sábado, 27 de febrero de 2010

Nombrado

Nombrado por otro, quedas a salvo de la difuminación. Tiene tu espesor un límite en el que permanecer, una silueta tu masa. Al albur del azar ya no estás. Del rescate son las huellas.

jueves, 25 de febrero de 2010

Baldío

Baldío el día en que no hemos abierto nuevas rutas para el paraíso y las del averno no hemos cerrado. Vacías las horas en que el bien no se clava a nuestro lado y sí lo hace el mal con sus entrañas negras.

martes, 23 de febrero de 2010

Bellos y buenos

Tengo incrustado en mis genes cordiales el deseo de mejoría, y no soy de los que voceo el “¡soy así, y que me aguanten!”. De hecho soy, somos, de una determinada manera, y muchas veces a los demás, al tropezar con las esquinas punzantes de nuestro ser, no les queda más remedio que aguantarlas y sufrirlas. Aquí se da un irremediable quid pro quo: tú me aguantas a mí y yo te aguanto a ti.
Yo, en cualquier caso, no me conformo con que ese afilamiento de mis bordes se mantenga tal cual. Me importa, y mucho, desafilarlos, limarlos, suavizarlos. Tengo presente también que, detrás de este anhelo mío, además de mi deseo de no dañar a nadie ni embravecer la convivencia, obra igualmente cierto narcisismo, aunque quizá no sea ésta la expresión más exacta. Me explico. El ideal de mejoría tendría que ser un ideal de justicia, con uno mismo y con los demás, y no un ideal estético, aquel que vendría auspiciado por el deseo de ofrecer un “bello perfil espiritual”. La única belleza de la que cabría hablar aquí tendría que ser subsiguiente, por añadidura, la otorgada por la misma justicia, y nunca buscada por si misma. Sería la “justicia” la que otorgaría la “justeza”, por decirlo al modo de Charles Péguy. Aunque tampoco es descartable que alguien, obrando al revés, termine en manos de un ideal de justicia cuando al principio sólo lo había animado un ideal de belleza, que la justeza lo lleve a la justicia.
¿Son separables, sin embargo, ambos aspectos? Se puede y se debe diferenciarlos pero ¿no se funden en único impulso, de modo que, quien desea mejorar, lo hace siempre animado por un ideal de bondad y hermosura? Si lo bello es bueno, si lo bueno es bello, ¿no tiene que ser necesariamente así? ¿No decimos acaso de una persona buena que es “una bella persona”? En esto somos herederos de los griegos, cuyo ideal de perfección ética quedaba descrito por el “kalós kai agathós”, lo bello y lo bueno. Seamos pues bellos, es decir buenos. Seamos buenos, es decir bellos.

sábado, 20 de febrero de 2010

Dios escondido

Si, además del Dios revelado, es Dios el Dios escondido, el “Deus absconditus”, escondido no porque juegue al escondite sino porque, como dicen nuestros maestros los teólogos, a mayor revelación, paradójicamente, mayor ocultamiento, o, dicho de otro modo, a mayor densidad de verdad mayor intimidad de la misma, pues bien, si, como decíamos, él es el Dios escondido, y es también el que es más interior a nosotros que nosotros mismos, en ese su “esconderse” nos esconde igualmente a nosotros en él, con él.
Podrá, en algún grado, ser profanada nuestra intimidad, pero jamás podrá serlo la intimidad de nuestra intimidad, ese más allá más adentro en que nos escondemos en el Dios que se esconde en nosotros, en el Dios que nos esconde en su esconderse a sí mismo. Dios es al mismo tiempo el velo que protege y el contenido protegido.

miércoles, 17 de febrero de 2010

El mundo viejo ha pasado

El alegre es para el triste.
El justo para el pecador.
El agraciado para el desgraciado.
El cuerdo para el loco.
El configurado para el desfigurado.
El rico para el pobre.
El feliz para el desdichado.
El grande para el pequeño.
El afortunado para el miserable.
El íntegro para el deshecho.
El ilusionado para el desmoralizado.
El sano para el enfermo.
El libre para el esclavo.
El enhiesto para el caído.
El consolado para el desconsolado.
El pacífico para el violento.
El redimido para el irredento.
El veedor para el ciego.
El cerco en que están los segundos lo rompen los primeros, en su ansía por salvarlos. El grito de lo segundos rompe el cerco de los primeros, en su ansía por salvarse. Todos quedan dentro de la misma casa: no hay entre ellos compartimentos estancos. La oveja perdida va a lomos de la oveja ganada, cada herido tiene a su porteador: es una la caravana. El paraíso abraza a Auschwitz, Edén al Gulag.
El hijo de Dios se hizo hombre, se hizo pan, se hizo muerte, se hizo infierno… se hizo cielo, victoria, resurrección. ¡Aleluya! “Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado” (Apocalipsis 21, 4).

lunes, 15 de febrero de 2010

Exactitud

Si al espíritu le cuadra el ser “exacto”, entonces sería hombre de verdadero espíritu aquel que consiguiese hacerse con una posición siempre exacta en los derroteros de la vida, hombre sabio el que al fin descubriese la fina matemática, el inefable juego de proporciones que sustenta el devenir cotidiano, quien ocupase en todo momento el lugar justo, justo de ajustado y justo de justicia, quien, suave como una nube, sin ningún tipo de rigidez, estuviese a la altura de todas las circunstancias, nunca fuera o por debajo de ellas. La sabiduría espiritual consistiría en una matemática espiritual, sin que el espíritu quedase nunca sujeto a otra ley que la del amor supremo, de la suprema libertad, de un hacer lo que se quiere porque se quiere sólo amar, parafraseando a San Agustín. El que bien ama hace siempre lo que quiere; el que bien ama es libre; el que bien ama es justo y está ajustado; el que bien ama se hace con el don de la exactitud. ¡Precioso don, lujoso encuadramiento, donde, por estar y ser donde hay que estar y ser, se está y se es en suprema plenitud, en suprema exactitud!

viernes, 12 de febrero de 2010

Cuándo el orgullo, cuándo la dignidad

“¡Lástima que el Amor un diccionario / no tenga donde hallar / cuándo el orgullo es simplemente orgullo / y cuándo es dignidad!” Así se lamenta Gustavo Adolfo Bécquer en su rima XXIII, y con él también nosotros, pues con ese diccionario en la mano, ya sea para asuntos de amor, ya para cualesquiera otros, sabríamos cuando “el orgullo es simplemente orgullo y cuándo es dignidad”, y entonces actuaríamos en consecuencia, no concediéndole defensa alguna al primero y concediéndosela toda a la segunda. Porque el orgullo, o soberbia, no es más que un trapo sucio y roto que nosotros creemos túnica sagrada y que por eso fortalecemos pensando que así acudimos en ayuda de nuestro mejor yo. Nada más falso. Nuestro mejor yo es el que queda amparado por la dignidad, ésta sí manto regio, porque da cimiento, columna y techo a nuestra condición humana, al “yo” que es grande porque es hombre, no por ser la suma de arrogancias, vanidades y demás supercherías.
Pero el territorio de nuestro ser no tiene fronteras claras entre unas zonas y otras y todo se mezcla con todo, así también el sentimiento de nuestro dignidad con el de nuestro orgullo, el de nuestro yo grande con el de nuestro yo pequeño, resultándonos difícil por ello cartografiarnos y tener un buen mapa de nosotros mismos que nos permitiese saber cuándo sufre un ataque la región de nuestro orgullo y cuándo la de nuestra dignidad, de modo que ante el primero omitiésemos todo contraataque lanzándolo por el contrario en toda regla contra el segundo.
Un buen mapa, o un diccionario, como querría Bécquer, que definiese claramente en situaciones existenciales concretas qué cosa sea uno y qué la otra. Ante la ausencia de tales instrumentos, no podemos sino dar palos de ciego, sintiéndonos heridos tantas veces en nuestra dignidad cuando lo cierto es que es nuestro orgullo el que ha salido malparado.

miércoles, 10 de febrero de 2010

Apretaditos

Apretaditos vamos en el abrazo que nos salva. Hoy nos queremos más, nos necesitamos más que ayer, nos buscamos con más devoción que nunca. Hemos conocido la desolación del huido, el que no abraza ni es abrazado, y que no anhela sin embargo otra cosa mientras yerra el camino. Nos guardamos de caer de nuevo en ese error, la huida hacia el equívoco, pues la carne va aprendiendo donde se salva, donde la salvan. Muy apretaditos, sí, concordes en toda hora, como quien ya no sabe qué cosa sea andar perdido por el mundo.

lunes, 8 de febrero de 2010

La "injusticia" de Dios

“Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?” (Mateo 20, 1415)
La libertad ingobernable de Dios. La bondad ingobernable de Dios. Su divino saber hacer, al margen de que nosotros entendamos o no entendamos, un no entender que merecerá todas las amonestaciones si nace de la envidia o conduce a ella, amonestación que también recibirá quien se irrite y sienta celos, como el hermano mayor del hijo pródigo. Pero si el no entender, naciere donde naciere, termina en un amén ante esas ingobernables e inescrutables libertad y bondad divinas, se dejará envolver y penetrar por el misterio para ir, un poquito, entendiendo. Y es que Dios ama con ton y son exclusivamente suyos, lo que, ante ojos envidiosos y celosos, será un amar sin ton ni son, y lo hace así porque se lo pide el cuerpo, el Cuerpo de Cristo, con cuya entrega dio la medida del amor del que es capaz: hasta la cruz y la muerte, hasta al fin, a todos y en todo lugar y tiempo, por los siglos de los siglos, con divina tozudez, “injustamente”, porque los últimos serán los primeros, las noventa y nueve ovejas serán dejadas para buscar la única que estaba perdida, porque merecerá una fiesta con el mejor cabrito, no el hermano que estuvo siempre en casa, sino el que se había marchado y ha vuelto.

sábado, 6 de febrero de 2010

Por eso

Desdicha tan pura, desesperación tan sublime, fuego al final en las entrañas remejidas, donde uno alcanza el fondo y por eso sabe.

jueves, 4 de febrero de 2010

Amigos

En una entrevista de hace ya algunos meses, el estupendísimo actor Alfredo Landa nos dejaba turulatos cuando leíamos que se dirigía a Dios llamándolo ¡¡Manolo!!: « Muchas veces, cuando reparo en las injusticias que veo a mi alrededor, me cabreo con Manolo y le digo: “¡Oye, Manolo, estoy hasta los cojones! Eres sapientísimo, misericordioso, buenísimo… ¡Echa una mano, joder!”» . ¡Qué cristiano es esto, sí, qué cristiano, esta familiaridad inusitada, este tuteo tan sandunguero y tan vivo! Será que la gracia, a la par que agraciarnos, nos hace graciosos, nos regala un tú a tú con Dios en el que, como hijos verdaderamente suyos, podemos y hasta debemos tratarle como a un colega con el que nos tomaríamos una caña espumosa. Y es que Dios, por ser Señor, nuestro Señor, es también y por eso mismo el amigo que se acoda en la barra y entrechoca con la nuestra su jarra de cerveza. “No os llamo ya siervos … a vosotros os he llamado amigos” (Jn 15, 15).

martes, 2 de febrero de 2010

Divinas ganas

Gracias por lo gratis, Padre, por tu divina gana de donar, de perdonar, ganas de echar siempre el resto, ¡y mira qué son ganas!, pues menudos somos nosotros, tus hijos e hijas, ganosos de no querer ganar, de andar desganados, ganado de otra voz, no la tuya, de otro ámbito, no el tuyo. Pero porque le echas ganas ganarás, Padre, para ti nos ganarás, y así a los unos para los otros, ya, bajo tu palio, para siempre hermanos. Ganados para ti, ganado seremos en tu pasto, en tus reales y magníficas hierbas, ganosos de ti y de todo lo que a ti te agrada.
Por “real gana” dijo don Miguel de Unamuno, imitándote, pues para realidades, las tuyas, para ganas, las tuyas, y por eso también nuestras, cuando las tenemos, las “reales ganas”, ojalá que “divinas ganas”.