Abierta siempre por delante, cerrada siempre por detrás: la vida. Damos un paso y lo “futuro abierto” se convierte en lo “pasado cerrado”. Los muchos caminos de un horizonte amplísimo se reducen al desfiladero por el que finalmente tomamos. Vivimos, caminamos, elegimos, y atrás queda cerrada la cremallera, la vida, sin posibilidad en este caso de volver sobre nuestros pasos para abrir lo que ya para siempre quedó cerrado. Vivir, de acuerdo con esta imagen de la cremallera, es enganchar con cada paso los dos lados en los que podemos resumir el “futuro abierto”. El paso adelante se hace en cierta forma en el vacío, justo hasta el momento en que, haciendo pie, deja ese vacío de ser tal para constituirse en suelo, en puente, que ya queda atrás. Nuestro pretérito es así el puente que hemos levantado sobre el abismo de una vida sin definir, ahora ya para siempre definida.
Vivir es construir un destino, que sólo existe en el momento en que queda constituido como nuestro pasado. Ningún destino nos construye sino que somos nosotros quienes lo construimos. Es la cremallera que se cierra a medida que nuestro avance engancha sus lados.
Vivir es construir un destino, que sólo existe en el momento en que queda constituido como nuestro pasado. Ningún destino nos construye sino que somos nosotros quienes lo construimos. Es la cremallera que se cierra a medida que nuestro avance engancha sus lados.
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