jueves, 22 de junio de 2017

Un largo etcétera (bajo el kiwi)


Terminado el libro, le envío estas letras que publico aquí con permiso del autor:

Querido Enrique:
Bajo el kiwi, he terminado de leer hace un rato Un largo etcétera. Tras la tensión-pasión de Un pábilo vacilante, sentí que la tercera entrega de tu diario-blogg bien pudiera titularse "Vuelta a la normalidad", o "Vuelta al valle" después de haber estado en la cumbre que es Un pábilo. Es un libro muy, muy sencillo, que casi no pesa, pues los niños pequeños, la una llamada Carmen, o Carmencita, y el otro Enrique, no pesan, y son ellos los protagonistas, o por lo menos los más protagonistas, de ULE, que es la puerta abierta al cuarto de sus vidas que tú nos brindas. En este sentido es el tuyo un libro muy poroso, aéreo, casi volátil. La cualidad transparente que tienen los niños, no cualesquiera niños sino estos niños que son tus hijos, impregna por completo tu libro. ¿Un casi-nada tu libro, un haiku alargado en el tiempo que dura seis años? Me gusta pensarlo así, y que leerlo haya sido como zamparse un sorbete de limón. Qué vivan los niños, qué vivan tus hijos, Carmen, o Carmencita, y Enrique.
Un fuerte abrazo.
Suso 

miércoles, 21 de junio de 2017

La pelota en las gallinas

Tras el primer “¡ring!” el segundo “¡ring!” no tarda nada en sonar. Quienquiera que sea tiene prisa, y mucha. Al empezar a bajar las escaleras, a través del cristal traslúcido adivino dos criaturas pequeñas. Antes de abrir la puerta, siento sus voces nerviosas. La abro y, ante mí, un pimpollito y una pimpollita se abalanzan a decir: “Caeu a pelota nas galiñas”. “É Suso”, le dice la pimpollita al pimpollito, o sea que los dos estudian en el CEIP donde trabajo, y me ha reconocido. Me enorgullece. Vamos pues los tres a por la pelota que, fuertemente lanzada y mal dirigida, ha volado por encima de la tapia y ha caído “nas galiñas”, y justamente es así, pues, habiendo más probabilidades de que cayera fuera del estrecho pasillo que es el gallinero, lo hizo sin embargo dentro de él. Como no nos conocen, las gallinas se ponen como locas a cacarear. Entro yo en su casa y recojo la pelota. Se la doy. La cogen. “¿Cómo se dice?” “Gracias”. Feliz misión cumplida.


Estos gallos son los amigos gallos
de las susodichas gallinas.

lunes, 12 de junio de 2017

C. 3

Sobre aquella remota vida mía con C. no tengo ningún recuerdo concreto, sólo, como ya dije dos entradas atrás, la de su cara de ratón bueno que ahora, sin embargo, más me parece la de un gatito. No me acordaba yo por tanto de que él y mi también amiga de la infancia y juventud, A., habían sido novietes. A. murió en el año 2009 pero C. me dijo que se había enterado no hace mucho. Además de para verme a mí, había venido a Silleda por lo tanto también para ver la tumba de A. Pero el encuentro con su prima R. no sólo limitó nuestro encuentro a una hora sino que le impidió igualmente acercarse al cementerio. Me dijo que el mes que viene lo planearía mejor, de modo que pudiésemos alargar nuestra conversación, visitar el lugar donde nuestra amiga está enterrada y también otros sitios que fueron escenario de aventuras y vivencias comunes.

Mi hermano Ramón había comido en casa y por eso, por la tarde, recibí un whatsapp de su mujer, Mude, en el que me pedía que le diera a C. de su parte un abrazo cariñoso. Tampoco de esta amistad entre mi cuñada y mi amigo guardaba yo ningún recuerdo. Poco a poco, en torno a él, como ondas expansivas, se van añadiendo circunstancias olvidadas por mí y que completan el cuadro en el que en principio sólo me veía a mí mismo con C..

viernes, 9 de junio de 2017

C. 2

Pepe, Lucía y yo estábamos resolviendo un asunto familiar que no admitía distracción ni dilación. Sonó el timbre, Pepe bajó, abrió la puerta y comenzó una conversación de la que Lucía pudo captar la palabra “C.”. “¡Es C. preguntando por ti! ¡Baja!”. Yo, con cera en mis oídos, no sentí esta palabra, sólo lo que Pepe le dijo al que había llamado: “Mira, ahora estamos ocupados con un asunto urgente. ¿Te importaría llamarlo un poco más tarde? Enseguida terminamos”. Cuando subió confirmó su identidad. Me levanté de un tirón, me asomé a la ventana y grité: “¡C.!”. Me lancé después escaleras abajo, salí a la calle y en pleno paso de cebra C. y yo nos fundimos en un abrazo. “Mira, ahora mismo no puedo quedar contigo. ¿Hasta qué hora andarás por aquí”. “Hasta las seis”. “Anda, entra que apunto tu número de teléfono”. Cuando estaba ya dentro de casa, en la cocina, y C. se acercaba por el pasillo, le dije a mi madre quién era. “Cómo, ¿el hijo de A.?”, exclamó sorprendida y alegre. Y también ellos dos se fundieron en un abrazo.

miércoles, 7 de junio de 2017

C.

El pasado sábado día 3 reapareció C. Me dijo que nos habíamos visto por última vez cuando rondábamos los dos los dieciséis años pero a mí me parece que esta fecha se remonta todavía más atrás en el tiempo. En cualquier caso, desde hace por lo menos treinta y cinco años no nos habíamos vuelto a ver.
C. era primo de unos vecinos amigos nuestros y durante algunos meses de septiembre en años sucesivos de nuestra infancia y primera adolescencia venía a pasar unos días a casa de estos primos suyos. Nos hicimos amigos, dentro de la pandilla más amplia que yo formaba con mis amigos y amigas de aquella época. Cuando dejó de venir, durante algunos años el único contacto que hubo entre nosotros fue la felicitación navideña que, con un escueto mensaje, yo recibía de él y él recibía de mí, si bien el contenido de la mía no era tan breve como el suyo.
Después, cada vez que sus hermanos A. y C. venían a Silleda a los entierros de los tíos y tías que se iban muriendo, yo sabía por ellos las nuevas de C.: “se fue a A., pues allí está nuestro hermano mayor”; “se casó”, “tuvo una niña”, y así. Supongo que él también fue sabiendo de mí a partir de lo que sobre mí yo les contaba a A. y C.
Nos citamos a las tres, después de comer, en el bar “A Pedra”. Ambos coincidimos en decir que, en un mero cruce con no más tiempo que una mirada fugaz, no nos hubiésemos reconocido. Sin embargo, en un bar, tras un inicial “esta cara me suena” y con tiempo para una mirada más que fugaz, acabaríamos con un “¡pero si tú eres C./Suso!” Me di cuenta de que, a grandes trazos, uno puede resumir su vida en un minuto señalando sus etapas esenciales y dando unas breves indicaciones. Es lo que hicimos los dos al comienzo de nuestra conversación. A medida que pasaba el tiempo, en su sonrisa adulta reconocía yo la sonrisa del C. infante y adolescente, su carita de ratón bueno.