viernes, 17 de diciembre de 2010

Trae la mano

Caravaggio, La incredulidad de Santo Tomás

Tomás, el incrédulo, se mostró ciertamente muy osado al poner como condición para su fe la introducción de su mano en el costado de Jesús. Ocho días después, al presentarse de nuevo el Maestro, Tomás, consciente ahora de su altanera osadía, se acobardó. Por eso, cuando aquel le invitó a que acercara su mano, no fue capaz de mover ni un solo dedo. Pasados unos segundos, muy tímidamente comenzó a levantar su mano, pero se retraía, no avanzaba, tanto le podía el temor. Fue entonces Jesús el que, con su mano, cogió la de Tomás y la acercó a su costado para que la metiera en él.
Que Jesús actuara así no se desprende del pasaje de Juan 20, 27, donde se dice simplemente: “trae tu mano y métela en mi costado”. ¿Significa el “trae” que Tomás debía poner su mano en la de Jesús para que este la acercara a su costado o cabe la posibilidad de que toda la acción la ejecutase él solo? La piedad y la imaginación del creyente será la que lo decida. A mí, una vez que di con el cuadro de Caravaggio, La incredulidad de Santo Tomás, se me ocurre que tuvo que ser Jesús el que tomó y acercó la muñeca de su incrédulo discípulo hasta su llaga, aunque debía ser este el que iniciara la aproximación. ¿Cómo, permaneciendo inmóvil, iba a limitarse a contemplar los movimientos de Tomás? ¿No es Jesús el pastor, el guía, el que conduce, guiador por tanto también aquí de la trémula mano de su apóstol?

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