lunes, 31 de agosto de 2009

¡Oh, maravilla!

En tu rostro me abismo, igualmente en el tuyo, y en el tuyo también. Atravieso las puertas que tenéis abiertas, me planto ante las que permanecen cerradas. Vosotros, todos, mundos abisales. El abismo llama al abismo, el rostro llama al rostro. Aquí una pirueta, más allá una floritura, una fantasía, juegos malabares de las pestañas, los ojos, las mejillas, los labios, el mentón, la nariz, la boca, las comisuras, las arrugas, la piel tersa, las pecas, el vello. Me abres un camino y por él me lanzo. Me lo cierras, ante él me paro. Allí conquisto, aquí no encuentro. Pero sigo, pues son millones las caras, las aventuras faciales sobre los cuellos, bajo las frentes, cada uno una longitud de onda, una franja horaria, un sí, un no, un sí es no, un no es sí, me adentro, me detengo. ¿Qué pasa? Pasas tú, y tú, y tú también. ¡Oh, maravilla!

sábado, 29 de agosto de 2009

En busca del tiempo perdido

Cogí un libro de un estante, en la habitación de los invitados, y estaba forrado con plástico. Se produjo entonces un instante de magdalena y Proust, muy leve, nada grandioso. Vinieron a mi memoria los días de infancia en que forrábamos los libros escolares, a principio de curso, aquel olor maravilloso que desprendía el plástico duro, el más tieso, el que quedaba casi pegado a las cubiertas de los libros. Vuelvo a ver toda la operación. El despliegue del papel de forrar, la puesta encima del libro, abierto, la tijera deslizándose a su alrededor para cortar el trozo necesario, las dobladuras del mismo sobre los tres lados de cada una de las caras, y, ya por último, los pedacitos de celo que sujetaban el plástico y dejaban guarecido el libro. Y lo que más siento, no es su figura visual o táctil, sino la olfativa, aquel olor de principios de curso que lo ponía en marcha, lo inauguraba, prometiendo alguna que otra maravilla.

jueves, 27 de agosto de 2009

Siempre

Todo el tiempo el mismo tiempo, el mismo tiempo que cambia. Todo el punto siempre el mismo punto, toda línea la misma línea. Todo es aquí, todo es ahora, y allí, y después. ¿Qué sitio habitamos, qué planeta? ¿Dónde estamos cuando estamos, qué somos cuando somos?
Pon tu pié en mí. Agárrate. Ven, sígueme. Vayamos a rincones oscuros, olvidados. Deja atrás lo que no es tuyo, lo que estorba tu valor, lo que te evade y volatiza. Siempre en el mismo camino, asiendo la misma llama, siempre.

miércoles, 26 de agosto de 2009

Dios de minucias

“Él cuida de todos sus huesos” (Salmo 34, 21).
“Hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados” (Lc 12, 7).
Dios de minucias, Dios contable.
Dios entrañable.

lunes, 24 de agosto de 2009

Estados Unidos de América

Texas, Utah, Arizona, Minnesota, Idaho, Ohio, Kentucky, California, Alaska, Massachusetts, Oklahoma, Nebraska, Virginia, Oregón… Recitar la lista de todos los estados de Norteamérica, como el mejor poema posible, sintiendo que me arrastra la épica y la lírica de un país que mi ensueño maneja a golpe de western, de aventura, de límite y traslímite, de horizontes lejanos, de praderas inmensas, de bisontes y búfalos, de caravanas, de ranchos, de trenes de vapor, de paraísos de montaña, bosque y lago o de planicie, desierto y alturas rocosas… El vaquero que hay en mí coge su guitarra y nace la balada en mis labios, que paladean los nombres formidables de los Estados Unidos de Norteamérica.

domingo, 23 de agosto de 2009

miércoles, 19 de agosto de 2009

En la noche estival, un perro

¿Por qué siento, mientras espero el sueño, que el ladrido es el acorde perfecto en las noches estivales, de modo que sólo él y no otro le otorga un relumbre de plenitud y de misterio? ¿Qué tiene esa voz de perro para que deje en mí tales ecos, apuntadores de una felicidad infinita, de un “todo está bien”? ¿Era acaso, en el paraíso, un perro el que acunaba el sueño de Adán y Eva? ¿Ya entonces ladraba de alegría el mejor amigo del hombre al ver como se dormían nuestros primeros padres?

lunes, 17 de agosto de 2009

En un ser

Quejosa Santa Teresa por la tornabilidad de su ánimo, le pidió razones a Dios y obtuvo la siguiente respuesta: “En esta vida no podíamos estar siempre en un ser”. Nos lo cuenta en el libro de su vida. A día de hoy, me sigue pareciendo una frase maravillosa, y es de las que más se hace presente en mi memoria, estribillo ya de mi propia vida. En una línea, resume a la perfección aquello del libro del Eclesiastés: “Hay un tiempo para… y un tiempo para…”, que a modo teresiano, sonaría así: “Hay un ser par llorar, y hay un ser para reír; hay un ser para buscar, y hay un ser para perder”. Avanzamos por la vida atravesando tiempos, atravesando seres.

sábado, 15 de agosto de 2009

Verano

Uno ama el verano cuando lo es, es decir, cuando el sol, además de lucir, calienta en torno a los 25 grados como mínimo, cuando el cielo está despejado y las noches no son nunca frías aunque puedan quedar frescas, cuando le está permitido a uno sentarse en la hamaca, bajo la sombra de los kiwis, en las horas de la tarde, para leer a ratos y a ratos pasmar, y a eso de la ocho, incluso antes, agradecer la llegada refrescante de la brisa, cuando por la noche puede dejar la ventana de la habitación abierta y sentir los ladridos de algún que otro perro, que le suena a uno, sin saber por qué, como el acorde perfecto para esas horas. Si tiene lugar todo lo anterior, el verano aparece como la estación perfecta, por su generosidad, por su dicha. El sol ejerce un dominio saludable, vital, entusiasta, que pone morena al alma, más carnal que nunca, y uno siente que la felicidad está en los jardines, en las huertas, en los mares, en las frondas, en los patios interiores, en las fuentes y los ríos.

viernes, 14 de agosto de 2009

Albricias de agua

Escuchar música barroca y venírseme a las mientes la imagen de un arroyo saltarín y danzante es todo uno. El oído se llena de salpicaduras, chorros, burbujas, cascadas, y sólo por momentos de remansos, en los que la corriente toma fuerzas para, ¡hala!, arrancar por bulerías otra vez. Pinchas una colección de conciertos de los “…i” (Corelli, Scarlatti, Vivaldi, Monteverdi…), y al alma le entran ganas de un trote acuático, de un galope saltimbanqui y torrentero. ¡Albricias del agua, rizos de espuma!

miércoles, 12 de agosto de 2009

Ángel guardián

Mi tío Perfecto, al ver como le sacaba a mi madre una pelusilla de la chaqueta, me dijo: “eres el ángel guardián”. Durante los días que estuvo aquí de vacaciones, cada vez que se despedía, el saludo era “hasta luego, ángel guardián”. Hoy, que se marcha de vuelta para Puerto Rico,donde lleva más de treinta años ejerciendo el sacerdocio, reflexiono sobre ese honor concedido y pienso que se ha convertido, ahora, en una impremeditada encomienda. “Sé un ángel guardián”, oigo que me dice un eco deudor de las palabras de mi tío.

martes, 11 de agosto de 2009

El panteón

La lectura en Las inclemencias del tiempo, de Andrés Trapiello, de su experiencia en el Panteón de Roma, me retrotrae a la mía, que fue, quizá, o sin quizá, la más gozosa que me brindó la ciudad tiberina. Al entrar y verme acogido por tan inmensa cúpula, con su abertura central, un ojo para el cielo, quedé fascinado y sobrecogido con emoción profunda. Ningún otro lugar romano pidió de mí sentirlo muy despacio, enteramente. Estás bajo una bóveda cuya clave es una ausencia, una abertura que te asciende al cielo o te lo baja a las manos, asentándote al mismo tiempo en una horizontalidad perfecta. Aquí se ha conseguido un espacio esférico sublime, cuya apertura cenital te hipnotiza. Lo miras, te mira, lo miras, te mira, y no te cansas nunca.

viernes, 7 de agosto de 2009

Sabela a cambio de Bruce

El precio, 72 euros, impidió que fuese al concierto de Bruce en Santiago el pasado domingo, 2 de agosto, lo que a cambio permitió a mi hermana María, que si fue, pedirme que acostase a Sabela, su hija mayor, de cinco años, y muy querida sobrina mía. Ambos, puestos los pijamas, nos embutimos en la cama de sus padres, privilegio que obtuvo Sabela esa noche. Lo primero de todo, la lectura de dos cuentos, Y la luna sonrió, de un tal Petr Horácek, y Russell el borrego, de otro tal Rob Scotton, cuyas historias sobre el sueño no pretenden sino eso, poner a dormir a los niños. Sabela, además de escuchar quería ver las ilustraciones, magníficas, por lo que tuve que desplegar los cuentos ante sus ojos. Creo que hice una lectura correcta, con un ritmo y un tono adecuados. “Ahora esperaremos a que venga mamá”, me dijo Sabela en cuanto terminé de leer. “No sé tú, pero yo no pienso esperarla despierto así que me voy a dormir”. “¿Y así como vamos a saber que viene?” “Ya nos despertará ella”. Nos giramos entonces, quedando frente a frente, y cerramos los ojos, yo con la intención de hacer mutis por el foro en cuanto ella quedase dormida. En un primer intento, al sentir que su respiración era más profunda, medio abrí los ojos y empecé a deslizarme fuera de la cama. “¿No duermes?” “Sí, sí que duermo”. Primer intento fallido. Unos minutos más tarde me lo propuse de nuevo con la intención de que ahora sí. Me sorprendió nuevamente, pero le dije que iba al baño y que enseguida volvería. “No tardes”. “Vale”. No tardé, volví, y ya estaba perfectamente dormida.

miércoles, 5 de agosto de 2009

Los muertos

Ciertas figuras, al alejarse, se acercan, los muertos por ejemplo, y sólo así los conocemos, porque en ésa su distancia crean el espacio que permite que nuestros ojos vean lo que de otro modo nunca verían. Pero puede pasar toda una vida antes que tal cosa ocurra, durante la cual, el muerto frente a nosotros y nosotros frente al muerto, buscamos acomodo y ajustamos los ojos. Entonces, y sólo entonces, tiene lugar el encuentro.

domingo, 2 de agosto de 2009

La esfera y la cruz

Una de las tendencias irrefrenables del cristianismo en todos los momentos de su historia es la de plegar hacia dentro los brazos de su cruz, de modo que, dejando de ser frente abierto en todas las direcciones, se convierta en esfera, donde se consigue la perfección al precio de no dejar entrar ni salir la vida: expulsada ésta, el cristianismo se convierte en sistema, un organigrama dogmático y social que asfixia al Viviente. Pero éste puede siempre más, y a través de sus santos centrífugos consigue que vuelvan los maderos a su posición, la que se extiende hacia el norte y el sur, el este y el oeste, hacia delante y detrás, hacia arriba y abajo, cruz que expande la vida y rompe todas las esferas.