martes, 30 de agosto de 2011

Camerún 5: Ahmed

Un día trajo a Baba, su hermanita, para que la conociésemos. Aprovechaba las vacaciones para trabajar en el mercado confeccionando camisas y ganarse así unas cefas (francos de las antiguas colonias francesas). Con ellas se compró una bicicleta. Un día estaba con un amigo delante de casa. Éste practicaba unas volteretas laterales y yo quería fotografiarlo en el momento en el que las piernas apuntan hacia arriba, por lo que le pedí que las continuase haciendo hasta que lo lograse. Entonces Ahmed solicitó la atención de mi cámara y sin más fuerza que el propio impulso pegó un salto mortal hacia atrás que yo capté en el momento del giro, en pleno vuelo.
El que se distingue es distinguido: lo era Ahmed, este adolescente de 12 años del que estoy hablando, que enseguida nos cautivó a Ana y a mí por su belleza, su discreción, su atención respetuosa, su aseo exterior e interior, su inteligencia. Me gusta imaginarlo como un príncipe, humilde, dulce, magnánimo, que pasa invisible por el mundo excepto para aquéllos a los que se quiere dar a conocer.
Como muestra de amistad le regalé una pequeña linterna que había llevado. Ojalá, Ahmed, que sigas creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres.

domingo, 28 de agosto de 2011

Camerún 4: la abundancia de la juventud

Una de las cosas que enseguida salta a la vista en Camerún es su juventud, que es también la de África, Sudamérica y Asia. Infantes, niños, adolescentes y jóvenes rebosan en cantidad tal que España, y Europa en general, queda humillada al instante por el agravio comparativo. Somos un continente envejecido, que no engendra hijos, triste Europa sin sangre joven en sus venas. África nada en la abundancia de su juventud, que uno desearía que no se perdiese y fuese uno de los motores de su desarrollo en todos los órdenes, sin copiar modelos y actitudes de esa juventud europea que se ha dejado engatusar y atrapar por un materialismo que le ha robado el alma y el ánimo. Vargas Llosa escribía en un artículo sobre China lo siguiente: “A muchos de ellos (intelectuales, académicos y escritores chinos) los escuché quejarse del poco o nulo interés que mostraban los jóvenes -sobre todo los mejor formados- por la vida cívica, la cultura, y, en general, por todo lo que fuera desinteresado y espiritual, como la filosofía, el arte o la religión (…). Todos parecen obsesionados con alcanzar una buena formación técnica y profesional que les abra las puertas a las grandes transnacionales y sus jugosos salarios o a los puestos administrativos, ahora también magníficamente dotados. A uno de ellos le oí murmurar, haciendo una mueca tristona: ‘Hoy apenas habría un puñadito de muchachos para manifestarse en Tiananmen’. La gran mayoría sólo aspira a ganar dinero, mucho dinero, y vivir mejor”.
Ojalá que en el futuro nadie se vea obligado a escribir algo parecido sobre los jóvenes de África.

sábado, 27 de agosto de 2011

Camerún 3: Michel

A la mañana siguiente de haber llegado a Maroua se personó Michel, al que supusimos amigo de Emilio. Bajo este supuesto, y una vez metidos en conversación, le dimos a petición suya nuestros números de teléfono y correos electrónicos. Pero no tardó en surgir la primera rareza, no recuerdo ya si aquella misma mañana o a la siguiente. Nos escribió una carta a Ana y a mí que nos entregó allí mismo. Me la dirigía a mí pero en el remite había escrito los nombres de ambos. Nos pedía el disco duro de un ordenador, refería la fecha en la que había obtenido el título de bachillerato y otro ramillete de cosas extrañas. Ana, entre el humor y el enfado, me contó lo que creyó todo un descaro por su parte, si bien al mismo tiempo lo disculpaba pensando que acaso lo había comprendido mal. Digamos que la requebró pasándose un pelín o más que un pelín. Más tarde nos aclaró Emilio que Michel era un pesado visitante diario y, para decirlo todo, un borderline. Vestía siempre traje y corbata de color negro y calzaba tenis, toda una estampa coronada por su cara, en la que Ana adivinaba un fondo de tristeza. “Un pobre infeliz digno de lástima” fue en lo sucesivo el modo bajo el que lo contemplamos. Mientras tanto él seguía con sus planes. Estaba preparando una fiesta para el viernes de esa semana en la que habría muchísima cerveza. Nosotros ya nos batíamos en retirada pensando cuál sería la excusa que nos inventaríamos para no ir. El broche final, que nos descuajaringó, fue cuando dijo que un día se presentaría en nuestras respectivas casas en España, donde, tras abrir nuestras puertas y verlo a él, saltaríamos de alegría exclamando “¡oh, Michel!” Y aquí soltó su última perla: “nous serons ensemble”. ¡Hasta yo lo entendí sin que cupiera ninguna duda! Ana se metió en casa presa de un ataque de risa y yo me contuve como pude quedándome fuera con él. Con el “nous”, ¿a quién se refería? ¿A él y a Ana, o me incluía a mí también? Más de una vez nos burlamos cariñosamente de Ana a cuenta de Michel: si la requería en amores, ¿por qué no le hacía un poquito más de caso? y más cosas por el estilo. Ana se sumaba al jolgorio, si bien las frecuentes visitas de Michel acabaron por traerla un poco frita, y no dejaba de recordar que, por más simple que fuera, había sido un descarado.
Recordándolo ahora, sólo puedo decir, ¡pobre Michel!

jueves, 25 de agosto de 2011

Camerún 2: Emilio

Al volver del viaje sentí nostalgia de Emilio. Fui consciente entonces de que había sido el centro del viaje, la palanca, el prisma: desde él alcancé las realidades que me circundaron, punto fue de apoyo para saltar y sumergirme en ellas, a través de sus ojos las vi. Pero más importante que todo esto fue reencontrarnos como amigos, sentir de nuevo el fuego de la amistad, recuperable siempre porque las brasas nunca se extinguen. El hábito de la conversación íntima lo habíamos perdido un poco, o al menos así me lo pareció a mí, y por eso me sentí al principio incómodo cuando nos retiramos a hablar. Pero el tono se avino a ser el de siempre, el que colorea cada relación amistosa y le otorga su singularidad. Aun a riesgo de ser cursi diré que hice morada en él, al igual que la hizo él en mí, para seguir siendo lo que nunca habíamos dejado de ser: grandes, necesarios, íntimos amigos.

martes, 23 de agosto de 2011

Camerún 1: estuve

Se puede ver sin llegar a estar. La vista es parte de algo más grande y profundo, la estancia, sólo posible si algo, o mejor, alguien nos arraiga allí donde vamos. No sólo vi sino que estuve en una zona de Camerún gracias a mi amigo Emilio, misionero en este país africano desde hace cinco años, concretamente en Maroua, una ciudad de doscientos cincuenta mil habitantes situada en el norte, entre Nigeria y Chad. Un lugar es lo que son sus moradores. Sin el contacto con los segundos no hay arraigo en el primero. Al presentarnos y darnos a conocer a amigos, parroquianos y conocidos, sin más barreras que las exigidas por la educación y el respeto, hizo posible que Ana y yo fuéramos algo más que turistas que pasan y sólo ven: viajeros que, en su paso por el lugar, echan las raíces que nunca echarían los primeros.