sábado, 20 de mayo de 2017

Raros, raros

Mis sueños suelen ser raros, raros. El que ahora paso a relatar no abandona esta costumbre. Estoy en un puente y el río que fluye debajo, a unos treinta metros, tiene en unas zonas sitios hondos y en otras rocas. Viene un hombre, se lanza y acierta a caer en uno de los claros; le sigue otro y tiene la misma fortuna; el tercero por un pelo no, por lo que cae sobre una roca. Pero se libra no sé cómo de una muerte segura pues compruebo que se mueve. Ni siquiera está inconsciente. Más adelante, en otra sección del sueño, veo que sus amigos lo transportan en una camilla. En este río hay nudistas y textiles. Me acuerdo que he soñado en otras ocasiones con él. A sus playas fluviales se accede desde el puente por el que discurre la carretera nacional que desde mi pueblo conduce a Ourense y que termina en Madrid. En otro momento del sueño, estoy con un desconocido, un chico regordete que, intentando imitar la hazaña de los primeros, se tira desde una especie de muelle al único y estrecho espacio de agua que hay entre unas rocas y en el que sólo podrá entrar si se recoge sobre sí hasta convertirse en una pelota: lo logra. Pero este relato fluvial es sólo uno de los tres que componen mi sueño.
En el segundo, formo parte de un trío adolescente que, rasgando una guitarra, intenta componer una canción en el umbral de su casa. Nos parece que estamos consiguiendo algo bonito, y eso mismo debe sentir un grupo de chicos y chicas que, desde cierta distancia, comienza a acercarse quizá para felicitarnos. Nosotros tememos tan pronta e imprevista fama, por lo que entramos en nuestra casa. Desde las ventanas de las habitaciones de arriba, los espiamos mientras escuchamos sus vítores. Creo que, en un momento dado, vencemos nuestra timidez y nos asomamos para saludar a nuestros fans.
Y ahora viene el tercer y último capítulo. Su protagonista es Ángel, el que fue mi primer gran amigo en Salamanca (¡Qué pena, Ángel, que no me acuerde de tus apellidos! Te gugleaba pero ya para saber por dónde andas. Si no recuerdo mal, cursaste en Salamanca los dos primeros cursos de teología como seminarista de la diócesis de León -eras de Mansilla de las Mulas- y después los continuaste en Granada, donde ingresaste en no sé qué orden religiosa. Años más tarde supe que te habías casado). Un grupo -¿quién, por qué?- de hombres lo persigue. Descubren que está en nuestra casa, una especie de cueva con muchos conductos y cuévanos por los que escapar y esconderse. Y lo consigue, y yo me quedo sin saber en qué para todo el asunto.
Hay un cuarto capítulo, pero éste ya se lo contaré al señor Sigmund Freud, si Dios Nuestro Señor tiene a bien alojarnos en su cielo.

domingo, 14 de mayo de 2017

Éxito, exitus

Que sea el éxito un “exitus”, un salir de sí para triunfar en el otro, con el otro, con los otros. Que sea entonces el éxito salir de sí, dar de sí, darse.

viernes, 12 de mayo de 2017

La descrucifixión de Cristo

Estaría bien que el Gibson que no nos ahorró detalles sobre el sufrimiento de Jesús en su película La pasión no nos los ahorrase tampoco en una filmación de su descendimiento de la cruz. Que allí donde vimos la coronación de espinas, viésemos su “descoronación”; que donde vimos los clavos atravesando y desgarrando sus manos y sus pies, los viésemos también saliendo de ellos. Que donde, en definitiva, vimos a Jesús crucificado, lo viésemos después descrucificado, “salvado” de alguna manera y consolado por los que permanecieron con él hasta el final. El propio Mel Gibson podría ser un magnífico José de Arimatea.

jueves, 4 de mayo de 2017

Jeff Bridges

¿Cuándo conocí a Jeff Bridges? Imposible saberlo. Es otro de los actores que amo y, desde el primer momento, un amigo y ahora ya un viejo amigo. Hace unos días volvimos a vernos en Comanchería (2016) y por eso lo traigo hoy aquí. Dicen de él que es “un actor de raza” y yo me pregunto qué significa esto. ¿El que actúa por instinto frente al que actúa por método? ¿El que nace y se hace frente al que no nace y después se hace? No lo sé, pero en cualquier caso me gusta la expresión: “un actor de raza”. Sin tardar, acude a mi memoria La última película (1971), en la que Jeff tenía veintidós años y en la que formaba un precioso tándem crepuscular con Timothy Bottoms, y, muy rápido también, el último plano de Fat City, ciudad dorada (1972), donde lo veo acodado en la barra de un bar al lado de Stacy Keach. Después, el traedor de recuerdos pega un salto de veintiséis años y me pone ante El gran Lebowski (1998), de los hermanos Coen, en el que aparecía ya su versión barrigona y un tanto pasota y de la que algún rastro queda en la película por la que ganó el óscar al mejor actor, Crazy Heart (2009). Sigue matrimonialmente unido, desde 1977, a su primera y única mujer, Susan Geston, lo que hace que lo ame todavía más. Un tipo decente en toda su extensión: como hijo, como hermano, como marido, como padre, como amigo, como actor… Ojalá, Jeff, que no nos falte nunca gente como tú en el mundo del cine. 

martes, 2 de mayo de 2017

Los miserables

El musical Los miserables, de Tom Hooper, estaba en el furgón de cola de mi memoria para ser visto algún día. Éste llegó y compré el blu-ray, un formato de tan altísima calidad que le concede a las películas un tono hiperrealista que, en el caso de la que me ocupa, no me gustó nada, ni creo que me vaya a gustar nunca en ninguna otra película. Uno de mis intereses por el film gravitaba en torno a la presencia en él de actores a los que amo: Russell Crowe y Hugh Jackman, pero no fue suficiente para que dijese “sí, me gusta”. Al final me di cuenta de que sólo había visto un cuento hiperreal lleno de gorgoritos sin ninguna escena inolvidable. En su día, la lectura del novelón de Víctor Hugo fue todo un hito en mi vida como lector. Jean Valjean, Javert, Fantine, Cosette y Marius continúan siendo para mí criaturas legendarias en el sentido más noble y potente de la palabra. Años después, pude ver en un teatro de Madrid el musical basado en la novela. Estaba con mi amiga Sonia en el gallinero y éramos muy pocos los espectadores. Me gustó muchísimo y la única escena que a día de hoy retiene mi memoria es la de las barricadas.
Hace unos días mi hermana María me preguntó si tenía la novela. Me levanté y se la di. Se asustó al ver el tamaño del novelón y una letra tan pequeña. “¿Me enganchará?” “Creo que sí, pero te aconsejo que te saltes las partes históricas” (Me acordaba en ese momento del tedioso y larguísimo capítulo dedicado a los túneles y cloacas de París). Espero que le guste la novela tanto como me gustó a mí y que Jean Valjean permanezca para siempre en su recuerdo.