lunes, 23 de agosto de 2010

Día y noche

Las jaculatorias continuamente repetidas lo calmaban. Con cada una de ellas lanzaba su alma al cielo, esperando que volviese curada. Sería tarea de muchos días, de meses incluso. Él podía desfallecer, pero no su oración, que se levantaba a toda hora, incansable. Desde el fondo subía siempre el gemido, la protesta, el ruego. Luchaba por confiar en el Invisible, por creerlo bajo sus pies y agarrando sus manos. La fe que espera encontrar el Hijo del Hombre cuando vuelva es la que clama día y noche (Lucas 18, 7-8). Así debía ser la suya.

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