El leit motiv de El evangelio según Jesucristo, la novela
de José Saramago, es el peso de la culpa que siente José por no haber avisado a
aquéllos de sus vecinos que tenían hijos menores de dos años para que se
pusiesen a salvo, ante la inminente venida de las huestes de Herodes, que
buscaba al heredero del trono de David para matarlo. El peso de esa culpa la
heredará Jesús y por esta vía transcurrirá la novela.
Me dejó muy desconcertado, y sobre todo desarmado, este
planteamiento de Saramago. Me vi preguntándome yo también: “Sí, ¿por qué no los
avisó?”, sin saber qué responder. ¡Tonto de mí! ¿Podía San José informar de
algo que no sabía? En ese momento no caí en la cuenta de que no hay ningún dato
en el evangelio que indique que el padre terreno de Jesús conocía los
propósitos de Herodes, más allá del de la búsqueda de Jesús para matarlo. Se
entenderá entonces lo contento que me puse el pasado día 28, al que corresponde
la lectura de Mateo 2, 3-18, donde se narra el aviso del ángel a José para que
escapen a Egipto, “porque Herodes va a buscar al niño para matarlo”. Y no le
dice nada más. ¡Qué bien y qué alivio!
Antes que Saramago, ya el protagonista de La caída, de Albert Camus, culpa en cierto modo a Jesús de la muerte de
los niños de Judea, por la que queda irremediablemente afectado:
Mire usted, ¿sabe por qué lo crucificaron a aquel otro, a aquel en quien tal vez usted piensa en este momento? Bueno, había muchas razones para hacerlo. Siempre hay razones para asesinar a un hombre. En cambio, resulta imposible justificar que viva. Por eso, el crimen encuentra siempre abogados, en tanto que la inocencia, sólo a veces. Pero, junto a las razones que nos explicaron muy bien durante dos mil años, había una muy importante de aquella espantosa agonía. Y no sé por qué la ocultan tan cuidadosamente. La verdadera razón está en que él sabía, sí, él mismo sabía que no era del todo inocente. Si no pesaba en él la falta de que se lo acusaba, había cometido otras, aunque él mismo ignorara cuáles. ¿Las ignoraba realmente, por lo demás? Después de todo él estuvo en la escena; él debía haber oído hablar de cierta matanza de los inocentes. Si los niños de Judea fueron exterminados, mientras los padres de él lo llevaban a lugar seguro, ¿por qué habían muerto, sino a causa de él? Desde luego que él no lo había querido. Le horrorizaban aquellos soldados sanguinarios, aquellos niños cortados en dos. Pero estoy seguro de que, tal como él era, no podía olvidarlos. Y esa tristeza que adivinamos en todos sus actos, ¿no era la melancolía incurable de quien escuchaba por las noches la voz de Raquel, que gemía por sus hijos y rechazaba todo consuelo? La queja se elevaba en la noche. Raquel llamaba a sus hijos muertos por causa de él, ¡y él estaba vivo!
Este episodio de la historia de la salvación es durísimo, cuyo
sentido iluminó como nadie Charles Péguy en su obra El misterio de los santos inocentes. Cristina, en su blog, nos dio
a conocer un pasaje de la misma. Podrían sumarse muchos otros. La belleza y
profundidad teológicas que alcanza el autor francés son asombrosas, y sólo
desde ellas se comprende el significado último de tan terrible matanza. Quien
lea la novela de Camus y la de Saramago, haga lo mismo después con el poemario
de Péguy para, con toda la potencia de su luz, contra la acusación de los
primeros, pueda levantar acta de lo que realmente, es decir, cristológica y
teológicamente, había acontecido aquel día en Belén y sus alrededores.