domingo, 26 de diciembre de 2010

¡Feliz cumpleaños, Anán!


Mi hermana Lucía, la benjamina de la familia, embarazada de su primer hijo, buscaba y rebuscaba posibles nombres sin que ninguno la convenciese del todo. El acuerdo con Toño, su marido, era que ella decidiría el del primero y él el del (o de la) segundo (o segunda). En esas estaba cuando ocurrió lo que escribió en el diario que llevó durante su embarazo:
Escrito en mi diario el día 6 de octubre de 1999 (a dos meses y medio de nacer Anán):
Querido hijo, te voy a contar la historia que motivó tu nombre. Porque, ¿sabes?, por fin está decidido que te vas a llamar ANÁN. Es fruto de un hermoso sueño.
 Me encontraba (en el sueño) en una dificultad muy grande en mi vida, con un problema de muy difícil solución, en un callejón casi sin salida. Y entonces apareció él: un hombre de edad madura, cabellos y barba blancos, y un rostro que irradiaba una absoluta serenidad. Y me sacó de aquella situación, me liberó, me salvó la vida.
Con una actitud de total admiración e inmenso agradecimiento le di un abrazo y le pregunté: ¿cómo te llamas? Él respondió: “Me llamó Anán, que significa ‘hombre bueno que uno encuentra en su camino’”. Cuando ya me había alejado un poco, me di la vuelta y mirando hacia él le dije: ese es el nombre que le pondré a mi hijo.
En esas fechas estaba yo pasando unos días de vacaciones en Lanzarote con mi amigo Emilio. La llamé por teléfono y me contó el sueño y la decisión que de él resultó. Me pareció hermosísimo que fuese un sueño la que hubiese resuelto su afanosa búsqueda, como una especie de revelación, un sueño además tan pleno de significado. Se lo conté a Emilio y ambos comentamos que podría ser un nombre bíblico. Me lo confirmaría cuando estuviésemos de vuelta en casa, pues tenía la biblia en CDROM.
Lucía también le contó a nuestra madre lo del sueño. No quedó ella muy contenta, no. Imagino que por sus mientes debió pasarle algo así: “¡Hala! También mi hija con la moda esta de los nombres raros. Y me quiere tranquilizar con lo de que es un nombre bíblico. Pues a ver si lo encuentro”. Una biblia pequeñísima, con una letra microscópica y de hojas finísimas fue la que utilizó en su pesquisa. Quien lo diría, pero el caso es que no tardó mucho en encontrarlo: sus ojos aterrizaron en Nehemías 10, 27: “Ajías, Janán, Anán”. “Vale, por lo menos está en la biblia”, debió pensar mi madre, un poco más conforme. No mucho después de esto me llamó Emilio desde Soria: “Suso, Anán es en efecto un nombre hebreo y aparece una sola vez en toda la biblia, en Nehemías 10, 27”. “¿Oigo bien, una sola vez, realmente una sola?” “Sí, sí. Pero ¿a qué se debe ese tono tan asombrado?” “Emilio, ¿quieres creer que en una biblia diminuta, con una letra infinitesimal, de hojas tan delgadas que hay que tener mañas de orfebre para pasarlas, mi madre no debió tardar mucho más que tú para dar con él?” “¡Milagro, milagro!”, empecé a proclamar yo entre risas y turulato. ¡Cuánto nos reímos en casa a cuenta de este episodio! Y ahora ya no sé que encierra más maravilla, si el sueño de mi hermana o el “hallazgo” de mi madre.
Anán, ahijado, ¡felices 11 años!

2 comentarios:

Cristina Brackelmanns dijo...

Todo es una maravilla, el sueño, su recuerdo tan claro, el hallazgo de tu madre y ese crío tan guapísimo.
Mira que si de verdad 'Anán' tuviera ese significado en hebreo. Aunque, de no tenerlo, tu sobrino seguro que se lo da. Felicidades para todos.

Jesús dijo...

Parece que Anán, por lo que descubro en internet, significaría nube. Pero,¡qué más da! A lo mejor la "misión" de Anán en su vida es hacer que también signifique lo que soñó su madre. Sería maravilloso, ¿verdad?