Mi tío Luis quería saber cuál era el límite entre Riocalvo y Sanfiz y eso disparó, en conversación con mi madre y mi tío Perfecto, una rememoración de la toponimia de su infancia, que en muchos casos, casi todos, se mantiene. Yo los escuchaba fascinado. Me parecía que estuvieran cartografiando un territorio mítico, del que hubieran vuelto tras haberlo explorado con curiosidad y delectación. No eran conscientes de que estaban levantando acta, ante mis oídos asombrados, de la prehistoria de mi historia. Esto había ocurrido otras muchas veces, pero ese día me pillaron especialmente perceptivo. Habían sido niños, habían guiado vacas y ovejas por prados diversos, cada uno con su nombre -a chouisiña darriba, a leira da fonte, o agro pequeno-, habían crecido en un lugar, O Couto, de una parroquia, Negreiros, su Tierra Media que habían llenado de aventuras y esperanzas. Al recitar su geografía volvían a ella, a un pasado que era también el mío. Me fui con ellos, encantado.
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