Salvo los que saben dar el salto audaz en el que se entregan del todo a Dios, los demás damos saltitos en los que vamos ofreciendo porciones de nuestro ser. Nunca es completa la donación. Nos retraemos para quedar a salvo de la plenitud, no tanto por no quererla, cuanto porque sabemos que no será indolora: nos exigirá el sacrificio de nuestro propio yo y no queremos pagar tan alto precio. Nos salva que Dios, si no nos obtiene del todo a la primera, no nos deja en la nada. Supongo que nuestro entregarse a plazos no lo contempla él como no entregarse en absoluto. A lo mejor hasta lo acepta como un entrenamiento para el total ofrecimiento que él espera. Pero no seamos tan ingenuos como para pensar que no pueda Dios quebrar nuestra resistencia con gracias “violentas” que aceleren nuestra definitiva entrega.
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