martes, 28 de febrero de 2012

Hola, cariño; hola, querida


Como sabéis por esta entrada de Ángel, el escritor Joseph Pearce estuvo el pasado sábado, 25 de febrero, en Santiago de Compostela, donde impartió una conferencia en el colegio La Estila, a la que asistí. En un comentario en esta otra entrada de Ángel, aludí a una pregunta que le hice sobre un observación suya a propósito de las palabras que pronunció Chesterton antes de morir (en su libro G. K. CHESTERTON), indicando que lo contaría en una entrada en mi blog. Lo hago ahora, acudiendo a lo que un día escribí en mi libro Sangre y nieve, allá por el año 1998, y que ahora pego aquí:
Un biógrafo de Chesterton, Joseph Pearce, comenta así la muerte de su biografiado: “Las últimas palabras crean un verdadero anticlímax; produce un gran desencanto el que uno de los ingenios más brillantes del siglo veinte se fuera de un modo tan decepcionante”. Esas “últimas palabras” “anticlímax” fueron un “Hola, cariño”, dirigido a su mujer, y un “Hola, querida”, dirigido a su secretaria y amiga. ¡El genio tenía que expirar como genio y no así, tan lisamente, con dos meras salutaciones a sus seres queridos! ¡Chesterton tenía que ser “chestertoniano” hasta el final, también y sobre todo en este momento álgido! “Por favor, su última genialidad para la posteridad”, parece suplicarle el hagiógrafo a su hombre, quien, en cambio, se muere “de un modo tan decepcionante”. Este es el único comentario igualmente decepcionante de una biografía conducida en todo momento con buen pulso, decepcionante e injusto, pues no acepta que el gran Chesterton muera simplemente como un hombre, como “Gilbert”, el marido de Frances y el amigo de Dorothy. ¿A quién tendría que haber contentado aquí el escritor británico, a todos los admiradores futuros deslumbrándolos con una última perla genial desde su lecho mortuorio, o a esa esposa y a esa amiga fieles que, sumidas en el dolor, decían adiós al esposo y al amigo? A veces somos injustos con los genios porque queremos que tengan desplegada en todo momento su genialidad, sin permitirles que la arríen ni un segundo. Cuando se trata del momento de su muerte tal expectativa es doblemente injusta, pues no les dejamos morir a lo llano, vueltos hacia quienes fueron el sostén de su vida, con un franco “hola, cariño”, “hola, querida”.
Pues bien, mi pregunta sustanciaba todo lo anterior y el interpelado, reafirmándose en su decepción, de la que yo me desmarqué afirmando mi no decepción, se refirió a lo que venía a continuación de sus polémicas palabras y que matizaba su juicio, como así es en efecto: “Aun así, sus palabras fueron sumamente apropiadas; en primer lugar, porque estaban dirigidas a las dos personas más importantes de su vida: su mujer y su hija adoptiva; y en segundo lugar, porque eran palabras de saludo y no de despedida, significaban un comienzo y no el final de su relación”.
Y no puedo dejar pasar lo que ahora mismo me viene a la cabeza. En Stratford-upon-Avon, en el mes de agosto de 2004, vi un arbolito recién plantado con un recordatorio en su base que rezaba así:
Norman Rodway
1929-2001
Hello forever

Va a resultar, como testimonia esta placa, que los “holas” últimos de Chesterton sí que han pasado a la posteridad.

lunes, 27 de febrero de 2012

La confianza del bien


(…) vida en fin, que se fundara antes en la confianza del bien, que en el recelo del mal (Benito Pérez Galdós, La corte de Carlos IV). Una pedagogía que acentúe más lo segundo, “el recelo del mal”, que lo primero, “la confianza del bien”, comete un error gravísimo, el de poner más  empeño en erradicar la cizaña que en cuidar el trigo.

jueves, 23 de febrero de 2012

miércoles, 22 de febrero de 2012

La muerte de Jesús


La compasión no compromete a nada; de ahí que sea tan frecuente. Nadie ha muerto en este mundo a causa del sufrimiento de los demás. En cuanto a quien pretendió morir por nosotros, no murió: lo mataron” (E. M. Cioran, En las cimas de la desesperación).
Si pretendes morir por lo demás, ¿has de suicidarte haciendo una huelga de hambre, por ejemplo? Porque, según Cioran, si te matan, ya no mueres en favor de nadie. ¿Cómo habría de morir entonces el que tal cosa pretende? Cioran confunde la forma con el propósito, que no fue otro que el que él dijo: “Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Mc 10, 45). A mayores, tenemos esto: “Yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente” (Jn 10, 17-18). Y para rematar: “¿Acaso no piensas que yo ahora podría orar a mi Padre, y que él me enviaría al instante más de doce legiones de ángeles?” (Mt 26, 53). Jesús, dueño de su vida, entregada a los demás, fue también dueño de su muerte, entregada, congruentemente, también a los demás. Ocurriese esta como ocurriese, de su sentido, amor pro nobis, era él el dueño. El hombre condenó, crucificó y mató a Jesús y nada más. El más estaba sólo en sus manos y en las de Dios, su padre: llegada la hora, sin defenderse, morir libremente en favor de los hombres.

martes, 21 de febrero de 2012

domingo, 19 de febrero de 2012

Niños


Nos detuvimos a mirar como jugaban al fútbol un grupo de niños. Tendrían alrededor de nueve años. Me parecían de juguete, seres mágicos que el buen Dios tenía a bien regalarnos. Pensar que también yo había sido un niño me causó una sensación rara, como de incredulidad. ¿Yo, un niño, en aquellos lejanos y felices años? Imposible. ¿Cómo tal milagro?

viernes, 17 de febrero de 2012

Ya tengo un pasado


No sé en qué momento de estos últimos años empecé a sentir la infancia como un tiempo mítico y fundacional, pero sé que significó un punto de inflexión en la trayectoria de mi vida. Antes de ese momento no pudo ser porque no había avanzado mi vida lo suficiente como para comenzar a volver la vista atrás. Ahora sí, puedo, porque ya tengo un pasado, y en él la infancia funge como origen y fundamento seguro, que no necesita ser preciso, desecha incluso serlo, de modo que sólo quede de él una estampa de la que ha caído todo excepto la alegría. La memoria histórica se ve sobrepujada aquí por la poética, que da fe de lo que la primera no encuentra.