Mi cuerpo me queda pequeño, de poco me sirve para tantos quehaceres. Allí donde llego no llega él, al cielo por ejemplo, donde es inútil que lo espere. Siempre se queda atrás, confinado en su limite. ¿Qué le costaría dejarse llevar, sobrepasarse? Supongo que mucho, pues de otro modo no me explico su parece que innata desobediencia.
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