá y, en un paso audaz y, ¡ay!, arriesgadísimo que a la postre fue su perdición, le abrió su propio corazón, quizá queriendo ofrecerse como imagen tranquilizadora en la que el chaval pudiera apoyarse. Le confesó que también sus sentimientos iban dirigidos a las personas de su mismo sexo, y que a veces se enamoraba platónicamente de alguna de sus alumnas, si bien todo quedaba dentro de su corazón. El alumno se lo contó a su madre, íntima amiga de Eulalia. ¿En qué términos? A lo mejor ya tuvo lugar aquí una primera tergiversación no intencionada. El caso es que, aquélla, de haberse comportado realmente como una amiga, hubiese hablado con Eulalia, de corazón a corazón, y todo habría terminado aquí. No lo hizo. Lo que sí hizo fue ponerlo inmediatamente en conocimiento (¿tuvo lugar aquí una segunda deformación de los hechos?) del director. Éste llamó a capítulo a su profesora y, tras ponerla al corriente de lo que sabía, y aun a pesar de todas las explicaciones de Eulalia acerca de lo que exactamente había ocurrido, le pidió que comprendiera que no podía seguir en el centro. La fama de éste quedaría comprometida si era otra su resolución. Los diez años de magisterio ejemplar, de excelencia profesional, de entrega sin reservas de Eulalia, que tanto habían prestigiado al colegio, no valieron de nada a ojos del director y no impidieron por tanto que siguiese adelante con la decisión tomada. La entrega de Eulalia como maestra, no ya simplemente como persona, había llegado a su punto más alto cuando, al recibir el contenido del corazón de un alumno que acudía en su ayuda, correspondió en la misma medida para confortarlo abriéndole el suyo. Muchos pensarán que no hubiese sido necesario que llegase a tanto. Es cierto, no lo era (¿No lo era? ¿Y quién lo sabe?). Ella lo hizo, sin cálculo, espontáneamente, a lo mejor hasta irresponsablemente. No lo sé. Pero a la vista queda qué intención la animó a hacerlo.
Su vida terminó en Fama. Había comprado un piso de segunda mano que había ido decorando poco a poco, con mimo. La sala le había quedado preciosa, con las paredes color granate oscuro y una de ellas ocupada enteramente por una biblioteca blanca de pladur llena de libros. Tendría que ponerlo en venta, empaquetarlo todo y volver a casa de sus padres, para los que tendría que inventar una razón verosímil sobre la marcha de la ciudad tan querida, aparentando estar contenta de modo que no advirtiesen la sangre de su corazón roto. Su amigo del alma durante todos esos años, también profesor en el mismo centro, no le dio la espalda pero tampoco se puso de frente. Pudo haberla defendido intercediendo en su favor ante el director. No lo hizo. ¿Temió por su puesto de trabajo? Otro dolor sobre el dolor. ¡Cómo se acobardan en las horas oscuras los que son amigos en las horas claras!
Afortunadamente fueron muchos en Fama los que no creyeron lo que empezó a circular acerca de Eulalia, seguramente una bola de nieve ya muy crecida. Recibió llamadas de padres, de alumnos, de otro tipo de gente, que le mostraron su apoyo incondicional. El director que había antecedido en el cargo al que había despedido a Eulalia también la llamó. Le expresó su hondo sentir y le dijo que él nunca habría actuado como su compañero. Eulalia no estaba sola, lo cual fue un gran consuelo. Cuando yo oí de sus labios lo que le había ocurrido me resultó casi imposible creerlo. Se echó a llorar. Estaba destrozada. “Suso, tú sabes que soy fuerte, pero también frágil”. Con la fortaleza en una mano y la fragilidad en la otra tiró para adelante como pudo. Tardó bastante en reponerse. Su gran amigo dejó de serlo. Se había desacreditado a sí mismo.
Con el paso de los años Eulalia se sintió con fuerzas para volver a Fama, donde recibió de unos y otros calurosas muestras de cariño y que continuaron en las siguientes visitas que por distintos motivos tuvo que realizar. Eulalia quería saber a toda costa de unos y de otros: qué había sido de A, tan brillante y tan bueno, qué carrera estudiaba B, cómo estaba la madre de C, y D, ¿qué hacía D, que tan entusiasta era de Kafka?
El trabajo que ha tenido todos estos años lo ha cumplido y lo cumple de modo brillante, como no podía ser de otra manera. Es feliz. Pero su pasión continúa siendo la enseñanza. Cualquier día, ¿quién sabe?, son tantas las vueltas que da la vida, volverá a estar dentro de un aula al frente de un grupo de chicos y chicas que se beneficiarán de su magisterio. Más que nunca, los tiempos actuales la necesitan.

lunes, 28 de marzo de 2011

Cigüeñas en Silleda

¿Qué milagro nos ha traído a una pareja de cigüeñas a Silleda? La sorpresa en el pueblo ha sido grande y el contento mayor. Están construyendo su nido en una grúa torre. Como retornan siempre al mismo nido significa que las tendremos con nosotros para siempre, un siempre tal vez no interrumpido por su ausencia otoñal, cuando emigran, pues son muchas ahora las que ya no lo hacen. Mi recuerdo las ve sobre el Convento de las Úrsulas, en Salamanca, regias y recias allá en lo alto. Creo que fue entonces cuando supe que ellas crotoran, verbo precioso que designa el sonido que producen con el pico. El zureo de las palomas, el graznido de las gaviotas, el crotoreo de las cigüeñas. ¡Qué hermosa es nuestra lengua! Comenzado el año y echado a andar el invierno, las mimosas por un lado y ellas por el otro anuncian que la primavera está a la vuelta y que no hay razón por ello para el desánimo. “¡Ya estamos aquí, ten esperanza, somos las emisarias del tiempo nuevo y bueno!”

domingo, 27 de marzo de 2011

Tiempo de duelo

Me pregunto si a las personas que viven en culturas que tienen reglamentada la duración del duelo les es más fácil salir de él sin cronificarlo. El oficializado plazo de las lágrimas, ¿les ayudará a ponerles fin, pues si es humano dolerse no lo es dolerse sin medida de tiempo, todo el tiempo? El dicho “el muerto al hoyo y el vivo al bollo” acaso esconda por eso una gran verdad, a pesar de su crudo realismo. La vida sigue, pero de poco vale que siga si no va siendo cada vez más vida y menos muerte. Vale estar un tiempo con el muerto en el hoyo: es lo que necesitamos pues muerto él muertos nosotros. Un tiempo. ¿Cuánto tiempo? Dependerá de cada caso, aunque bien se sabe que son muchos los que se quedan en la fosa el resto de su vida. Habría que luchar por salir de ella en cualquier caso, dejar al muerto que cumpla su destino de muerto y nosotros seguir cumpliendo nuestro destino de vivos. Ninguna ayuda recibiremos para esto de la (in)cultura imperante, que, puesto que no sabe que hacer con la muerte, menos sabe que hacer con su dolor.

sábado, 26 de marzo de 2011

¿Dónde las plazas?

¡Ah, tanta intimidad y tanta lírica! ¿Dónde las plazas y las narraciones? ¿No se ahogará en sí mismo, incapaz de crear un mundo con fuentes y personas?

Triste por estar triste

La tristeza del envidioso debiera apelar a una segunda tristeza, la que sentiría por sentir la primera. Con ella comenzaría la purgación y el remedio, en camino hacia la alegría de la admiración.

(Y aquí, La doma. El domador es mi hermano Pepe)

jueves, 24 de marzo de 2011

Muy digna

Allá por los años 60, mi tía pasó un año en Italia. Durante una temporada trabajó en un hotel. Se le ordenó que fuera a recoger un pedido y al llegar al último descansillo de la escalera vio que el mandadero que esperaba abajo era un apuesto y bellísimo italiano. Decidida a descender a lo Gloria Swanson en el Crepúsculo de los dioses, pegó un traspié y, de peldaño en peldaño, fue el culo y no los pies el que la llevó hasta el final de la escalera. Toda digna, comiéndose la rabia que la roía por dentro, se enderezó y, con mirada coqueta y desafiante, se dirigió al lindo muchacho en estos términos: “sogni giù per le scale come si desidera” (cada uno baja las escaleras como quiere).
(Años después, con un cardado recién hecho en la peluquería, hubo otras escaleras, otro traspié y la misma dignidad: “¿me he despeinado?”)

miércoles, 23 de marzo de 2011

Muerte amiga

Días cuaresmales de muerte silenciosa, de muerte amiga, la que, reduciéndonos a ceniza, nos reduce a nuestra raicilla de oro, bajo ella oculta, a la espera de oír la voz resucitadora: “Levántate, anda, vuelve a ser árbol vivo, savia ardiente, tú que has aceptado ser despojado de todo. Vive ahora, hombre de fuego”.

miércoles, 16 de marzo de 2011

Recurrencias: el f(río)uego del infierno

“En el Infierno no hay fuego..., el Infierno es de hielo y nada más que de hielo”.
(Miguel de Unamuno, La tía Tula)

“El infierno es frío”.
(Gonzalo Torrente Ballester, Crónica del rey pasmado)

“L´enfer, c´est le froid”.
(George Bernanos, Monsieur Ouine)

lunes, 14 de marzo de 2011

Charles Moeller

Las cosas verdaderamente importantes de una casa están en el desván. Los niños lo saben mejor que nadie. Y los no tan niños, el joven que yo era allá por el año 1983 ó 1984, también. En el de mi casa, una maleta guarda los libros de mi tío Perfecto, cura en Puerto Rico. Huroneando en ella, encontré un tesoro que fue decisivo en mi vida: los cinco tomos (muchos años más tarde supe que había otro más, el sexto, que compré ipso facto) de Charles Moeller, Literatura del siglo XX y cristianismo. Los devoré como sólo puede hacerlo un muerto de hambre. Nació entonces el lector que después fui para siempre. Gracias al teólogo belga (me viene ahora a la cabeza el momento en que Olegario, al comienzo de una de sus clases, nos anunciaba que Charles Moeller había muerto, en mayo de 1986) descubrí que la gran literatura nacía del esplendor y la profundidad, o mejor, que era esplendor y profundidad. Arraigados en lo más hondo del hombre, los grandes libros no eran paseos de diletante ni virtuosismos de narrador, sino aventuras del alma, llenas de inmensas preguntas y de respuestas no menos inmensas. El arte interpretativo de Moeller, su pericia para otear la geografía interior de los autores escogidos, me transportó de hito en hito por creadores y libros mostrándome el mar sin fondo que era cada obra literaria. Con la luz de la fe cristiana entraba en diálogo con autores cristianos y no cristianos, puestas sobre la mesa las grandes cuestiones teológicas. Para mí, poco después incipiente teólogo, me parecía ya imposible que la teología no fuese además literatura o sobre todo literatura. Luis Felipe Vivanco lo dijo mejor: “La teología se divide en dos: habitable e inhabitable. Cuando la teología es humanamente habitable, es poesía” (Diario).

Recurrencias: el eco de la gracia

"Todo es gracia" (San Pablo, Carta a los romanos)

“Todo es gracia” (Santa Teresa de Lisieux, en su lecho de muerte).

“Todo es gracia” (George Bernanos, Diario de un cura rural).

“Todo es gracia” (José Jiménez Lozano, Historia de un otoño).

domingo, 13 de marzo de 2011

El domingo

Me cuelgo de tus ojos
el domingo,
y de ellos vivo
el lunes y el martes,
el miércoles y el jueves,
el viernes y el sábado,
ansioso de colgarme
en tus ojos
el domingo.

viernes, 11 de marzo de 2011

Olvidar. Vista atrás

Olvidar los frutos de nuestros vientres, obras nuestras echadas a rodar por el mundo.

Si es para dar gracias o para lograr lágrimas reparadoras, entonces sí, vuelve la vista atrás.

jueves, 10 de marzo de 2011

También, más, ya sólo

No hay que olvidar nunca el “también”. Hay fracasos, pero también hay éxitos; hay tristezas, pero también alegrías; hay muertes, pero también hay nacimientos; hay traiciones, pero también fidelidades; hay odio, pero también hay amor; hay noche, pero también hay día. Y así seguiríamos, buscando el equilibro de la balanza, y si se puede, el desequilibrio a favor del bien. Entonces no diríamos también sino más: más dicha que pena, más esperanza que desesperación, más ángel que demonio, más belleza que fealdad, más sabiduría que ignorancia, hasta poder decir con San Pablo: “donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia”. Es esta sobreabundancia lo que anhela nuestra alma por encima de todo, sobre todo cuando aparenta sobreabundar el mal.
Es cierto que la biografía de muchas vidas queda desequilibrada del lado de los infortunios y desgracias: aquí el también compensador se cumple escasamente, o no se cumple en absoluto y el saldo final, a ojos humanos, presenta números rojos. Pero donde ojos humanos no ven otros sí ven, y no sólo ven, sino que reparan, curan, compensan hasta el infinito: sólo esto hace que, ante tanta injusticia y sufrimiento, la historia humana no sea al final una irrisión en manos de la nada absoluta. En el cielo quedará tan inefablemente tragado y digerido todo el terrible dolor de la vida que parecerá que nunca antes éste hubiese existido, o mejor, permanecerá en su ser más puro, fuente, desde nuestro costado, de una dicha para la cual no hay nombre.
El cielo es infinitamente más que el también, infinitamente más que el más. Es el ya sólo.

miércoles, 9 de marzo de 2011

Bendito polvo

Bendita humillación que me deja hecho polvo, que me hace morderlo, sólo si tú, después, lo conviertes en barro. Bendito beber los cálices si es para verme recorrido por tus ríos de agua viva. ¡Benditas las bajezas a las que nos lleva la vida si es para que aprendamos a ser reyes a tu lado!

La ceniza de mi madre

Este año le pidieron a mi madre que se encargara de obtener la ceniza con los palitos de los ramos de olivo del año pasado. Se puso a ello con un mechero, pero no fue posible encenderlos por su poca llama y la quemazón del dedo. Tampoco sirvieron después un trozo de papel o una piña porque alguna de sus cenizas podría mezclarse con la del olivo y esto mi madre no estaba dispuesta a consentirlo. “Pero mamá, tampoco pasaría nada”. Y en tono cómico solemne añadí: “Ya oigo a Jesús diciendo: ¡Ay de vosotros, hipócritas, que sois escrupulosos con la pureza de la ceniza pero no con la de vuestros corazones!’”. Se echó a reír. Yo, a petición suya, había bajado a ayudarla pero me pudo la impaciencia y medio me enfadé. La cocina estaba completamente ahumada y acabé marchando. Al final, no sé cómo, consiguió su poquito de ceniza de olivo. Ayer, cuando eran las ocho y cuarto de la tarde, vinieron a recogerla J., el párroco, y M, su hermana, pero al ver que era tan escasa le añadieron alguna de la de leña corriente, cosa que se hace todos los años. “¡Tenías tú razón!”, me dijo mi madre riéndose al aparecer yo en la cocina. 
La ceniza que me impongan hoy será también la ceniza de mi madre.

lunes, 7 de marzo de 2011

Un plan para Flannery

El viernes pasado, 4 de marzo, día de celebración del carnaval en los centros de enseñanza, un alumno de bachillerato del nuestro se disfrazó de Jesús con la cruz a cuestas. Me sorprendió. No sé si tendría que haberme indignado o sentirme ofendido. Lo único que se me ocurre ahora es llevarlo al terreno de la ficción planteando la siguiente situación. Se trataría de un alumno que, harto de las burlas de las que ha sido objeto por parte de un avinagrado profesor de religión, planea vengarse apareciendo en la mascarada disfrazado de Nazareno y con un rótulo colgado del cuello cuya leyenda sería el paulino “Revestíos del Señor Jesucristo”. Este cogollo se lo entregaríamos después a una rediviva Flannery O’Connor, que nos contaría como todo el plan del alumno se vuelve contra él en un soberbio golpe de la gracia, cuya onda alcanzaría también al cejijunto cura.

domingo, 6 de marzo de 2011

Atado, desatado

El fuego “desatado” es incendio devorador. “Atado”, es lumbre y calor en las chimeneas.
El agua desatada es lluvia torrencial, ríos que se desbordan, mares que asaltan en forma de tsunamis. Atada, circula por las cañerías, las acequias, los canales, se embalsa en pozos y presas.
El aire desatado es ciclón y huracán. Atado, es brisa refrescante, viento que mueve las aspas de los molinos y empuja los barcos de vela.
La tierra desatada es terremoto que derriba y sepulta. Atada, es seno en el que germinan las semillas, asiento de las casas, suelo para caminar.

viernes, 4 de marzo de 2011

Clima

Tenemos tan metido el clima en los tuétanos, tan entrañados las primaveras y los veranos, los otoños y los inviernos, que es evidente que no colorea simplemente nuestras vidas como un mero pigmento exterior. Como apuntó Francisco Umbral en su Diario político y sentimental “quizá el tiempo de los filósofos no sea otro que el tiempo de los meteorólogos. El clima me parece la epifanía del tiempo metafísico”. El tiempo que pasa es el tiempo que hace.

Minorías

A contracorriente están las minorías que se afirman como roca y dicen: “a nosotros no nos arrastrareis”, o “a mí no me arrastrareis” si la minoría fuera sólo de uno. En oposición al que dice, está el que contradice. A contracorriente pues, contradiciendo pues, si la corriente y el decir amenazan con dejarnos fuera de juego porque no jugamos el juego dominante. De estas minorías nacen la lucha y la esperanza, cuando las estructuras del poder emanan la humareda que ciega los ojos, el ruido que ensordece los oídos, el miasma que atasca el olfato. Son las que crean los paisajes, las melodías y los aromas que liberan nuestros sentidos descubriéndonos otra realidad.

miércoles, 2 de marzo de 2011

Reyes

Una corona que ella no pidió, que la vida le clavó con todas sus espinas, y que llevaba con la reciedumbre de una reina. Ésta es la impresión que me produjo una señora que hacía cierto tiempo había perdido a su única hija, mientras permanecía a mi lado ante el mostrador de un comercio: emanaba de ella una cualidad majestuosa, como si el dolor la hubiese colocado en un trono. Durísima corona y durísimo trono, sí, muy distintos de los que nos regala la alegría, que también nos convierte en reyes. La dicha verdadera es maestra de sabiduría, nos abre caminos, prende luces en nuestro interior, pero su precio no nos hace sangrar: ésta, ¡ay!, es la gran diferencia.

martes, 1 de marzo de 2011

¡Levántate!

“Quien mueve las piernas mueve el corazón”, decía un viejo anuncio de una bicicleta estática. La frase podría aplicarse a todo hombre que, tras el golpe de una desgracia y su posterior hundimiento, intenta con todas sus fuerzas, a la par que lamer sus heridas, engancharse de nuevo a la vida, caminar, mover las piernas para que el corazón, parado y roto, también se mueva.
La parálisis en que nos dejan los duros reveses de la vida ha de encontrar en nosotros la única respuesta posible: el movimiento, salir de donde no hay vida para ir a donde sí la hay, a ciegas al principio pues tal vez no sabremos dónde podremos reencontrarla, pero en cualquier caso en movimiento. Poco a poco este mismo movimiento será el que, activando el aire en derredor, despejará las brumas y permitirá que la luz vaya llegando, que el camino se vaya viendo.
En el diario del escritor Julian Green podemos leer lo que sigue: ”Lectura del libro de Josué. Anoto algo que me ha conmovido: Josué, consternado por la derrota de sus tropas, que han huido ante la presencia del enemigo, invoca al Eterno acostándose sobre la tierra, la cara hundida en el polvo. El Eterno le habla rudamente: ‘¿Por qué te echas sobre tu rostro? ¡Ponte en pie!’ Yo creo que en circunstancias difíciles también nosotros tenemos tendencia a echarnos, si se puede decir así, interiormente sobre el polvo, pero si prestamos atención, escucharemos una voz que nos dice: ‘¡Arriba, levántate!’”.
Es cierto. Este “¡arriba, levántate!”, si prestamos oídos a nuestra voz más profunda, es la que se deja sentir cuando otra parte de nosotros nos dice: “¡abajo, acuéstate!” Es obvio que también tenemos derecho a lo segundo, pues necesitamos el descanso, reponer fuerzas, ausentarnos de la lucha por la vida y vacar, vegetar. Estos reposos son reparadores.
Pero hay descansos traidores, huidas del camino, en los que creyendo descansar no hacemos otra cosa que ponernos a morir porque ya no queremos saber nada de la vida, como si nos enroscásemos sobre nosotros mismos para que nada ni nadie nos distraiga de la tumba en la que nos hemos instalado.  Es entonces cuando urge escuchar y hacer caso a esa voz salvadora que nos pone en movimiento y nos devuelve a la vida.