“Bautizado Jesús, salió luego del agua; y en esto se abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios que bajaba en forma de paloma y venía sobre él” (Mt 3, 16). Ésta fue, sin duda, la más excepcional misión encomendada a un ave, una paloma en este caso, la de hacer bajar al Santo Espíritu sobre Jesús en el momento en que el Padre proclamaba que era su Hijo amado. ¿Y quién sino un pájaro podía ser la manifestación del Espíritu si se quería señalar su origen celeste, su vuelo soberanamente libre, frente al cual ninguna gravedad, terrestre o no terrestre, podía maniatarlo?
Otros pájaros después, tras este momento inaugural, en la estela abierta por la excepcional paloma del evangelio, vinieron a ser testigos de una presencia de lo alto. Victor E. Frankl, el famoso psicoterapeuta creador de la logoterapia, cuenta en su libro El hombre en busca de sentido, como, estando prisionero en el campo de concentración de Theresienstadt, pensar en su mujer, en su amada, le daba fuerzas para seguir viviendo. Hubo un momento en que esto cobró especial intensidad. Pero dejemos que sea Victor E. Frankl quien nos lo relate:
Otros pájaros después, tras este momento inaugural, en la estela abierta por la excepcional paloma del evangelio, vinieron a ser testigos de una presencia de lo alto. Victor E. Frankl, el famoso psicoterapeuta creador de la logoterapia, cuenta en su libro El hombre en busca de sentido, como, estando prisionero en el campo de concentración de Theresienstadt, pensar en su mujer, en su amada, le daba fuerzas para seguir viviendo. Hubo un momento en que esto cobró especial intensidad. Pero dejemos que sea Victor E. Frankl quien nos lo relate:
“Estuve muchas horas tajando el terreno helado. El guardián pasó junto a mí, insultándome y una vez más volví a conversar con mi amada. La sentía presente a mi lado, cada vez con más fuerza y tuve la sensación de que sería capaz de tocarla, de que si extendía mi mano tomaría la suya. La sensación era terriblemente fuerte: ella estaba allí realmente. Y, entonces, en aquel mismo momento, un pájaro bajó volando y se posó justo frente a mí, sobre la tierra que había extraído de la zanja, y se me quedó mirando fijamente."Un segundo testimonio nos lo cuenta José Ignacio Tellechea Idígoras, en su libro El pájaro extraño. Hermano Zacarías. En la misa funeral de este monje cisterciense del monasterio de La Oliva, Navarra, el 20 de agosto de 1986, un pájaro vino
“a posarse sobre un féretro situado en el centro del templo, frente al altar (…) El celebrante, el Abad Mariano, había iniciado el recitado del Padre nuestro. Justamente entonces ocurrió lo más insólito e inesperado: De pronto, el pájaro remontó el vuelo, y saltó desde el féretro hasta el hombro del Padre Abad que presidía el funeral.Pájaros anunciadores, emisarios, presencializadores, aves de alto vuelo, pues vienen del cielo, y de bajo vuelo, pues a la tierra vienen, que traen todo el resuello del Espíritu, el aliento que no se entrecorta y permanece invicto, siempre migratorias pues no para Dios de migrar hasta sus hijos, los hombres.
Sorprendido vivamente por la inesperada visita, vaciló unos instantes sin saber qué hacer, cogió con su mano el pájaro inmóvil, que extrañamente se dejó apresar, le besó en la cabecita y lo pasó al concelebrante más próximo, pero rompió el tenso silencio con una frase misteriosa: ‘Este pájaro… yo creo que es el Hermano Zacarías, siempre unido y pendiente del Padre Abad en todas sus acciones y trabajos y que nunca quiso hacer nada sin mi anuencia. Creo que ha venido a pedirme permiso… hasta para irse al cielo’”.
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