El Misterio no va más allá de un ligero roce porque quiere que su acción sea tal que nadie se sienta obligado a aceptarlo. Por eso, sin avasallar nunca, sólo se insinúa, como un amante tímido que, temeroso de ser rechazado por su amada, apenas si se deja ver y no deja más rastro que una presencia furtiva, aquí y allá, suficiente para que ella, si quiere, sepa de él, y, si acaso sigue queriendo, decida abrirle su corazón. Ante un corazón abierto, que lo recibe, ya tiene cancha el Misterio para ser menos furtivo y más presente. Abierta la amada al flirteo, si se deja seducir y encantar, de seguro pasará a ser novia, y, ya como esposa, yacerá en el lecho abismal del Misterio. Lo que empezó con un roce termina con un abrazo. Si nos dejamos querer, quien un día fue sutil pluma sobre la cara otro día será coyunda con nuestro cuerpo entero. A menos que esto no aspira el Misterio Amante.
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