viernes, 30 de noviembre de 2018

Los cuervos

Bajé a la huerta a darme un oreo. El día iba ya de caída. Los cuervos, siempre mañaneros, son también los que con sus graznidos marcan la hora de vísperas. Llevaba mi cámara por si pillaba algo interesante. Para mi sorpresa, al final de la huerta, que da a una calle en la que todavía no hay casas, apareció L., que había bajado del coche a hacer pis. Le eché el alto en plan policía vigilante de las buenas costumbres pero la vejiga es la vejiga y, resuelto a no aguantar más, se acercó al árbol a desaguar. Me siguió hablando tal cual y yo me di la vuelta para respetar su momento íntimo. Después se marchó y yo proseguí deambulando. La luna crecía y yo intenté obtener una buena foto. Ante los malos resultados, desistí. Tuve más suerte con una banda de cuervos, que cubrieron todo el rectángulo de la foto sobre un cielo cada vez más oscuro, mientras el ángulo inferior izquierdo lo ocupaban las ramas de un arbusto.

jueves, 29 de noviembre de 2018

El abrigo


Una de las cosas que tengo que hacer en mi trabajo es ir a buscar a un pequeñajo cuando alguno de sus padres viene a buscarlo. Esta vez se trataba de una niña de primero, seis añitos pues. Cuando cogió el abrigo yo pensé que se lo pondría como todo el mundo. Pero no. Lo tiró en el suelo con la parte interior hacia arriba y la zona del cuello hacia ella. Entonces va y se agacha, introduce sus brazos en las mangas y levanta el abrigo echándolo hacia su espalda. Me hizo muchísima gracia, puro ingenio y resolución infantiles.

miércoles, 28 de noviembre de 2018

Open

Open es la autobiografía de Andre Agassi escrita conjuntamente por él y el periodista y premio Pulitzer J.R. Moehringer. Es un libro vibrante y asombroso, pleno de emoción. Cuando lo tenía entre mis manos una tarde de septiembre, bajo el kiwi, mi hermana María me preguntó qué leía. Le contesté y a renglón seguido le leí algunos párrafos. “Mañana mismo lo compró”, exclamó. Su lectura le entusiasmó tanto como a mí. Yo tenía claro que sería mi regalo de cumpleaños para mi sobrino Maino y mi hermano Pepe. Sé que les regalo a un tiempo un libro extraordinario y unas instrucciones para vivir igualmente extraordinarias. ¿Quieres vivir con sensatez, coraje y generosidad? Pues todo esto y más lo encontrarás en estas páginas.
Agassi odió el tenis toda su vida, al que se dedicó porque su padre se lo inculcó férreamente y porque, al cabo, sería lo único que sabría hacer pues no iba a tener estudios ni formación para dedicarse a otra cosa. Errático y genial a un tiempo, enseguida estuvo entre los mejores aunque ni el dinero, ni la fama, ni las victorias le proporcionaron ni un ápice de felicidad. Tras una caída brutal en el ranking el año 1997, resurgió con fuerza con el deseo de ganar Roland Garros, el único Grand Slam que le faltaba. Y era un deseo feroz. Lo consiguió el año 1999 y fue la única vez que una victoria le reportó una inmensa felicidad, tanta que le entraron unas ganas irreprimibles de compartirla y de dar las gracias. ¿Qué hizo? Se inclinó ante el público en los cuatro lados de la cancha. Desde entonces lo hizo siempre. Este modo de mostrar su agradecimiento despertó en mí un enorme afecto por él, en las décadas en que fui un forofo del tenis. La lectura de Open lo ha reavivado.
Que nadie piense que este libro es otro ejemplo más del muy americano “yes, you can”, tan insufrible en tantos sentidos. Es la historia de un éxito en lo deportivo y de una frustración en lo personal, hasta extremos dolorosísimos. Que el final sea feliz no contradice lo que empiezo afirmando en este párrafo, entre otras cosas porque los seres humanos tenemos la obligación de no permanecer tendidos en el sopor de nuestras miserias sino de levantarnos y redimirnos. De esto y no de otra cosa va el libro.

martes, 27 de noviembre de 2018

La ratonera


No sé cuántos roedores hay en el desván de mi casa. Mi madre y yo ya llevamos un tiempo escuchándolos. Frenado por mi proverbial pereza para según qué cosas, no ha sido sino hasta hace poco que decidí exterminarlos. Una vecina me habló de unas ratoneras que los atrapan pero no los matan y que había comprado en Amazon, ratoneras animalistas, vaya. No sé yo si esta vecina mía es animalista o no, pero el caso es que después los ratones que caen en la trampa se los echa a los gatos. Éstos aguantan el tipo como animalistas un rato mientras juegan con los roedores y tal pero al final se los comen, claro. Llevado por la curiosidad, me hice yo también con estas ratoneras, aunque no sabía lo que iba a hacer con un ratón atrapado, sí, pero vivo y coleando. Ya veríamos.
Y llegaron, dos, de plástico y de color verde. El funcionamiento es sencillísimo. De un lado pones unos trocitos de chorizo, por ejemplo. El ratón, atraído por el olor y el hambre, entra por el otro lado de la trampa y queda atrapado al pisar la palanca que cierra la portezuela. Después las puse en el desván y decidí esperar unos días.
Pasado este tiempo subí con cierta aprensión porque a mí los ratones me dan asquito. ¡Allí estaba el sujeto, y muerto! De haber sido yo animalista con pedigrí me habría dado un soponcio pero lo único que hice fue preguntarme por la causa de su muerte. No podría haber sido otra que el hambre. No pensé más en ello. Bajé la ratonera con la víctima y tiré el ratón a un muladar de la huerta.

domingo, 25 de noviembre de 2018

Conducir de noche


Conducir de noche por carreteras poco transitadas es siempre hacerse cómplice del coche que aparece por detrás o al que tú alcanzas por delante. Si durante un tiempo prolongado vais juntos uno detrás del otro se establece un vínculo invisible. En el momento en que uno de los dos alcanza su destino o prosigue en otra dirección, una pena surge por ese tiempo compartido que ha llegado a su fin.

sábado, 24 de noviembre de 2018

El mirador


Si gustas de la soledad y de ver pasar la vida, antes de entrar en un bar o en una cafetería, comprobarás si hay alguna mesa libre al lado de la ventana. Querrás ese mirador privilegiado que es todo cristal, al otro lado del cual la calle es la pasarela de los maravillosos seres humanos, portadores de misterios y protagonistas de aventuras sin cuento. Como tu sensatez, o ni siquiera esto, sino más bien tu aversión al solipsismo tecnológico te ha librado de la wasapmanía, tendrás, además de manos libres, ojos igualmente libres para ver lo qué pasa, que es siempre un quién pasa. Cuando vuelves los ojos hacia dentro es para que caigan sobre el libro que tienes abierto.

viernes, 23 de noviembre de 2018

Los primeros bares de nuestra vida


Aunque el libro Bebimos y comimos, de Ignacio Peyró, me resultó aburrido porque no tengo yo paladar para la literatura gastronómica por más excelsa que ésta sea, y lo es en este caso, le agradezco su referencia a los bares, sobre todo a los  primeros de nuestra vida, allá en la tardía adolescencia y en los albores de la juventud. Vienen a mi memoria el Avenida, el Alaska y el Silleda. En aquellos años, principios de los 80, los bares de pueblo no exhibían marca propia en lo que a diseño se refiere. Todos eran del montón pero esto importaba bien poco. Dejados atrás parques, pinares y robledas, lo que después necesitábamos para estrenarnos como seres adultos era un sitio donde hubiese bebidas, mesas y sillas y se pudiese fumar, un bar en definitiva. Algunos se atrevían con sus primeras cervezas y sus primeros cigarrillos, y los noviazgos, con sus besos apasionados, se mostraban sin rubor frente al resto de la pandilla. Uno se iniciaba aquí en el arte de la conversación, en el que brillaban los primeros espadas de la elocuencia, el humor, el ingenio y la filosofía. Quién sabe si empezaban a decantarse aquí vocaciones y destinos, sintiéndose unos muy en su sitio y otros muy fuera de él, viéndose unos en una carrera y otros en un oficio, queriéndose unos verse casados a la vuelta de los dieciocho y otros fiando el asunto a un futuro más lejano.

jueves, 22 de noviembre de 2018

El mejor verano de mi vida


Al contrario que Haneke, Dani de la Orden no tira de ironía en el título de su película El mejor verano de mi vida, porque lo va a ser para el pequeño Nico cuando aguarda a que su padre cumpla su promesa de regalarle el mejor verano de su vida, tras obtener él un pleno de dieces en sus notas de final de curso.
Su padre es un personaje descacharrante e imposible, del que uno desespera a las primeras de cambio. Su optimismo caótico y su “yo siempre tengo un plan” montado sobre la más pura improvisación, lo conducen de desastre en desastre, para exasperación de su hijo que, con todo, no pierde sus esperanzas en él. Dado que Dani de la Orden quiere una película con final feliz, todo lo ordena para que, finalmente, al caótico Curro le sonría la fortuna.

miércoles, 21 de noviembre de 2018

Happy End

Se titula Happy End pero siendo de Haneke era fácil adivinar que se trataría de un unhappy end.
Al poco de empezar la película ya vemos en un hospital las piernas de una mujer que ha intentado suicidarse. En tanto se cura (o no), su hija se marcha a vivir con su padre y su segunda mujer a la gran mansión del paterfamilias, el abuelo octogenario. Aquí reside también su tía, que está al frente de la empresa familiar.
El anciano señor ya no quiere vivir por lo que, a hurtadillas y con nocturnidad, sube a un coche y lo empotra contra un árbol. Sólo consigue fracturarse la tibia, el peroné y dos costillas. Viéndose paralizado en una silla de ruedas sus ganas de morirse se redoblan. Le pide a su peluquero de toda la vida que le consiga medicamentos o un arma de fuego y munición. El peluquero, contrariado, le dice que no.
Mientras tanto la madre de la niña no ha conseguido salvarse y muere. Hete aquí pues a la pobre chavala con una madre suicidada y con un abuelo haciendo méritos para serlo. Por si esto fuera poco, descubre en el ordenador de su padre los mensajes líricos y guarros que intercambia con su actual amante. Las pastillas que le habían sobrado a su madre se los toma ahora ella.
Ya en el hospital, el padre desea comprender lo que ha hecho su hija. Ésta, a quien su intento de suicidio no le ha robado ni un ápice de lucidez, le suelta esta lindeza: “Mira, papá, tú no quieres a nadie. No quisiste a mamá, no me quieres a mí, no quieres a tu actual mujer ni al hijo que tienes con ella. Lo único que quiero saber es si, cuando la abandones, me llevarás contigo o me dejarás en un centro de menores”.
Su tía tiene un hijo treintañero con sus propias cuitas. Un accidente le cuesta la vida a un obrero de la empresa. Si bien, tras la investigación, se demuestra que ha sido fortuito y que la empresa cumple todos los requisitos en lo que a seguridad laboral se refiere, al heredero, aquejado de mala conciencia por el prurito social que de repente le brota, le estalla la cabeza. Así, la señora marroquí que lleva años de servicio en la casa aparece ahora antes sus ojos como una esclava, y no duda en denunciarlo a voz en grito el día en que su familia, con motivo del 85 cumpleaños del abuelo, celebra una fiesta en su honor con lo más granado de la sociedad presente.
En el banquete de boda de su madre (no sabemos si soltera, divorciada o viuda) vuelve a las andadas con mayor artillería. Irrumpe en el comedor con un grupo de migrantes negros. Tras un exordio irónico, presenta al primero: “Se llama Mohamed, viene de Nigeria, y su mujer y su hijos ardieron durante una operación de Boko Haram”. Se arma, clara, la de San Quintín.
El abuelo, aprovechando el revuelo, le pide a su nieta que lo saque fuera. Aquí hay que hacer un aparte para contar la conversación habida entre los dos unos días antes. Como el padre no había conseguido granjearse la confianza de su hija para averiguar por qué había querido suicidarse, le pide al anciano que lo intente él. Como ni de primeras ni de segundas consigue derribar la desconfianza de su nieta, de terceras opta por abrirle él su propia intimidad. Le habla de su abuela, a quien la niña no conoció, de lo maravillosa que había sido, de la vida feliz que tuvo a su lado. Cuando cayó enferma, le había entregado todo su tiempo para cuidarla, dejando el cuidado de la empresa en manos de su hija. “Tras tres años de sufrimientos prolongados y absurdos la maté asfixiándola. No me arrepiento de haberlo hecho”. Ahora es el turno de la nieta, de que cuente por fin por qué intentó suicidarse. “No lo sé”, contesta. Magra respuesta, pero en cualquier caso ya se ha forjado un vínculo.
Decíamos que el abuelo le había pedido a su nieta que lo condujera fuera del restaurante, a la sazón al lado del mar. Desde el sitio en el que están una vez que han salido, una rampa se adentra en él. “Acércame al agua”, le dice el abuelo a su nieta. Cuando ya están en el borde, le pide que lo empuje más. La niña duda, recela, se turba. “Está bien, vete”. Él mismo levanta entonces el freno de la silla de ruedas, que poco a poco se va adentrando en el mar hasta casi hundirlo hasta el cuello.
Mientras tanto, su nieta ha subido la rampa hasta quedar a la altura de la puerta del restaurante. Coge el móvil, activa la cámara y graba a su abuelo. En la escena entran de repente y a gritos su padre y su tía, que corren rampa abajo a rescatarlo.
Lo dicho, un “happy end”, ¿no?

martes, 20 de noviembre de 2018

El malvado zorro feroz


Hace unos días vi una película animada cuyo título era El malvado zorro feroz. Este zorro, a fuerza de no conseguir ser feroz, termina por no ser malvado. Es un inepto, vaya. La gallina enemiga, a la que quiere zampar, le tiene bien tomada la medida y una y otra vez lo ningunea de todas las maneras. Es una gallina de armas tomar. Su amigo el lobo, viendo que su amigo el zorro no pasa de ser un zorrito sin tomo ni lomo, le sugiere que le robe los huevos, cosa que sí logra. Cuando los tiene en su madriguera, continúa incubándolos para que nazcan los apetitosos pollitos. Finalmente éstos salen del cascarón y, como ya sabemos, al primero que ven le adjudican el papel de madre. Allá que se lanzan pues, todos alborozados, al regazo del zorro llamándole “¡mami!” Éste se queda anonadado por la sorpresa y, dada su poca monta como zorro malvado y feroz, se ve superado por los amores filiales de los pollitos. ¿Y qué querrán ser los pollitos cuya madre es un zorro? Pues zorros. ¿Y qué querrán comer? Pues pollitos. El pobre zorro cría unos pollitos que quieren ser zorros que se coman pollitos. El tiro a nuestro amigo le sale por la culata, pues. Las agallas se le convierten en entrañas y colorín colorado este cuento se ha acabado.

domingo, 18 de noviembre de 2018

Sigo soñando

Estoy en verdadera racha onírica. La pasada noche fue larga a este respecto. De entrada, me las vi con una camada de cachorros caninos. Eran cuatro y de dos desconfíe por completo y de los otros dos me enamoré al instante. Como no paraban me cansé lo indecible pues mi intención era domarlos para que obedeciesen la voz de su amo. Creo que esta parte del sueño acabó mal, con mis perritos perdidos y muertos en algún lugar oscuro y tenebroso. Aquí, de refilón o al final, se coló la historia de la recomposición salvaje de un perro para convertirlo en una máquina asesina, como si alguien hubiese tratado de transformar un dálmata en un dóberman mortífero.
Después me vine a terrenos musicales. Mi hermana Lucía (ella y mi hermana María siempre están muy presentes en mis sueños) y Toño, su marido, habían reclutado a una especie de hombre orquesta para que actuase de pasacalles en la fiesta del pueblo. Aquí y allá se me cuelan unos flashes en las que lidio con mi ropa, pensando en si me pongo una o si me ponga otra. Tras un giro inesperado, estoy bajando del campanario de la iglesia de mi pueblo por una escalera empinadísima y en espiral que parece haberse estrechado repentinamente. Llamo a mi madre, que se ha quedado arriba, para que baje.

viernes, 16 de noviembre de 2018

Soñando a lo alto


Mi máquina onírica dio también de sí la noche pasada. En un sueño me veo, creo que en compañía de mi hermana Lucía, en la cornisa de una montaña a la que está prohibido acceder. Hay allí una cueva y en su interior una poza en la que me meto en compañía de alguien más. Quiero disfrutar de su agua caliente y, sobre todo, del desafío que supone hacerlo.
En otro tramo del sueño estoy en lo alto de un inmenso campanario. Desde él veo a media distancia a B. en la copa de un árbol, saltando de rama en rama, hasta que, oh desgracia, se precipita al vacío, se estrella contra el suelo y muere en el acto. M., que estaba haciendo lo mismo, desciende de rama en rama para acudir en ayuda de su amiga pero, oh desgracia, también ella cae y se muere. H. y yo nos dirigimos después a velar sus cuerpos.

miércoles, 14 de noviembre de 2018

La cena


Fueron a la cena para contentar a los anfitriones. El señor de la casa había pescado un buen lote de fanecas y los había convidado a dar buena cuenta de ellas. No era un pescado por el que uno daría la vida, ciertamente, pero estaban al tanto de las buenas artes culinarias de la señora. Y así fue, en efecto. Los había rebozado con una harina especial que dotaba a los peces fritos de una tiesura que permitía a los comensales cogerlos con la mano como si de un pastel se tratara. Estaban además completamente secos, sin rastro de aceite. En vez de los típicos cachelos, habían servido las patatas enteras y sin quitarles la piel. Pero antes no habían faltado los magníficos patés marca de la casa. Y de una bodega tan bien nutrida como la que tenían los anfitriones habían venido los mejores vinos que cabía esperar. A este respecto todo rodó estupendamente.
La conversación discurrió por los temas habituales de los que hablaban siempre que se reunían. Se alababa la comida, el vino, etc. Esta vez, además, las invitadas elogiaron mucho los manteles individuales que había ganchillado la señora. “Cada uno tiene un punto distinto”, dijo. Todos quisieron comprobarlo y se fijaron en que el suyo era distinto de todos los demás. Por lo demás, el cazador volvió a hablar de jabalíes, el veterinario de sus operaciones quirúrgicas y así uno tras otro. Nada fue excitante ni especialmente divertido pero tampoco nadie esperaba que lo fuera. Todos se sintieron cómodos y esto fue más que suficiente.

lunes, 12 de noviembre de 2018

El eremita urbano


Hace unos días soñé que estaba con mis hermanas en una habitación de una ciudad extranjera. No sé cómo habíamos acabado allí pero lo emocionante es que era donde vivía ¡San Juan de la Cruz! ¿Hasta qué punto influyó en este sueño el hecho de que por la tarde, mientras leía la novela El despertar de la señorita Prim, me topé con la expresión “eremita urbano”? Y es que tal era la descripción que convenía a nuestro San Juan de la Cruz. Su rostro traslucía una inmensa caridad, un amor infinito, una cualidad tal que te entraban ganas de arrodillarte y lavarle los pies. Nos abrazó a cada uno de nosotros con un cariño indecible. Sentí que quería ser como él, estar donde estuviese él. Fue un sueño extraordinario.

sábado, 10 de noviembre de 2018

El pimiento rojo


El color rojo de un pimiento es más hermoso que el de un tomate porque tiene un brillo especial. Cuando merodeaba por la huerta con mi cámara en ristre repare en él. Estaba a ras de suelo y no tuve más remedio que acostarme. Al estirar las piernas mi pie izquierdo se hundió en un charco. “Vale, gajes del oficio”. A través del visor de la cámara, el pimiento me pareció todavía más hermoso y brillante. Pedía a gritos una buena foto y yo estaba dispuesto a hacérsela. Moví la cámara hasta dar con una composición que me gustase y entonces hice “clic”.


jueves, 8 de noviembre de 2018

En el entierro de la madre de B.


A la seis y media ya era de noche y lloviznaba un poco. Con nuestros paraguas abiertos le hicimos un pasillo al coche fúnebre para que pudiera acceder a la puerta del cementerio. Tras las oraciones de rigor, los empleados de la empresa funeraria sacaron el ataúd de la madre de B. y lo transportaron sobre sus hombros hasta el nicho. La calle en la que estaba era muy estrecha y nosotros permanecimos atrás.
A B. le hizo muchísima ilusión que hubiéramos ido a acompañarla sus amigos y amigas de última hora, o mejor, de último año, después que, por iniciativa suya, nos hubiésemos juntado la promoción del 79-83, desde 1º de BUP hasta COU, hacía 13 meses. No era asunto menor que actuásemos de contrapeso frente al entorno hostil que formaba la familia de su cuñado, el más presente en ese momento en el tanatorio. T. me informó que él y su mujer, la hermana de B., habían dejado de hablarle hacía años a raíz de un episodio familiar.
Su madre, que tenía 91 años, había estado los últimos cinco en cama y padecía alzhéimer. Había vivido con una sobrina de B. Ésta había sido el fruto de una violación, la que había sufrido su madre, una mujer discapacitada, a los 18 años. Era la otra hermana de nuestra amiga.
Yo ya conocía al marido de B., un hombre realmente encantador. Le pedí que me presentase a E., el hijo de ambos. Apareció un chico guapo, sonriente, con un semblante muy amistoso. T., que me iba informando puntualmente de todo, me dijo que era igualito al abuelo de nuestra amiga, un hombre de eterna sonrisa que ella misma había conocido.

martes, 6 de noviembre de 2018

domingo, 4 de noviembre de 2018

La rosa amarilla


Este año he descubierto que mi flor preferida es la rosa amarilla. A fuerza de verla en la huerta de mi casa durante casi todo el año y de acercarme con mi cámara para sacarle fotos, fui aficionándome a ella cada vez más. Ya estaba seguro de que la rosa es la reina de las flores. Ahora doy un paso más, no para decir que la rosa amarilla es la reina de las rosas sino para guardarla dentro de mí en el lugar más alto.

viernes, 2 de noviembre de 2018

Las gotas


Las gotas quedan prendidas en el alambre donde se cuelga la ropa. Parecen un enorme ciempiés.

¿Y de qué lado tienen los ojos? No lo sabemos. A lo mejor cada una de ellas es un ojo que no necesita girar sobre sí mismo para verlo todo a su alrededor. 

Imagino que corre por el alambre un ronroneo de agua que constituye su conversación íntima.

Se echarán a volar sobre los rayos de sol si es que no las ha sacudido antes una mano amiga.