En plena euforia por la victoria conseguida siempre me asalta el temor de que el partido ganador se tome algún tipo de venganza, que se les cuele en el magín un “ahora veréis”, como si haber estado en la oposición hubiese sido un agravio que se les haya infligido. Uno espera que los más de cuarenta años de democracia que tenemos a nuestras espaldas lo hayan sido también de adiestramiento democrático, de modo que tentaciones como la señalada mueran en el mismo momento en que nacen, si es que nacen, en las cabezas de los ganadores, y seguro que es así. Mi imaginación no obstante insiste en traerme el cuadro del ganador neófito como un destroyer que hace borrón de todo lo hecho anteriormente para postularse como un Adán en ese feudo en el que querrá erigir su particular paraíso.
miércoles, 25 de mayo de 2011
lunes, 23 de mayo de 2011
Junio de 1996: el camino de Santiago
Hice el camino de Santiago porque E. me convenció para que lo acompañase. Me pareció un buen modo por otro lado de visar un año de fructífera sanación psicológica. El tiempo de que disponía E. impidió que saliésemos de Roncesvalles; el punto de partida sería Pamplona. Allá nos fuimos un día del mes de junio de 1996. Una vez que llegamos al albergue pamplonica no recibimos mejor noticia para iniciar la marcha el día siguiente que saber que el día anterior un francés de cierta edad había muerto allí debido a un infarto. Nos salieron alas en los pies nada más saberlo.
Muy mercuriales salimos pues al día siguiente, a golpe de corazón, con la intención de hacer cada jornada en torno a treinta kilómetros para poder estar en Santiago veinte días después según la fecha prevista por E. En la tercera etapa, si mal no recuerdo, tuvo luchar “el hecho malo”. Cuando cruzábamos un pueblo cuyo nombre ya he olvidado me escocían tanto los pies que me senté en un banco para descansar y airearlos. ¡Cómo se puso E.! Tronó como un basilisco completamente fuera de sí, reprochándome no mi cansancio sino el hecho de sacarme las botas, cosa que no debía hacerse porque, según un tío suyo, y aquí me tableteó cual ametralladora las explicaciones del susodicho. Seguramente tenía razón, pero la perdió toda al presentármela como lo hizo, ladridos de can cerbero que me condenaban como a un réprobo. Me quedé pasmado, hecho polvo, humillado. Desconocía esa faceta suya y en mi interior firmé el acta de defunción de nuestra amistad, o mejor, medio amistad, pues a más no había llegado. Por delante se presentaban casi tres semanas de camino solitario, cosa que no había previsto y me dejó desolado. La noche de ese día ominoso, en el albergue, medio aclaramos la situación, pero la brecha quedó abierta y ya no se cerró nunca. Juntos pero absolutamente no revueltos seguiríamos haciendo el camino: tal fue el pacto tácito que se selló.
Las palabras que cruzamos a lo largo del camino y hasta su finalización no fueron muchas. Pocos días después se avecinó un alemán, alto, con gafas, delgado, de pelo largo y lacio. ¿Era arquitecto? Creo que sí. Su interés por el camino se centraba en las construcciones románicas. E. tenía más reciente el inglés y por eso entendía y se hacía entender mucho mejor que yo, que no había vuelto a saber de él desde COU, en el curso 19821983. La relación por tanto con Arquitecto fue más cosa de E. que mía. En una de esas etapas tuvo lugar “el hecho bueno”. Otro fin de jornada, otro albergue y una invitación del cura del lugar a quienes quisieran para compartir las experiencias de la parte del camino ya andado. Yo hablé de la dureza del camino, de mis dificultades físicas y psicológicas y de alguna que otra cosa más (de vuelta en Galicia, en una carta una vez más “ominosa”, E. me hizo saber que sintió vergüenza ajena ese día al verme tan débil, él, tan hercúleo, tan fuerte, “el Eterno”, como rubricó su carta). Al terminar la charla, se me acercó A. También alemán, rubio y con una calvicie más que incipiente, de rostro apuesto, apacible y decidido, supongo que mi tono y mis gestos, ya que no lo comentado por mí pues no entendía el castellano, le interesaron hasta el punto de preguntarme qué había dicho. Mi primera reacción fue el susto. El embarazo de tener que explicarle en un inglés arrumbado en el baúl de los recuerdos cuál había sido mi comentario me puso contra las cuerdas. Con nervios, malamente, lo hice. En ese momento, y éste es “el hecho bueno” arriba mentado, comenzó una amistad que dura hasta el día de hoy y que validó con sobresaliente la pena del camino. Ésta iba a ser ya sólo física. La alegría, acompañar y ser acompañado por A., con todo lo que ello implicaba: caminar juntos, descansar en los “break”, disfrutar de la llegada a los albergues, hablar y conocernos, reírnos mucho, destrozar yo el inglés de la pérfida Albión mientras envidiaba el de A., perfecto, etc.
A. había decidido hacer el camino para dilucidar su futuro. Tenía dos frentes abiertos: la universidad y la política, el doctorado y posterior docencia o un trabajo en los niveles más altos dentro del Partido Social Demócrata, en el que militaba. Creo que le atraía más lo segundo, y tal fue su opción cuando, tras previa llamada telefónica, le confirmaron que ocuparía un puesto de relevancia dentro del organigrama del Partido. Se alegró mucho porque ya podía enfilar su vida por un rumbo concreto. Bien que lo celebramos. Los años siguientes, siempre cargado él de muchísimo trabajo (el “a lot of work” constituiría desde entonces una cantilena), lo vieron en distintos destinos: Bruselas, jefatura de gabinete del Segundo de a bordo en la jerarquía del PSD, embajada alemana en Suecia… En la segunda ocasión que lo visité, la Semana Santa del 2004, en Berlín, me llevó a la sede de su partido, un edificio interesante, muy high tech, que me enseñó de arriba abajo. En el salón de reuniones de la junta directiva me invitó a sentarme en la silla destinada al entonces canciller Gerhard Schröder. He de decir que, si estaba impregnada de la erótica y retórica del poder, no se me pegó nada, o eso creo.
Lo mejor del camino, tanto para A. como para mí, fue la amistad que surgió entre los dos. Era el broche final de la respuesta que dábamos a los que, de vuelta en casa, nos preguntaban por nuestra experiencia en el Jacobusweg (camino de Santiago en alemán, que acabé utilizando de tanto oírlo). Pero hubo otras inefables alegrías: el baño en el agua helada de un gran pilón tras una tórrida jornada en aquel refrescante y hermosísimo albergue, las patatas fritas con huevos fritos y chorizo en San Juan de Ortega, la primera clara de limón que tomé en mi vida y me hizo inmensamente feliz en una taberna leonesa tras otra jornada muy calurosa… ¡Qué fuente de dicha es el agua para el muerto de calor, una bebida fría para el muerto de sed, un plato de abundante comida para el muerto de hambre! ¡Qué contento da el oasis al que viene del desierto! Y no puedo dejar de referir los gozos contemplativos: el abaneo de las mieses por efecto de la brisa cuando nos acercábamos a San Juan de Ortega, los altozanos coronados por pequeños pueblos con sus altas torres e iglesias que avistábamos desde lejos y que parecían tirar de nosotros, aquella hora de aquel día en aquel lugar, cuando cayeron las únicas gotas de lluvia de todo el camino, de un color gris violáceo, llena de silencio, muy alargada hasta un bellísimo horizonte, con cigüeñas que parecían reinas ajenas al mundo…
Dichas especialmente espirituales no las hubo, salvo que uno considere la amistad una de ellas. No me interesa, y sigue sin interesarme, el camino de Santiago como fuente de piedad y devoción. Ya comenté que si lo hice fue porque E. me animó a hacerlo. Ningún otro acicate obró en ello, tampoco ninguno específicamente cristiano. Me dejé llevar por una invitación, por la curiosidad, por el “a ver qué pasa”. Nada más. Y nada más que el camino diario, en su doble sentido, fue lo que tuvo lugar dentro del marco en el que me encontraba. No obstante tuvo que dejarme su particular impronta, pues no me explico de otro modo la honda emoción que siento cuando veo pasar a los peregrinos por detrás de mi casa prácticamente a diario, los que llegan por la vía de la plata, o los que me encuentro en la carretera a la ida o a la vuelta de Santiago, y no digamos ya los que son multitud en Compostela y se amontonan gozosamente en mis ojos. ¿Qué llevas, quién eres, peregrino, para que así me hables? Sí, la ruta jacobea en el mes de junio del 96 desde Pamplona a Santiago dejó en mí más de lo que yo alcanzo a ver.
A finales de junio llegamos por fin a la ciudad del Apóstol. Invite a A. a pasar unos días en mi casa. Surgió un flechazo entre él y M. Pero ésta es ya otra historia. Hoy A. sigue trabajando en el PSD, está casado con S. y tiene una hija, H., a la que adora.
Muy mercuriales salimos pues al día siguiente, a golpe de corazón, con la intención de hacer cada jornada en torno a treinta kilómetros para poder estar en Santiago veinte días después según la fecha prevista por E. En la tercera etapa, si mal no recuerdo, tuvo luchar “el hecho malo”. Cuando cruzábamos un pueblo cuyo nombre ya he olvidado me escocían tanto los pies que me senté en un banco para descansar y airearlos. ¡Cómo se puso E.! Tronó como un basilisco completamente fuera de sí, reprochándome no mi cansancio sino el hecho de sacarme las botas, cosa que no debía hacerse porque, según un tío suyo, y aquí me tableteó cual ametralladora las explicaciones del susodicho. Seguramente tenía razón, pero la perdió toda al presentármela como lo hizo, ladridos de can cerbero que me condenaban como a un réprobo. Me quedé pasmado, hecho polvo, humillado. Desconocía esa faceta suya y en mi interior firmé el acta de defunción de nuestra amistad, o mejor, medio amistad, pues a más no había llegado. Por delante se presentaban casi tres semanas de camino solitario, cosa que no había previsto y me dejó desolado. La noche de ese día ominoso, en el albergue, medio aclaramos la situación, pero la brecha quedó abierta y ya no se cerró nunca. Juntos pero absolutamente no revueltos seguiríamos haciendo el camino: tal fue el pacto tácito que se selló.
Las palabras que cruzamos a lo largo del camino y hasta su finalización no fueron muchas. Pocos días después se avecinó un alemán, alto, con gafas, delgado, de pelo largo y lacio. ¿Era arquitecto? Creo que sí. Su interés por el camino se centraba en las construcciones románicas. E. tenía más reciente el inglés y por eso entendía y se hacía entender mucho mejor que yo, que no había vuelto a saber de él desde COU, en el curso 19821983. La relación por tanto con Arquitecto fue más cosa de E. que mía. En una de esas etapas tuvo lugar “el hecho bueno”. Otro fin de jornada, otro albergue y una invitación del cura del lugar a quienes quisieran para compartir las experiencias de la parte del camino ya andado. Yo hablé de la dureza del camino, de mis dificultades físicas y psicológicas y de alguna que otra cosa más (de vuelta en Galicia, en una carta una vez más “ominosa”, E. me hizo saber que sintió vergüenza ajena ese día al verme tan débil, él, tan hercúleo, tan fuerte, “el Eterno”, como rubricó su carta). Al terminar la charla, se me acercó A. También alemán, rubio y con una calvicie más que incipiente, de rostro apuesto, apacible y decidido, supongo que mi tono y mis gestos, ya que no lo comentado por mí pues no entendía el castellano, le interesaron hasta el punto de preguntarme qué había dicho. Mi primera reacción fue el susto. El embarazo de tener que explicarle en un inglés arrumbado en el baúl de los recuerdos cuál había sido mi comentario me puso contra las cuerdas. Con nervios, malamente, lo hice. En ese momento, y éste es “el hecho bueno” arriba mentado, comenzó una amistad que dura hasta el día de hoy y que validó con sobresaliente la pena del camino. Ésta iba a ser ya sólo física. La alegría, acompañar y ser acompañado por A., con todo lo que ello implicaba: caminar juntos, descansar en los “break”, disfrutar de la llegada a los albergues, hablar y conocernos, reírnos mucho, destrozar yo el inglés de la pérfida Albión mientras envidiaba el de A., perfecto, etc.
A. había decidido hacer el camino para dilucidar su futuro. Tenía dos frentes abiertos: la universidad y la política, el doctorado y posterior docencia o un trabajo en los niveles más altos dentro del Partido Social Demócrata, en el que militaba. Creo que le atraía más lo segundo, y tal fue su opción cuando, tras previa llamada telefónica, le confirmaron que ocuparía un puesto de relevancia dentro del organigrama del Partido. Se alegró mucho porque ya podía enfilar su vida por un rumbo concreto. Bien que lo celebramos. Los años siguientes, siempre cargado él de muchísimo trabajo (el “a lot of work” constituiría desde entonces una cantilena), lo vieron en distintos destinos: Bruselas, jefatura de gabinete del Segundo de a bordo en la jerarquía del PSD, embajada alemana en Suecia… En la segunda ocasión que lo visité, la Semana Santa del 2004, en Berlín, me llevó a la sede de su partido, un edificio interesante, muy high tech, que me enseñó de arriba abajo. En el salón de reuniones de la junta directiva me invitó a sentarme en la silla destinada al entonces canciller Gerhard Schröder. He de decir que, si estaba impregnada de la erótica y retórica del poder, no se me pegó nada, o eso creo.
Lo mejor del camino, tanto para A. como para mí, fue la amistad que surgió entre los dos. Era el broche final de la respuesta que dábamos a los que, de vuelta en casa, nos preguntaban por nuestra experiencia en el Jacobusweg (camino de Santiago en alemán, que acabé utilizando de tanto oírlo). Pero hubo otras inefables alegrías: el baño en el agua helada de un gran pilón tras una tórrida jornada en aquel refrescante y hermosísimo albergue, las patatas fritas con huevos fritos y chorizo en San Juan de Ortega, la primera clara de limón que tomé en mi vida y me hizo inmensamente feliz en una taberna leonesa tras otra jornada muy calurosa… ¡Qué fuente de dicha es el agua para el muerto de calor, una bebida fría para el muerto de sed, un plato de abundante comida para el muerto de hambre! ¡Qué contento da el oasis al que viene del desierto! Y no puedo dejar de referir los gozos contemplativos: el abaneo de las mieses por efecto de la brisa cuando nos acercábamos a San Juan de Ortega, los altozanos coronados por pequeños pueblos con sus altas torres e iglesias que avistábamos desde lejos y que parecían tirar de nosotros, aquella hora de aquel día en aquel lugar, cuando cayeron las únicas gotas de lluvia de todo el camino, de un color gris violáceo, llena de silencio, muy alargada hasta un bellísimo horizonte, con cigüeñas que parecían reinas ajenas al mundo…
Dichas especialmente espirituales no las hubo, salvo que uno considere la amistad una de ellas. No me interesa, y sigue sin interesarme, el camino de Santiago como fuente de piedad y devoción. Ya comenté que si lo hice fue porque E. me animó a hacerlo. Ningún otro acicate obró en ello, tampoco ninguno específicamente cristiano. Me dejé llevar por una invitación, por la curiosidad, por el “a ver qué pasa”. Nada más. Y nada más que el camino diario, en su doble sentido, fue lo que tuvo lugar dentro del marco en el que me encontraba. No obstante tuvo que dejarme su particular impronta, pues no me explico de otro modo la honda emoción que siento cuando veo pasar a los peregrinos por detrás de mi casa prácticamente a diario, los que llegan por la vía de la plata, o los que me encuentro en la carretera a la ida o a la vuelta de Santiago, y no digamos ya los que son multitud en Compostela y se amontonan gozosamente en mis ojos. ¿Qué llevas, quién eres, peregrino, para que así me hables? Sí, la ruta jacobea en el mes de junio del 96 desde Pamplona a Santiago dejó en mí más de lo que yo alcanzo a ver.
A finales de junio llegamos por fin a la ciudad del Apóstol. Invite a A. a pasar unos días en mi casa. Surgió un flechazo entre él y M. Pero ésta es ya otra historia. Hoy A. sigue trabajando en el PSD, está casado con S. y tiene una hija, H., a la que adora.
sábado, 21 de mayo de 2011
La elipse, el círculo
Creo que las amistades sanas son las que se ajustan al modelo elipse, ese círculo que, presionado por arriba, se ensancha hacia los lados de modo que su centro se desdobla obteniéndose dos, cada uno de los cuales centra el extremo de la elipse en el que se encuentra, muy a sus anchas y con suficiente sitio propio, pero siempre mutuamente referidos y a la distancia justa dentro de su común espacio, el espacio de la elipse.
La relación de pareja en cambio, si es que en verdad aspira a hacer de dos carnes una sola, debiera ajustarse al modelo círculo, pues ninguno de sus miembros es planeta frente al otro sino más bien dos planetas superpuestos, siempre y cuando esta imagen no signifique el ahogo de cada uno de ellos sino su intimísima unión dentro de una intimísima diferencia.
Qué romántico
Fueron mi madre y una pequeña parte de la familia, que incluía a mi sobrina Martina, de tres años, a visitar la tumba donde está enterrado mi padre. Se le había dicho que iban a ver al abuelo Luis, al que no conoció, el cual, por no sé qué extraña razón, trocó ella en “tío Luis”, y que fue lo que iba repitiendo a cada poco. Una vez ante el nicho, le explicaron que al “tío Luis” tras morir lo habían metido allí pero que ahora estaba en el cielo.
-¡Qué romántico! -, exclamó Martina.
-¡Qué romántico! -, exclamó Martina.
jueves, 19 de mayo de 2011
Frunces de un adiós
Es la primera vez que he tenido el deseo de tener un vaso con flores en mi cuarto. “Mamá, ¿me lo haces?” Le encanta hacerlos, no en vano lleva un montón de años preparando los de la iglesia. Su nota es siempre delicada, sin estridencias, no poniendo más que lo necesario, tanto en lo que respecta al volumen como al color. Sólo lo justo, lo que es justo, mamá. Ya se inclinan las ramas, y también las rosas, aunque no todas pues una se mantiene todavía erguida. Los dobladillos de los pétalos anuncian su retiro, frunces de un adiós, “otras vendrán tras nosotras, amigo”.
miércoles, 18 de mayo de 2011
Hacer manitas
Agarras su mano sobre tus piernas y permanecéis así una eternidad, aunque tras un rato es sobre su regazo donde descansa tu mano entre las suyas. ¿Pero qué cambio es éste si ya no es seguro hablar de dos regazos y sí lo es decir que hay uno sólo, el de los dos? Deslizas el índice sobre el perfil de su mano; subes hasta la yema del meñique, bajas hasta la curva que hace con el anular, subes, bajas…, hasta el otro lado, donde el pulgar nace, demorándote en hacer círculos sobre el pulpejo. Con los dedos tamborileas después en su palma, ¿o son cosquillas? Te inclinas y la besas, y con ella pegada a tus labios te enderezas y dejas que la pasee sobre tu rostro. Si no significase ya lo que significa, ¡qué bonito sería decir que hacéis manitas!
El viarionovelista
¿Do fuir de las inclemencias del tiempo para, como un gato encerrado, pensar la cosa en sí sin más apoyo que una caña y la luz hialina de un fanal? ¿A un jardín de pólvora con tejado de vidrio, a los hemisferios de Magdeburgo, para ser el caballero asentado sobre su punto fijo, la manía de pensar las cosas más extrañas, locuras sin fundamento? Apenas sensitivo, dentro de una nube, semana tras semana con sus siete y nada modernos días vive troppo vero.
lunes, 16 de mayo de 2011
Viarionovela
“Tampoco sabría explicar qué son estos libros. ¿Diarios, novelas? Escritos como diarios y publicados como novelas, han acabado siendo una tierra de nadie. (…) Habrá lectores que los lean como diarios y quienes los lean como novela” (En la solapa de Apenas sensitivo, decimoséptimo tomo de Salón de pasos perdidos, de Andrés Trapiello), y quien los lea como una viarionovela, género nuevo que debemos a nuestro estupendo viarionovelista leonés.
domingo, 15 de mayo de 2011
Campaña electoral
La jeta sonriente postula paraísos, ulula al son que Pan extrae de su caramillo, desatando aleluyas en su séquito de bacantes y silenos. Cada cual con su pánico, todos escuchan la merced que prometen los ventosos Dionisos: “¡Panes calientes, envejecidos vinos!”
sábado, 14 de mayo de 2011
Recurrencias: Dame pena, clavo, espina, / dame vida
En el corazón tenía / la espina de una pasión; / logré arrancármela un día: / ya no siento el corazón. […] Aguda espina dorada / quién te pudiera sentir / en el corazón clavada.
(Antonio Machado, Soledades)
Unha vez tiven un cravo / cravado no corazón, / i eu non me acordo xa se era aquel cravo / de ouro, de ferro ou de amor. / Soio sei que me fixo un mal tan fondo, / que tanto me atormentóu, / que eu día e noite sin cesar choraba / cal choróu Madalena na Pasión. / “Señor, que todo o podedes / pedínlle unha vez a Dios, / dáime valor para arrincar dun golpe / cravo de tal condición”. / E doumo Dios, arrinquéino. / Mais…¿quén pensara…? Despois / xa non sentín máis tormentos / nin soupen qué era delor; / soupen só que non sei qué me faltaba / en donde o cravo faltóu, / e seica..., seica tiven soidades / daquela pena…¡Bon Dios!
(Rosalía de Castro, Follas novas)
Envíame una pena […] que despierte mi alma de su absorbente sopor.
(texto de una carta de Olive King, una de las protagonistas de La Primera Guerra Mundial en 227 fragmentos. La belleza y el dolor de la batalla, de Peter Englund)
jueves, 12 de mayo de 2011
miércoles, 11 de mayo de 2011
Vida de café
George Steiner, en una conferencia titulada Una idea de Europa (2004), afirma que “Europa está compuesta de cafés. (…) Si trazamos el mapa de los cafés, tendremos uno de los indicadores esenciales de la «idea de Europa»”. Y más adelante, “mientras haya cafés, la ‘idea de Europa’ tendrá contenido”. Y ahora un texto largo:
“El café es un lugar para la cita y la conspiración, para el debate intelectual y para el cotilleo, para el fláneur y para el poeta o el metafísico con su cuaderno. Está abierto a todos; sin embargo, es también un club, una masonería de reconocimiento político o artísticoliterario y de presencia programática. Una taza de café, una copa de vino, un té con ron proporcionan un local en el que trabajar, soñar, jugar al ajedrez o simplemente mantenerse caliente todo el día. Es el club del espíritu y la poste-restante [apartado de correos] de los homeless. En el Milán de Stendhal, en la Venecia de Casanova, en el París de Baudelaire, el café albergó a la oposición política que existía, al liberalismo clandestino. Tres cafés principales de la Viena imperial y de entreguerras ofrecieron el ágora, el centro de la elocuencia y la rivalidad, a escuelas contrapuestas de estética y economía política, de psicoanálisis y filosofía. Quienes quisieran conocer a Freud o a Karl Kraus, a Musil o a Carnap, sabían exactamente en qué café buscarlos, a qué Stammtisch [mesa] se sentaban. Danton y Robespierre se reunieron por última vez en el Procope. Cuando las luces se apagaron en Europa, en agosto de 1914, Jaurés fue asesinado en un café. En un café de Génova escribe Lenin su tratado sobre empirocriticismo y juega al ajedrez con Trotski”.
En el café Comercial, en Madrid, recordé que para Steiner los cafés resaltan un aspecto identificador de Europa.
Si fuese coleccionista coleccionaría cafés. En el mencionado café madrileño, apostado en el fondo, gozaba de mi vista panorámica mientras esperaba a Cristina. A mi derecha, al otro lado de una especie de mostrador, un hombre y una mujer hablaban sobre algo que estaban mirando en uno de esos portátiles que tienen una manzana a la que le han dado un mordisco. Otro chicochica a mi izquierda, dos o tres mesas más allá, hacía lo mismo con otro portátil con la misma manzana. Justo enfrente, un hombre de nariz pronunciada, frente despejada y melena peinada hacia atrás y de color ceniciento, leía el periódico. Al poco rato llegó alguien que se le parecía muchísimo; debía ser su hermano. Se saludaron efusivamente y se sentaron. Por su aspecto, bien pudieran ser dos instrumentistas de un cuarteto de cuerda, el violinista y el violanista. Tras una mesa vacía, una pareja gay no dejaba de hablar. En realidad hablaba sólo uno, mientras el otro, completamente embebido, tenía puesta su mano en la del primero, acariciándola. Un poco más allá, tras otra mesa vacía, dos alemanes con el ojo en el rabillo miraban envidiosos a los primeros. A mi izquierda, enfrente del homoparlanchín y su colega, tres amigos parecían estar celebrando un reencuentro después de mucho tiempo sin verse. Su conversación era animada, muy gestual y alegre. Se les veía felices estando juntos. Y más gente, con su periódico, su conversación, su café, su bebida. Los camareros de estos cafés antiguos son todos iguales: chaqueta blanca con cuello militar, pantalones negros, zapatos ídem, jeta fea, con más de 50, y lo justito en cuanto a amabilidad. Suele haber uno al que le asignan el papel de borde.
Vida de café, vida de calle al otro lado de la cristalera. Vida de Europa.
Llegó Cristina. Alcé la mano para que me viese. Se sentó y nos pusimos a conspirar.
Si fuese coleccionista coleccionaría cafés. En el mencionado café madrileño, apostado en el fondo, gozaba de mi vista panorámica mientras esperaba a Cristina. A mi derecha, al otro lado de una especie de mostrador, un hombre y una mujer hablaban sobre algo que estaban mirando en uno de esos portátiles que tienen una manzana a la que le han dado un mordisco. Otro chicochica a mi izquierda, dos o tres mesas más allá, hacía lo mismo con otro portátil con la misma manzana. Justo enfrente, un hombre de nariz pronunciada, frente despejada y melena peinada hacia atrás y de color ceniciento, leía el periódico. Al poco rato llegó alguien que se le parecía muchísimo; debía ser su hermano. Se saludaron efusivamente y se sentaron. Por su aspecto, bien pudieran ser dos instrumentistas de un cuarteto de cuerda, el violinista y el violanista. Tras una mesa vacía, una pareja gay no dejaba de hablar. En realidad hablaba sólo uno, mientras el otro, completamente embebido, tenía puesta su mano en la del primero, acariciándola. Un poco más allá, tras otra mesa vacía, dos alemanes con el ojo en el rabillo miraban envidiosos a los primeros. A mi izquierda, enfrente del homoparlanchín y su colega, tres amigos parecían estar celebrando un reencuentro después de mucho tiempo sin verse. Su conversación era animada, muy gestual y alegre. Se les veía felices estando juntos. Y más gente, con su periódico, su conversación, su café, su bebida. Los camareros de estos cafés antiguos son todos iguales: chaqueta blanca con cuello militar, pantalones negros, zapatos ídem, jeta fea, con más de 50, y lo justito en cuanto a amabilidad. Suele haber uno al que le asignan el papel de borde.
Vida de café, vida de calle al otro lado de la cristalera. Vida de Europa.
Llegó Cristina. Alcé la mano para que me viese. Se sentó y nos pusimos a conspirar.
martes, 10 de mayo de 2011
M. C.
Si hubo un ángel tutelar en mi vida fue M.C. Durante mi estancia en Salamanca, donde sufrí durante año y medio la noche más oscura de mi historia personal, fue ella la que me asistió con sus vigilias y sus desvelos, literales estos últimos más de una noche como me confesó en una ocasión. Hubo días en que me llamaba no una sino hasta dos veces. Descolgaba el teléfono y me colgaba a él como un naufrago a su tabla. ¡Teléfono de la esperanza! Ninguna otra tutela en mi vida me guareció como la suya.
En estas condiciones, por un lado mi estado absolutamente carencial y por otro los veintes años que me llevaba, nuestra amistad se ajustó inevitablemente a un patrón maternofilial que el paso del tiempo se encargó de derribar. Yo dejé de ser el joven necesitado de auxilio y me convertí en adulto. Algo, o mucho, se perdió en el tránsito. En mi caso, a aquella intensidad primera no la sucedió una segunda donde yo debiera de ser ya no sólo receptor de amor sino igualmente dador como ocurre en las amistadas niveladas. Una vez, tratando de aclararme y de aclarárselo, algo debí de hacer mal para que, en conversación que tuvo después con S., amiga de ambos, se echase a llorar al contárselo. ¿No me expliqué yo bien, no lo entendió bien M.C., ambas cosas a un tiempo? Queriendo yo decir que el tipo de amistad anterior ya no era posible, ¿interpretó ella que ya no se mantendría bajo ninguna otra forma? No lo sé. La amistad no se interrumpió y sigue a día de hoy, pero creo que vive más de los ecos de aquel pasado que de las voces del presente.
En estas condiciones, por un lado mi estado absolutamente carencial y por otro los veintes años que me llevaba, nuestra amistad se ajustó inevitablemente a un patrón maternofilial que el paso del tiempo se encargó de derribar. Yo dejé de ser el joven necesitado de auxilio y me convertí en adulto. Algo, o mucho, se perdió en el tránsito. En mi caso, a aquella intensidad primera no la sucedió una segunda donde yo debiera de ser ya no sólo receptor de amor sino igualmente dador como ocurre en las amistadas niveladas. Una vez, tratando de aclararme y de aclarárselo, algo debí de hacer mal para que, en conversación que tuvo después con S., amiga de ambos, se echase a llorar al contárselo. ¿No me expliqué yo bien, no lo entendió bien M.C., ambas cosas a un tiempo? Queriendo yo decir que el tipo de amistad anterior ya no era posible, ¿interpretó ella que ya no se mantendría bajo ninguna otra forma? No lo sé. La amistad no se interrumpió y sigue a día de hoy, pero creo que vive más de los ecos de aquel pasado que de las voces del presente.
lunes, 9 de mayo de 2011
Un biombo en Maxim´s
¿Quieres que a ti y a tus acompañantes os rodeen con un biombo en el restaurante Maxim´s de París? Pues no dejéis de practicar allí lo que hacéis normalmente cuando coméis juntos, el “Oye, pásame un trozo de tu faisán. ¿Quieres probar mi buey? Acerca el plato, que te doy un pedazo”, algo muy evangélico al fin y al cabo, ¿no?, por aquello de Hechos de que “todo lo tenían en común” (4, 32) y esas cosas. Les pasó a A. y sus hermanos y cuñadas, así que no perdáis la ocasión.
domingo, 8 de mayo de 2011
R.
Entre mis 15 y 18 años conté con la amistad de la que entonces me parecía una mujer adulta, si bien sólo me llevaba seis. Con más de veinte yo la veía ya al otro lado de la frontera, muy avanzada en la vida. A esa edad tal diferencia de años es ciertamente significativa, pero ello no impidió que en todo momento fuera una relación entre iguales, si bien la hechizante era ella y el hechizado era yo, hechizo activo y pasivo que se fueron acomodando con el paso del tiempo. Tenía un tipo de intuición a la que no haría justicia calificar de meramente “femenina”. Lo era, pero en un grado especial, en la que se mezclaban aires infantiles con habilidades de maga. El paso de la luna llena por su rostro le otorgaba un brillo especial, pleno de sosiego y plenitud, que la hermoseaba con rara luz. Una noche me desperté sobresaltado, sin saber por qué. Al día siguiente, R. me preguntó: “¿Te ocurrió algo la pasada noche?” “Así que fuiste tú, bruja”. Me habló algunas veces de sus capacidades paranormales, pero nunca me quedó del todo clara esta zona de su ser. Su presencia, blanca y misteriosa, me acompañó en mi paso a la primera madurez.
sábado, 7 de mayo de 2011
Filosofía coja, manca, sorda y ciega
S. me cuenta que cuando estudió filosofía en la Complutense, entre el profesorado había un cojo, un manco, un sordo y un ciego. Faltaba un mudo para completar la manita. Con que se tenga cerebro (¿y corazón?), puede uno dedicarse a la filosofía. Tampoco se necesita ser guapo. Sócrates era muy feo.
jueves, 5 de mayo de 2011
Por aburrimiento
Algunos descarríos se abandonan no por virtud, sino por aburrimiento. Lo que no consigue la primera lo logra el segundo; no hay victoria sino mero devenir, porque la cuota de “plenitud” de aquéllos se esfuma y sólo queda su vacío. Si no pretendemos substituirlos por ningún otro, puede consolarnos el hecho de que ya no seguiremos buscando donde sabemos que no hay nada que encontrar.
miércoles, 4 de mayo de 2011
Ernesto Sábato 3: una profunda simpatía
La fuerza con la que suscitó Sábato en mí un enorme cariño no lo logró ningún otro escritor. A este respecto, el del corazón, es para mí el primus: yo a Sábato lo quiero. En sus personajes puros, casi siempre jóvenes, el autor de El túnel se revela como un desvalido y apasionado buscador del absoluto. Martín, Alejandra, Carlos, Nacho, Agustina, Marcelo, Silvia, son trozos de su alma. Superada la infancia y la adolescencia, tienen por delante una vida por hacer: representan en consecuencia el anhelo casi trágico por la verdad. Es evidente que Sábato siente predilección por ellos, por la fuerza de su futuro pero también por el peligro de su presente. Por eso los arropa, los cubre de ternura, los impulsa, sufre con ellos. ¿Acarició el escritor argentino mis fibras más íntimas porque cuando lo leí tenía la edad que tienen sus protagonistas, arrimos que sentí como los de un padre? Pero no menos fuerte fue mi deseo de proteger al propio Sábato, al imaginarlo confuso, desamparado, deseante de un absoluto que se revele como amor, de un amor que se revele como absoluto. Conmigo Sábato, y ojalá que con otros muchos, logró lo que acaso desea todo escritor: una profunda simpatía, en el sentido más literal de la palabra.
martes, 3 de mayo de 2011
Ernesto Sábato 2: la carta
Santos Lugares, 29 de noviembre
Gracias, infinitas gracias, querido Jesús Ares, por su carta, que sólo ahora puedo responder porque he andado con toda clase de calamidades: gripe virósica y preocupaciones económicas. Estoy saliendo poco a poco de eso, y me encuentro aquí con una enorme cantidad de correspondencia y de cosas que debo hacer con urgencia, y que aún no he podido lograrlo. Espero que usted me escriba, y que me mande su tesina [Esto entra en contradicción con lo que conté en la entrada anterior. O bien yo sólo le dejé una carta y no la tesina, o bien Sábato no es consciente en el momento en que me escribe de que la tesina ya obra en su poder. Me inclino por la primera opción], aunque no tendré tiempo de leerla, pero lo hará la persona que se está ocupando de hacer una introducción a las exégesis de mi obra, que será publicada por Seix Barral. Ya entró en prensa, pero quizá pueda aparecer en una segunda edición [Aquí se abre un misterio. Nunca supe de la existencia de tal libro, y me investigación incluyó una llamada a la editorial Seix Barral]. Con mi profundo agradecimiento.
He escrito fervorosamente sobre los desdichados gallegos y sobre la forma de recuperar la auténtica lengua viva, como lo hizo la gran Rosalía, no mediante una lengua ya muerta: con los aldeanos. Un abrazo fraternal de
Gracias, infinitas gracias, querido Jesús Ares, por su carta, que sólo ahora puedo responder porque he andado con toda clase de calamidades: gripe virósica y preocupaciones económicas. Estoy saliendo poco a poco de eso, y me encuentro aquí con una enorme cantidad de correspondencia y de cosas que debo hacer con urgencia, y que aún no he podido lograrlo. Espero que usted me escriba, y que me mande su tesina [Esto entra en contradicción con lo que conté en la entrada anterior. O bien yo sólo le dejé una carta y no la tesina, o bien Sábato no es consciente en el momento en que me escribe de que la tesina ya obra en su poder. Me inclino por la primera opción], aunque no tendré tiempo de leerla, pero lo hará la persona que se está ocupando de hacer una introducción a las exégesis de mi obra, que será publicada por Seix Barral. Ya entró en prensa, pero quizá pueda aparecer en una segunda edición [Aquí se abre un misterio. Nunca supe de la existencia de tal libro, y me investigación incluyó una llamada a la editorial Seix Barral]. Con mi profundo agradecimiento.
He escrito fervorosamente sobre los desdichados gallegos y sobre la forma de recuperar la auténtica lengua viva, como lo hizo la gran Rosalía, no mediante una lengua ya muerta: con los aldeanos. Un abrazo fraternal de
E. Sábato.
Ernesto Sábato 1: con mi tesina hacia Santos Lugares
El mes de noviembre de 1993 lo pasé en Buenos Aires. Había llevado conmigo mi tesina de licenciatura en teología, Dimensión teologal de la obra de Ernesto Sábato (quien esté interesado en leerla, la tiene a su disposición en la parte derecha del blog), pensando que acaso me sería posible visitar al autor argentino, estrecharle la mano, darle las gracias por su obra y su persona, charlar con él. Este encuentro era lo que yo anhelaba. Lo otro, mi tesina, que me valdría como pretexto para presentarme en su casa, sería mi regalo, con la esperanza, no voy a ocultarlo, de que la encontrase digna de su obra.
Después de unos días de estancia en la casa en la que me hospedaba, conocí a unos vecinos, un matrimonio agradabilísimo. Él había ejercido como médico antes de quedarse hemipléjico. Ya no recuerdo su nombre ni el de su mujer. Un día de me invitaron a pasar un rato con ellos; también acudió una amiga de la pareja. Durante la conversación acabó saliendo el tema de Sábato, de mi pasión por él y por su obra, de mi tesina y de mi interés por visitarlo. La pasión era compartida y se ofrecieron a llevarme ellos mismos. No fue poco mi susto al ver que al volante se había sentado él; era evidente que su hemiplejía no le impedía conducir. Pero yo pensaba en el tráfico endiablado de Buenos Aires. Vale, sería una inquietante aventura, que bien valdría la pena si me iba a conducir hasta la casa de Sábato, en el barrio de Santos Lugares. El trayecto fue emocionante, dadas las circunstancias, y no hubo bajas. Al fin llegamos: me hallaba ante la casa del autor de Sobre héroes y tumbas, apenas oculta por unos árboles que había delante, todo al otro lado de una verja, como se puede ver en la foto que adjunto. Pulsé el timbre. Estaba muy nervioso. Se escuchó la voz de una señora. No era la mujer de Sábato, que yo sabía que estaba enferma. Después de ponerla al corriente de mis intenciones, me dijo que Don Ernesto no podía recibirme y que dejase si quería mi tesina en el buzón, cosa que hice, incluyendo una carta (la había escrito previendo que la visita no llegase a realizarse) con las señas de mi domicilio en Buenos Aires y en España.
¿Decepcionado? No y sí. Mentiría si no dijese que me alivió el hecho de que se me hubiese ahorrado el trago de verme ante el gran Sábato. Pero yo había ido allí para verlo y estar con él, cosa que no había ocurrido. Junto al alivio primero sentí también la tristeza por el deseo no cumplido.
Después de unos días de estancia en la casa en la que me hospedaba, conocí a unos vecinos, un matrimonio agradabilísimo. Él había ejercido como médico antes de quedarse hemipléjico. Ya no recuerdo su nombre ni el de su mujer. Un día de me invitaron a pasar un rato con ellos; también acudió una amiga de la pareja. Durante la conversación acabó saliendo el tema de Sábato, de mi pasión por él y por su obra, de mi tesina y de mi interés por visitarlo. La pasión era compartida y se ofrecieron a llevarme ellos mismos. No fue poco mi susto al ver que al volante se había sentado él; era evidente que su hemiplejía no le impedía conducir. Pero yo pensaba en el tráfico endiablado de Buenos Aires. Vale, sería una inquietante aventura, que bien valdría la pena si me iba a conducir hasta la casa de Sábato, en el barrio de Santos Lugares. El trayecto fue emocionante, dadas las circunstancias, y no hubo bajas. Al fin llegamos: me hallaba ante la casa del autor de Sobre héroes y tumbas, apenas oculta por unos árboles que había delante, todo al otro lado de una verja, como se puede ver en la foto que adjunto. Pulsé el timbre. Estaba muy nervioso. Se escuchó la voz de una señora. No era la mujer de Sábato, que yo sabía que estaba enferma. Después de ponerla al corriente de mis intenciones, me dijo que Don Ernesto no podía recibirme y que dejase si quería mi tesina en el buzón, cosa que hice, incluyendo una carta (la había escrito previendo que la visita no llegase a realizarse) con las señas de mi domicilio en Buenos Aires y en España.
¿Decepcionado? No y sí. Mentiría si no dijese que me alivió el hecho de que se me hubiese ahorrado el trago de verme ante el gran Sábato. Pero yo había ido allí para verlo y estar con él, cosa que no había ocurrido. Junto al alivio primero sentí también la tristeza por el deseo no cumplido.
sábado, 30 de abril de 2011
PAZ, amigo Sábato
“Ernesto Sábato
quiso ser enterrado en esta tierra
con una sola palabra en su tumba
PAZ”*
Espero que, no sólo como palabra sobre tu tumba, sino como vida más allá de ella, hayas encontrado al fin la PAZ, amigo Sábato.
*Abbadón, el Exterminador. El propio Ernesto Sábato se incluye a sí mismo como personaje en la que fue su última novela, Abbadón, el Exterminador (1974), y como tal muere en ella.
miércoles, 27 de abril de 2011
Escuela y parroquia
Los tres niveles del hombre por los que tiene que pasar la fe para que sea tal son la razón, el corazón y la acción. En la escuela pública, una clase de religión empieza y termina en el primer nivel, el de la razón. El objetivo que se persigue es el conocimiento intelectual por parte del alumno de los contenidos de la religión católica. A tal fin dirige sus esfuerzos el profesor, que no tiene que hacer profesión de fe para darla a creer, sino de capacitación intelectual para darla a conocer. Intentar lo primero es transgredir los límites académicos de un centro docente público y convertir el aula en una sucursal de la parroquia. Será en ésta donde el cura y los catequistas transmitan la fe a fin de hacer de los catequizandos discípulos de Cristo que conozcan, amen y actúen. La credibilidad de la iglesia pasa también por la delineación de los diferentes contextos y el atenimiento riguroso a ellos. Los curas y catequistas que sean profesores de religión católica, en el momento en que entren en un aula, deberán colgar la sotana y ponerse la toga, prescindir de su experiencia individual como testigos y apelar como maestros a la universalidad de la razón.
martes, 26 de abril de 2011
Ver la música
No puedo escuchar música clásica si al mismo tiempo no la veo. Lo primero sin lo segundo, a día de hoy, me aburre. Ya hablé de ello aquí. La audiovisión del concierto del pasado lunes 18, en la iglesia de San Agustín, en Santiago, a cargo de The New London Consort, me confirmó en mi necesidad de una experiencia visual de la música, atenta a los gestos, las expresiones y los movimientos de los concertistas, los vocalistas, del director. Una de las arias, por ejemplo, fue una experiencia inigualable por lo que audioví: por un lado la soprano, una mujer de expresión dulcísima, cuyos emocionados transportes revelaban hasta qué punto estaba viviendo su canto; por el otro la violinista, cuyos ojos cerrados mostraban la absorta profundidad desde la que nacían los acordes de su violín. La música era todo esto, no sólo las vibraciones del aire, sino las de la carne de quien tocaba y quien cantaba. Esta carne en acción se pierde en la mera audición privada. Sin la primera, la segunda no me llega.
lunes, 25 de abril de 2011
Río y gota
El escritor río escribe muchos libros, durante muchas horas al día y con gran facilidad. El escritor gota escribe unos pocos libros que él prefiere llamar libritos, durante no más de dos o tres horas y como puede.
En el paraíso
El paraíso no se marchó nunca de nuestros corazones, por eso nos crucifica no vernos ya en él. El sol que ahora luce quiere instaurarlo, se le notan las ganas y la prisa, el “de hoy no pasa” que parece anunciarnos. ¡Ay, sol mío, que grande es tu deseo de decirnos también “hoy estaréis conmigo en el paraíso”!
domingo, 24 de abril de 2011
Heridas en el cielo
¿Y si las heridas son prendas de gloria que no desaparecerán en el cielo, como vemos que la resurrección de Jesús no borró la suya de su costado? Pero entonces tendrán que ser como la del Maestro, la marca de quien se ofreció como víctima en beneficio de sus hermanos.
Un fuerte abrazo pascual a todos.
Un fuerte abrazo pascual a todos.
viernes, 22 de abril de 2011
La suprema acción de la Pasión
Jesús no detiene el golpe del mal sino que lo asume para que le explote dentro, no se extienda su onda expansiva y se desintegre. Sin reactivo, el mal queda desactivado; sin contragolpe, queda golpeado. La pasión como falta de reacción supone el culmen de la acción del león de Judá, ahora cordero degollado. La vindicación de Jesús por Dios al resucitarlo da por buena -por divina- la lucha de Jesús y la convierte en regla de oro de toda lucha: se actúa contra el mal como leones e, in extremis, se padece contra el mal como corderos.
La vida, pasión, muerte y resurrección de Jesús ha arrancado de cuajo el árbol del maligno y sus raíces ya no pueden alimentarlo. Lo que vemos y sufrimos mientras tanto, hasta que la victoria se haga del todo visible cuando Jesús vuelva en todo su poder, es la agitación de sus ramas en agonía, que en sus estertores puede parecer que muestren un poder absoluto. Pero es sólo, aunque terrible, la desesperación de quien sabe que se está muriendo, que ya está muerto.
Sobre este esquema, y hasta el final de los tiempos, habiéndole sido ya saqueada al fuerte su casa (Mateo 12, 29), continuará la lucha de un bien que se sabe ya vencedor.
La vida, pasión, muerte y resurrección de Jesús ha arrancado de cuajo el árbol del maligno y sus raíces ya no pueden alimentarlo. Lo que vemos y sufrimos mientras tanto, hasta que la victoria se haga del todo visible cuando Jesús vuelva en todo su poder, es la agitación de sus ramas en agonía, que en sus estertores puede parecer que muestren un poder absoluto. Pero es sólo, aunque terrible, la desesperación de quien sabe que se está muriendo, que ya está muerto.
Sobre este esquema, y hasta el final de los tiempos, habiéndole sido ya saqueada al fuerte su casa (Mateo 12, 29), continuará la lucha de un bien que se sabe ya vencedor.
jueves, 21 de abril de 2011
Sobre "La razón y el tabaco", de Alejandro "Albayalde"
A Alejandro le debo un comentario, por razones que él ya sabe, a su entrada La razón y el tabaco. Una mala peripecia como comentarista en su blog quiero repararla aquí. Sirva esto de explicación introductoria de lo que sigue.
Dices, Alejandro, que “superar un vicio es deshacerse de una parte muy real de uno mismo”. Es cierto. Pero por muy real que sea, que lo es, no es realizadora de ese uno mismo; lo desrealiza en la medida que funde sus posibilidades de ser más y de ser mejor. El vicio sólo nos constituye para destituirnos de nuestro mejor yo. Las “severas consecuencias teológica y éticas” no serían otras, pues, que las que acarrearía deshacernos en el vicio o rehacernos sin él.
Reflexionas más adelante sobre lo desolador que sería para el Yo carecer de “la ausencia de la pulsión”. Cito el texto completo: “La razón se retira tan pronto como no tiene ningún obstáculo que vencer. Esto lo sabía Fichte cuando afirmaba que sólo hay Yo en la medida en que se pone a sí mismo un NoYo. Sin esa tensión, compulsiva ella misma y en realidad neurótica, la imagen de un yo estable y distinto del mundo pierde consistencia”. Pero esa “pulsión”, ese “obstáculo”, es “NoYo”, esa “tensión”, sin los cuales el yo perdería “consistencia”, ¿resultan únicamente de las tentaciones, de las invitaciones que nos cursan las realidades negativas, de las atracciones del mal en definitiva? En la lucha contra todo esto, sin duda, el yo tiene materia bastante y sobrante para resistir, luchar, vencer acaso, y así realizarse. Pero, ¿y los desafíos de las realidades positivas? ¿No es el mundo entorno, personas y cosas, una resistencia que obliga al yo a mantener las distancias y al mismo tiempo una invitación a construir desde él nuevos mundos? El hombre en cuanto ser creador, ¿no se pone en tensión para realizar los proyectos que se propone, sus ilusiones y sueños, erizados de dificultades que tendrá que resolver? ¿No bastaría esta “tentación” del bien, de la belleza, de la verdad, para que al Yo no le faltasen nunca pulsiones y obstáculos, cuyo fin sería la creación de nuevas realidades? Además de un NoYo, ¿no hay también, y sobre todo, un MásYo que tira de nosotros para arriba y nos levanta de un Yo perezoso y autocomplaciente? No entiendo por eso el final de tu reflexión, que me deja fuera de juego porque, salvo que hagas de él un uso retórico, me resulta inaceptable: “… para reconocer que sucumbir a la tentación es, sin duda, mucho más valioso que haberse desprendido totalmente de ella”. Si esta afirmación no sale del ámbito del que partías, fumar o no fumar, pues vale. ¿Pero y si el ámbito fuera el de mentir, robar, matar?
Dices, Alejandro, que “superar un vicio es deshacerse de una parte muy real de uno mismo”. Es cierto. Pero por muy real que sea, que lo es, no es realizadora de ese uno mismo; lo desrealiza en la medida que funde sus posibilidades de ser más y de ser mejor. El vicio sólo nos constituye para destituirnos de nuestro mejor yo. Las “severas consecuencias teológica y éticas” no serían otras, pues, que las que acarrearía deshacernos en el vicio o rehacernos sin él.
Reflexionas más adelante sobre lo desolador que sería para el Yo carecer de “la ausencia de la pulsión”. Cito el texto completo: “La razón se retira tan pronto como no tiene ningún obstáculo que vencer. Esto lo sabía Fichte cuando afirmaba que sólo hay Yo en la medida en que se pone a sí mismo un NoYo. Sin esa tensión, compulsiva ella misma y en realidad neurótica, la imagen de un yo estable y distinto del mundo pierde consistencia”. Pero esa “pulsión”, ese “obstáculo”, es “NoYo”, esa “tensión”, sin los cuales el yo perdería “consistencia”, ¿resultan únicamente de las tentaciones, de las invitaciones que nos cursan las realidades negativas, de las atracciones del mal en definitiva? En la lucha contra todo esto, sin duda, el yo tiene materia bastante y sobrante para resistir, luchar, vencer acaso, y así realizarse. Pero, ¿y los desafíos de las realidades positivas? ¿No es el mundo entorno, personas y cosas, una resistencia que obliga al yo a mantener las distancias y al mismo tiempo una invitación a construir desde él nuevos mundos? El hombre en cuanto ser creador, ¿no se pone en tensión para realizar los proyectos que se propone, sus ilusiones y sueños, erizados de dificultades que tendrá que resolver? ¿No bastaría esta “tentación” del bien, de la belleza, de la verdad, para que al Yo no le faltasen nunca pulsiones y obstáculos, cuyo fin sería la creación de nuevas realidades? Además de un NoYo, ¿no hay también, y sobre todo, un MásYo que tira de nosotros para arriba y nos levanta de un Yo perezoso y autocomplaciente? No entiendo por eso el final de tu reflexión, que me deja fuera de juego porque, salvo que hagas de él un uso retórico, me resulta inaceptable: “… para reconocer que sucumbir a la tentación es, sin duda, mucho más valioso que haberse desprendido totalmente de ella”. Si esta afirmación no sale del ámbito del que partías, fumar o no fumar, pues vale. ¿Pero y si el ámbito fuera el de mentir, robar, matar?
miércoles, 20 de abril de 2011
Elección
Me habían bloqueado la salida del garaje. Estaba bien clara la línea amarilla, pero el conductor, o la conductora, la había obviado. Sobraban sitios donde aparcar. Enfrente había un campo de fútbol, donde se jugaba un partido, y la zona se había llenado de coches. El propietario, o propietaria, del vehículo interceptor estaría en las gradas. A Dios gracias, en ese momento el partido había llegado a su fin y bastaba esperar un poco para que apareciera el dueño, o dueña. Ante mí se abrían dos posibilidades: 1) Esperar tranquilamente a que se presentara y, si acaso tardaba un poco, acercarme y dar con el conductor, o conductora para, con amabilidad, pedirle que retirara su coche. 2) Dejarme ganar por la impaciencia, entrar en el campo, pegar un berrido informando que había un coche rojo obstaculizando la salida del garaje, ver acercarse corriendo a una chica, perdonarle la vida con arrogancia por no haber llamado a la grúa, escuchar como decía “tranquilo hombre, perdón”, observar como una amiga, a veinte metros de distancia, me censuraba con la mirada y un “tranquilo, tío”, comérmela con la vista durante varios segundos con mis ojos dominantes puestos en los suyos, darme la vuelta con porte fiero y firme, subirme al coche y marchar.
¡Cómo embriaga el poder!
¡Cómo embriaga el poder!
martes, 19 de abril de 2011
Clumperramos
Anteayer, 17 de abril y domingo de ramos, a los que me llamaron para felicitarme por mi cuarenta y seis cumpleaños, yo los rectificaba tal que así: “no, no, cumplerramos, 46 cumplerramos” (aquí no debieran haber faltado unos versos cursis que hablasen de los años como ramos que saltan del tronco de la vida…, y llorar un poquito). “Hala, ya está Suso pariendo”, me soltó mi cuñada Mude tras cantarme el “cumpleaños feliz” desde Asturias, a coro con el resto de su familia y la de mi hermana Lucía. Como la parida no había terminado ahí, les conté lo que después había llevado a cabo. Del ramo de laurel que había traído de misa, arranqué cuarenta y seis hojas y las puse sobre la rosca que había comprado mi madre. Nos servimos después una copa de excelente jerez, comprado en su día en Chiclana de la Frontera, y mi cámara sobre el trípode inmortalizó el momento. Habría estado bien que después hubiese soplado para dispersar las hojas de laurel por los cuatro puntos del planeta. Los de Asturias me rieron la gracia y, en mi honor, dijeron que soplarían 46 imaginarias velas. “No hace falta que sean velas; que sean 46 de lo que sea, eso sí, exactamente 46, ni 45 ni 47”. Mis sobrinas Irma y Alba se pusieron entonces a desflorar el parque de Avilés donde se encontraban.
lunes, 18 de abril de 2011
Soledad, compañía
Yo necesito de las dos felicidades, la que me da la soledad y la que me da la compañía. En la primera me siento un vagabundo de la ensoñación y la mirada, del pensamiento y la meditación. No es la soledad por la soledad sino la soledad por lo que sólo con ella es posible. Más que fin, es medio. En la segunda, me alegro con la luminosidad de los rostros, situado por ellos, alimentado y sostenido. Son siempre fin y nunca medio. No me sirvo de ellos sino que necesito su servicio, lo imploro, para ir de su mano por los caminos de la vida. Sabiéndolos cerca, en el hábito de mi soledad estoy erguido.
sábado, 16 de abril de 2011
Su reina
A la madre anciana los hijos la coronan, la sientan en el trono, la cubren con un manto regio, le entregan el báculo. Uno tras otro, primero el mayor y a continuación el resto, se postran ante ella para recibir su bendición. En círculo después a su alrededor, los corazones en alto, son los paladines de la que ahora es también su reina.
viernes, 15 de abril de 2011
Desistimiento
De unos amores no estás solo pero de otros sí. Gracias a los que tienes te olvidas muchas veces de los que no tienes. El resto de las veces sientes la soledad en que te deja ese amor que no ha venido a por ti, o que sí vino pero tú rechazaste, y que ya no sabes como buscarlo por haberte instalado en el desistimiento.
miércoles, 13 de abril de 2011
Inclinado
Cuando de la escritura a mano se pasó a la escritura con el teclado, primero en las maquinas de escribir y después en el ordenador, se perdió la postura que exigía la primera, la inclinación de la cabeza sobre el papel y lo que con ello quedaba simbolizado, la carga que es siempre la escritura cuando lo es de verdad.
lunes, 11 de abril de 2011
Huecos
Dependencias que creías superadas vuelven a ti, para recordarte que los huecos de siempre son huecos para siempre.
domingo, 10 de abril de 2011
Aquella chica
Era una chica un tanto rara que te miraba con una extraña fijeza. Algunos, cuando hincan en ti su mirada, te clavan en un corcho como si fueras un insecto; otros, te absorben. Lo de ella era distinto. Su fijeza parecía proceder de una pobreza, de una necesidad interior. Reflejaba, me parece, su desvalimiento. Ya no recuerdo su nombre. Dos avatares en su vida habían sido claves. Por un lado, la relación con un hombre casado, un embarazo, y la ida a Londres a abortar. Cuando alguien te cuenta algo así, sin que medie una estricta amistad sino una mera relación de afecto, es que en verdad necesita contarlo porque le escuece por dentro. Me pregunto ahora si fui yo la primera persona en saberlo. Lo otro fue un accidente de tráfico al que sobrevivió. Ella creyó ver en este volver a nacer la llamada a hacer algo que habría de definir su vida, pero todavía no lo había descubierto. Daba clases particulares de piano y quería ser profesora de música. ¿Qué habrá sido de ella?
Lo que pueda darnos
El entusiasmo por una persona no ha de ser tanto que esperemos que nos vaya a dar todo lo que necesitamos, salvo que seamos muy conscientes de que si está en disposición de darnos algo será lo que le sea posible como ser humano y nada más que ser humano. Una esperanza que fuese más allá de esto, además de un error, sería también una injusticia contra esa persona.
sábado, 9 de abril de 2011
Dentro, fuera, medio
Si estás dentro, quieres estar fuera.
Si estás fuera, quieres estar dentro.
No sé yo si es solución
quedarse en el medio.
Si estás fuera, quieres estar dentro.
No sé yo si es solución
quedarse en el medio.
miércoles, 6 de abril de 2011
El cariño del público
La gente del espectáculo, actores, cantantes, habla una y otra vez del “cariño del público” sin el cual nada sobre el escenario tendría sentido. El blog también lo es. ¿Es por esto que las entradas se llaman “entradas”, porque uno entra en escena, en acción de palabras? Y sobre el escenario, el que sea, ¿quién no necesita de ese cariño, el del señor con bigote que está en la segunda fila, el de la chica con piercings en la nariz de la cuarta, el del mozo atildado que se sienta en la primera? Casi todo lo que se hace se hace para que alguien lo apruebe, lo reconozca, lo haga suyo, es decir, para que te aprueben, te reconozcan, te hagan suyo, para que te quieran, vaya. No hay que darle más vueltas. El sensiblero que un día me pareció Gabriel García Márquez cuando dijo que él escribía para que le quisieran ha dejado de parecérmelo desde hace ya bastante tiempo.
martes, 5 de abril de 2011
Con las dos manos
Mi sobrino Maino da la paz con las dos manos, estrechando entre las suyas la del otro. Este tipo de apretón, que supone un plus de calor y de ternura, nunca lo había visto en un niño, sólo en personas mayores. Me sorprendió y me agradó muchísimo cuando lo vi por primera vez. Ahora tampoco a mí me llega una de mis manos para recoger las babas que me caen.
lunes, 4 de abril de 2011
Amor de perro
Sobre la nieve y por una calle vacía se aleja, desolado, Mario (Marcello Mastroianni) en el final de Noches blancas, de Luchino Visconti, cuando un perro blanco, tan perdido como él, se le acerca en busca de un poco de cariño. Mario, sin nada que dar, le da lo que tiene, una caricia y un tácito “ven conmigo, perrito, y nos lamberemos el uno al otro nuestras pobres heridas”. A Umberto D. (Carlo Battisti), en Umberto D., de Vittorio de Sica, lo salvará de su intento de suicido su fiel Filke, su única compañía en este mundo, que le ladra con desesperación porque intuye lo que su amo va a hacer cuando el tren se acerque. Su ladrido desesperado es la vida que le llama y Umberto vuelve a ella, vuelve a Filke. Dos finales de cine, que no son nada al lado de los miles de casos reales que podrían ser contados por sus protagonistas, hombres y mujeres a los que sus perros salvaron cuando ya estaban al borde del abismo, los que los velan cuando, muertos, yacen en sus tumbas. En sus Prosas propicias, Luis Felipe Vivanco escribió que “el perro es el Hijo” (arrimo el ascua a mi sardina, porque el contexto de esta afirmación es diferente, aunque no tanto, del mío). ¿Ha de extrañarnos, viendo como son los perros, viendo lo que fue el Hijo?
domingo, 3 de abril de 2011
Funny Games
En Funny Games, de Michael Haneke, dos jóvenes se dedican a jugar, a divertirse, como el título indica, ejerciendo el mal de forma pura y gratuita, endemoniada en definitiva. Ninguna otra película me mostró con tan insoportable verismo lo “divertido” que puede ser jugar a ser malo. La gamberrada se convierte en la forma suprema de ejercer el mal y el mal en el argumento supremo del gamberro. Aterrorizar, matar divirtiéndose, hallando placer en ello, es uno de los modos de la perversidad extrema, o el modo sin más. No sé si hay más iniquidad aquí o en la práctica del mal con indiferencia, sin prestar atención, la del mafioso de turno que dice “matadlo” casi sin enterarse pues está a otra cosa, su partida de póker. En el primer caso la víctima vale como juguete, en el segundo ni eso. Da escalofríos asomarse a estos abismos.
(Añado, como nota personal, que ninguna otra película me causó tanta tensión psicológica, me lo hizo pasar tan mal como ésta. Juré no volver a verla. El placer del cine se trocó aquí en pura tortura).
Desde mi ventana
Gracias a la ventana de la cocina, después de comer y antes de ponerme a fregar, descanso la vista en las gallinas, las plantas, el roble joven del fondo, el kiwi, las flores. Gracias a la puerta acristalada y al balcón de la habitación donde escribo y leo, descanso mi vista en la Escuela de Música, las Casas Baratas, los edificios de tres pisos y uno de cuatro que dinamitaré algún día, y, sobre todo (¡como un guante cae aquí está locución!), en el cielo. ¡Qué sería de nosotros sin las ventanas! Son los ojos de las casas: lo que ven ellas lo vemos nosotros a su través. Desde mi ventana podría ser el título de nuestra vida, o Desde mis ojos, que viene a ser lo mismo.
sábado, 2 de abril de 2011
Nunca se sabe
Menos mal que es coplero,
si no a ver como se aguanta
toda la muerte que guarda
el Nunca se sabe de Escudero.
si no a ver como se aguanta
toda la muerte que guarda
el Nunca se sabe de Escudero.
jueves, 31 de marzo de 2011
Ptolomeo
Hace unos días decidí ir a la costa para escuchar el sonido del mar y ver el atardecer. Me senté en una roca y clavé los ojos en el sol, dispuesto a acompañarlo en su descenso hasta la línea del horizonte. Apenas si desvíe la mirada de él durante todo este tiempo, que duró más de media hora, lo cual no requirió de mí apenas ningún esfuerzo pues el sol me había prendido y yo me dejé querer. Al fin, muy poco a poco, se hundió del todo en el mar. Me acordé complacido de Ptolomeo.
(El milagro cigüeñil que se contó aquí tuvo como causa, parece ser, la destrucción de su nido por parte de unos imbéciles. Se trata una pareja que llevaba dos o tres años en un aldea que está a cinco quilómetros de Silleda. Ahora se entiende que aparecieran en marzo, cuando tendrían que haber llegado en enero o febrero. Por tal razón, más bienvenidas seáis, amigas cigüeñas).
(El milagro cigüeñil que se contó aquí tuvo como causa, parece ser, la destrucción de su nido por parte de unos imbéciles. Se trata una pareja que llevaba dos o tres años en un aldea que está a cinco quilómetros de Silleda. Ahora se entiende que aparecieran en marzo, cuando tendrían que haber llegado en enero o febrero. Por tal razón, más bienvenidas seáis, amigas cigüeñas).
martes, 29 de marzo de 2011
Fama
Eulalia (así la llamaremos) fue una magnífica profesora de literatura durante muchos años en un colegio privado perteneciente a una orden religiosa en una ciudad que vamos a llamar Fama. Los alumnos la adoraban, la querían los padres de éstos, y el director estaba muy orgulloso de tenerla en su plantilla. Se hizo famosa en Fama, y hasta en la provincia, y de un sitio y de otro la requerían para dar conferencias. También en esto era una especialista consumada. Podía hablar de cualquiera cosa, tanta era su cultura, su inteligencia, su ingenio, su brillantez, su profundidad, también a veces su mordacidad, siempre lejos de sofismas y demagogias. Persona buenísima, letrada rigurosa, maestra excelente, mujer vital y entusiasta.
Un día, un alumno le pidió hablar con ella. Le confesó que se sentía atraído por las personas de su mismo sexo y que no sabía cómo digerir tales deseos. Eulalia lo tranquilizó, le dijo que dejase que transcurriese el tiempo para ver si se confirmaban o se trataban de algo episódico. Si resultaba lo primero, no pasaba nada. Debería aceptarlo desde lo más hondo y construir su felicidad. Su condición homosexual no iba a ser un obstáculo. Integrada dentro de su personalidad, sería una parte de ella, ni más ni menos importante que cualquier otra. Eulalia, deseosa a toda costa de poner a su alumno en paz consigo mismo, fue un poco más allá y, en un paso audaz y, ¡ay!, arriesgadísimo que a la postre fue su perdición, le abrió su propio corazón, quizá queriendo ofrecerse como imagen tranquilizadora en la que el chaval pudiera apoyarse. Le confesó que también sus sentimientos iban dirigidos a las personas de su mismo sexo, y que a veces se enamoraba platónicamente de alguna de sus alumnas, si bien todo quedaba dentro de su corazón. El alumno se lo contó a su madre, íntima amiga de Eulalia. ¿En qué términos? A lo mejor ya tuvo lugar aquí una primera tergiversación no intencionada. El caso es que, aquélla, de haberse comportado realmente como una amiga, hubiese hablado con Eulalia, de corazón a corazón, y todo habría terminado aquí. No lo hizo. Lo que sí hizo fue ponerlo inmediatamente en conocimiento (¿tuvo lugar aquí una segunda deformación de los hechos?) del director. Éste llamó a capítulo a su profesora y, tras ponerla al corriente de lo que sabía, y aun a pesar de todas las explicaciones de Eulalia acerca de lo que exactamente había ocurrido, le pidió que comprendiera que no podía seguir en el centro. La fama de éste quedaría comprometida si era otra su resolución. Los diez años de magisterio ejemplar, de excelencia profesional, de entrega sin reservas de Eulalia, que tanto habían prestigiado al colegio, no valieron de nada a ojos del director y no impidieron por tanto que siguiese adelante con la decisión tomada. La entrega de Eulalia como maestra, no ya simplemente como persona, había llegado a su punto más alto cuando, al recibir el contenido del corazón de un alumno que acudía en su ayuda, correspondió en la misma medida para confortarlo abriéndole el suyo. Muchos pensarán que no hubiese sido necesario que llegase a tanto. Es cierto, no lo era (¿No lo era? ¿Y quién lo sabe?). Ella lo hizo, sin cálculo, espontáneamente, a lo mejor hasta irresponsablemente. No lo sé. Pero a la vista queda qué intención la animó a hacerlo.
Su vida terminó en Fama. Había comprado un piso de segunda mano que había ido decorando poco a poco, con mimo. La sala le había quedado preciosa, con las paredes color granate oscuro y una de ellas ocupada enteramente por una biblioteca blanca de pladur llena de libros. Tendría que ponerlo en venta, empaquetarlo todo y volver a casa de sus padres, para los que tendría que inventar una razón verosímil sobre la marcha de la ciudad tan querida, aparentando estar contenta de modo que no advirtiesen la sangre de su corazón roto. Su amigo del alma durante todos esos años, también profesor en el mismo centro, no le dio la espalda pero tampoco se puso de frente. Pudo haberla defendido intercediendo en su favor ante el director. No lo hizo. ¿Temió por su puesto de trabajo? Otro dolor sobre el dolor. ¡Cómo se acobardan en las horas oscuras los que son amigos en las horas claras!
Afortunadamente fueron muchos en Fama los que no creyeron lo que empezó a circular acerca de Eulalia, seguramente una bola de nieve ya muy crecida. Recibió llamadas de padres, de alumnos, de otro tipo de gente, que le mostraron su apoyo incondicional. El director que había antecedido en el cargo al que había despedido a Eulalia también la llamó. Le expresó su hondo sentir y le dijo que él nunca habría actuado como su compañero. Eulalia no estaba sola, lo cual fue un gran consuelo. Cuando yo oí de sus labios lo que le había ocurrido me resultó casi imposible creerlo. Se echó a llorar. Estaba destrozada. “Suso, tú sabes que soy fuerte, pero también frágil”. Con la fortaleza en una mano y la fragilidad en la otra tiró para adelante como pudo. Tardó bastante en reponerse. Su gran amigo dejó de serlo. Se había desacreditado a sí mismo.
Con el paso de los años Eulalia se sintió con fuerzas para volver a Fama, donde recibió de unos y otros calurosas muestras de cariño y que continuaron en las siguientes visitas que por distintos motivos tuvo que realizar. Eulalia quería saber a toda costa de unos y de otros: qué había sido de A, tan brillante y tan bueno, qué carrera estudiaba B, cómo estaba la madre de C, y D, ¿qué hacía D, que tan entusiasta era de Kafka?
El trabajo que ha tenido todos estos años lo ha cumplido y lo cumple de modo brillante, como no podía ser de otra manera. Es feliz. Pero su pasión continúa siendo la enseñanza. Cualquier día, ¿quién sabe?, son tantas las vueltas que da la vida, volverá a estar dentro de un aula al frente de un grupo de chicos y chicas que se beneficiarán de su magisterio. Más que nunca, los tiempos actuales la necesitan.
Un día, un alumno le pidió hablar con ella. Le confesó que se sentía atraído por las personas de su mismo sexo y que no sabía cómo digerir tales deseos. Eulalia lo tranquilizó, le dijo que dejase que transcurriese el tiempo para ver si se confirmaban o se trataban de algo episódico. Si resultaba lo primero, no pasaba nada. Debería aceptarlo desde lo más hondo y construir su felicidad. Su condición homosexual no iba a ser un obstáculo. Integrada dentro de su personalidad, sería una parte de ella, ni más ni menos importante que cualquier otra. Eulalia, deseosa a toda costa de poner a su alumno en paz consigo mismo, fue un poco más allá y, en un paso audaz y, ¡ay!, arriesgadísimo que a la postre fue su perdición, le abrió su propio corazón, quizá queriendo ofrecerse como imagen tranquilizadora en la que el chaval pudiera apoyarse. Le confesó que también sus sentimientos iban dirigidos a las personas de su mismo sexo, y que a veces se enamoraba platónicamente de alguna de sus alumnas, si bien todo quedaba dentro de su corazón. El alumno se lo contó a su madre, íntima amiga de Eulalia. ¿En qué términos? A lo mejor ya tuvo lugar aquí una primera tergiversación no intencionada. El caso es que, aquélla, de haberse comportado realmente como una amiga, hubiese hablado con Eulalia, de corazón a corazón, y todo habría terminado aquí. No lo hizo. Lo que sí hizo fue ponerlo inmediatamente en conocimiento (¿tuvo lugar aquí una segunda deformación de los hechos?) del director. Éste llamó a capítulo a su profesora y, tras ponerla al corriente de lo que sabía, y aun a pesar de todas las explicaciones de Eulalia acerca de lo que exactamente había ocurrido, le pidió que comprendiera que no podía seguir en el centro. La fama de éste quedaría comprometida si era otra su resolución. Los diez años de magisterio ejemplar, de excelencia profesional, de entrega sin reservas de Eulalia, que tanto habían prestigiado al colegio, no valieron de nada a ojos del director y no impidieron por tanto que siguiese adelante con la decisión tomada. La entrega de Eulalia como maestra, no ya simplemente como persona, había llegado a su punto más alto cuando, al recibir el contenido del corazón de un alumno que acudía en su ayuda, correspondió en la misma medida para confortarlo abriéndole el suyo. Muchos pensarán que no hubiese sido necesario que llegase a tanto. Es cierto, no lo era (¿No lo era? ¿Y quién lo sabe?). Ella lo hizo, sin cálculo, espontáneamente, a lo mejor hasta irresponsablemente. No lo sé. Pero a la vista queda qué intención la animó a hacerlo.
Su vida terminó en Fama. Había comprado un piso de segunda mano que había ido decorando poco a poco, con mimo. La sala le había quedado preciosa, con las paredes color granate oscuro y una de ellas ocupada enteramente por una biblioteca blanca de pladur llena de libros. Tendría que ponerlo en venta, empaquetarlo todo y volver a casa de sus padres, para los que tendría que inventar una razón verosímil sobre la marcha de la ciudad tan querida, aparentando estar contenta de modo que no advirtiesen la sangre de su corazón roto. Su amigo del alma durante todos esos años, también profesor en el mismo centro, no le dio la espalda pero tampoco se puso de frente. Pudo haberla defendido intercediendo en su favor ante el director. No lo hizo. ¿Temió por su puesto de trabajo? Otro dolor sobre el dolor. ¡Cómo se acobardan en las horas oscuras los que son amigos en las horas claras!
Afortunadamente fueron muchos en Fama los que no creyeron lo que empezó a circular acerca de Eulalia, seguramente una bola de nieve ya muy crecida. Recibió llamadas de padres, de alumnos, de otro tipo de gente, que le mostraron su apoyo incondicional. El director que había antecedido en el cargo al que había despedido a Eulalia también la llamó. Le expresó su hondo sentir y le dijo que él nunca habría actuado como su compañero. Eulalia no estaba sola, lo cual fue un gran consuelo. Cuando yo oí de sus labios lo que le había ocurrido me resultó casi imposible creerlo. Se echó a llorar. Estaba destrozada. “Suso, tú sabes que soy fuerte, pero también frágil”. Con la fortaleza en una mano y la fragilidad en la otra tiró para adelante como pudo. Tardó bastante en reponerse. Su gran amigo dejó de serlo. Se había desacreditado a sí mismo.
Con el paso de los años Eulalia se sintió con fuerzas para volver a Fama, donde recibió de unos y otros calurosas muestras de cariño y que continuaron en las siguientes visitas que por distintos motivos tuvo que realizar. Eulalia quería saber a toda costa de unos y de otros: qué había sido de A, tan brillante y tan bueno, qué carrera estudiaba B, cómo estaba la madre de C, y D, ¿qué hacía D, que tan entusiasta era de Kafka?
El trabajo que ha tenido todos estos años lo ha cumplido y lo cumple de modo brillante, como no podía ser de otra manera. Es feliz. Pero su pasión continúa siendo la enseñanza. Cualquier día, ¿quién sabe?, son tantas las vueltas que da la vida, volverá a estar dentro de un aula al frente de un grupo de chicos y chicas que se beneficiarán de su magisterio. Más que nunca, los tiempos actuales la necesitan.
lunes, 28 de marzo de 2011
Cigüeñas en Silleda
¿Qué milagro nos ha traído a una pareja de cigüeñas a Silleda? La sorpresa en el pueblo ha sido grande y el contento mayor. Están construyendo su nido en una grúa torre. Como retornan siempre al mismo nido significa que las tendremos con nosotros para siempre, un siempre tal vez no interrumpido por su ausencia otoñal, cuando emigran, pues son muchas ahora las que ya no lo hacen. Mi recuerdo las ve sobre el Convento de las Úrsulas, en Salamanca, regias y recias allá en lo alto. Creo que fue entonces cuando supe que ellas crotoran, verbo precioso que designa el sonido que producen con el pico. El zureo de las palomas, el graznido de las gaviotas, el crotoreo de las cigüeñas. ¡Qué hermosa es nuestra lengua! Comenzado el año y echado a andar el invierno, las mimosas por un lado y ellas por el otro anuncian que la primavera está a la vuelta y que no hay razón por ello para el desánimo. “¡Ya estamos aquí, ten esperanza, somos las emisarias del tiempo nuevo y bueno!”
domingo, 27 de marzo de 2011
Tiempo de duelo
Me pregunto si a las personas que viven en culturas que tienen reglamentada la duración del duelo les es más fácil salir de él sin cronificarlo. El oficializado plazo de las lágrimas, ¿les ayudará a ponerles fin, pues si es humano dolerse no lo es dolerse sin medida de tiempo, todo el tiempo? El dicho “el muerto al hoyo y el vivo al bollo” acaso esconda por eso una gran verdad, a pesar de su crudo realismo. La vida sigue, pero de poco vale que siga si no va siendo cada vez más vida y menos muerte. Vale estar un tiempo con el muerto en el hoyo: es lo que necesitamos pues muerto él muertos nosotros. Un tiempo. ¿Cuánto tiempo? Dependerá de cada caso, aunque bien se sabe que son muchos los que se quedan en la fosa el resto de su vida. Habría que luchar por salir de ella en cualquier caso, dejar al muerto que cumpla su destino de muerto y nosotros seguir cumpliendo nuestro destino de vivos. Ninguna ayuda recibiremos para esto de la (in)cultura imperante, que, puesto que no sabe que hacer con la muerte, menos sabe que hacer con su dolor.
sábado, 26 de marzo de 2011
¿Dónde las plazas?
¡Ah, tanta intimidad y tanta lírica! ¿Dónde las plazas y las narraciones? ¿No se ahogará en sí mismo, incapaz de crear un mundo con fuentes y personas?
Triste por estar triste
La tristeza del envidioso debiera apelar a una segunda tristeza, la que sentiría por sentir la primera. Con ella comenzaría la purgación y el remedio, en camino hacia la alegría de la admiración.
(Y aquí, La doma. El domador es mi hermano Pepe)
jueves, 24 de marzo de 2011
Muy digna
Allá por los años 60, mi tía pasó un año en Italia. Durante una temporada trabajó en un hotel. Se le ordenó que fuera a recoger un pedido y al llegar al último descansillo de la escalera vio que el mandadero que esperaba abajo era un apuesto y bellísimo italiano. Decidida a descender a lo Gloria Swanson en el Crepúsculo de los dioses, pegó un traspié y, de peldaño en peldaño, fue el culo y no los pies el que la llevó hasta el final de la escalera. Toda digna, comiéndose la rabia que la roía por dentro, se enderezó y, con mirada coqueta y desafiante, se dirigió al lindo muchacho en estos términos: “sogni giù per le scale come si desidera” (cada uno baja las escaleras como quiere).
(Años después, con un cardado recién hecho en la peluquería, hubo otras escaleras, otro traspié y la misma dignidad: “¿me he despeinado?”)
(Años después, con un cardado recién hecho en la peluquería, hubo otras escaleras, otro traspié y la misma dignidad: “¿me he despeinado?”)
miércoles, 23 de marzo de 2011
Muerte amiga
Días cuaresmales de muerte silenciosa, de muerte amiga, la que, reduciéndonos a ceniza, nos reduce a nuestra raicilla de oro, bajo ella oculta, a la espera de oír la voz resucitadora: “Levántate, anda, vuelve a ser árbol vivo, savia ardiente, tú que has aceptado ser despojado de todo. Vive ahora, hombre de fuego”.
miércoles, 16 de marzo de 2011
Recurrencias: el f(río)uego del infierno
“En el Infierno no hay fuego..., el Infierno es de hielo y nada más que de hielo”.
(Miguel de Unamuno, La tía Tula)
(Miguel de Unamuno, La tía Tula)
“El infierno es frío”.
(Gonzalo Torrente Ballester, Crónica del rey pasmado)
“L´enfer, c´est le froid”.
(George Bernanos, Monsieur Ouine)
lunes, 14 de marzo de 2011
Charles Moeller
Las cosas verdaderamente importantes de una casa están en el desván. Los niños lo saben mejor que nadie. Y los no tan niños, el joven que yo era allá por el año 1983 ó 1984, también. En el de mi casa, una maleta guarda los libros de mi tío Perfecto, cura en Puerto Rico. Huroneando en ella, encontré un tesoro que fue decisivo en mi vida: los cinco tomos (muchos años más tarde supe que había otro más, el sexto, que compré ipso facto) de Charles Moeller, Literatura del siglo XX y cristianismo. Los devoré como sólo puede hacerlo un muerto de hambre. Nació entonces el lector que después fui para siempre. Gracias al teólogo belga (me viene ahora a la cabeza el momento en que Olegario, al comienzo de una de sus clases, nos anunciaba que Charles Moeller había muerto, en mayo de 1986) descubrí que la gran literatura nacía del esplendor y la profundidad, o mejor, que era esplendor y profundidad. Arraigados en lo más hondo del hombre, los grandes libros no eran paseos de diletante ni virtuosismos de narrador, sino aventuras del alma, llenas de inmensas preguntas y de respuestas no menos inmensas. El arte interpretativo de Moeller, su pericia para otear la geografía interior de los autores escogidos, me transportó de hito en hito por creadores y libros mostrándome el mar sin fondo que era cada obra literaria. Con la luz de la fe cristiana entraba en diálogo con autores cristianos y no cristianos, puestas sobre la mesa las grandes cuestiones teológicas. Para mí, poco después incipiente teólogo, me parecía ya imposible que la teología no fuese además literatura o sobre todo literatura. Luis Felipe Vivanco lo dijo mejor: “La teología se divide en dos: habitable e inhabitable. Cuando la teología es humanamente habitable, es poesía” (Diario).
Recurrencias: el eco de la gracia
"Todo es gracia" (San Pablo, Carta a los romanos)
“Todo es gracia” (Santa Teresa de Lisieux, en su lecho de muerte).
“Todo es gracia” (George Bernanos, Diario de un cura rural).
“Todo es gracia” (José Jiménez Lozano, Historia de un otoño).
“Todo es gracia” (Santa Teresa de Lisieux, en su lecho de muerte).
“Todo es gracia” (George Bernanos, Diario de un cura rural).
“Todo es gracia” (José Jiménez Lozano, Historia de un otoño).
domingo, 13 de marzo de 2011
El domingo
Me cuelgo de tus ojos
el domingo,
y de ellos vivo
el lunes y el martes,
el miércoles y el jueves,
el viernes y el sábado,
ansioso de colgarme
en tus ojos
el domingo.
el domingo,
y de ellos vivo
el lunes y el martes,
el miércoles y el jueves,
el viernes y el sábado,
ansioso de colgarme
en tus ojos
el domingo.
viernes, 11 de marzo de 2011
Olvidar. Vista atrás
Olvidar los frutos de nuestros vientres, obras nuestras echadas a rodar por el mundo.
Si es para dar gracias o para lograr lágrimas reparadoras, entonces sí, vuelve la vista atrás.
jueves, 10 de marzo de 2011
También, más, ya sólo
No hay que olvidar nunca el “también”. Hay fracasos, pero también hay éxitos; hay tristezas, pero también alegrías; hay muertes, pero también hay nacimientos; hay traiciones, pero también fidelidades; hay odio, pero también hay amor; hay noche, pero también hay día. Y así seguiríamos, buscando el equilibro de la balanza, y si se puede, el desequilibrio a favor del bien. Entonces no diríamos también sino más: más dicha que pena, más esperanza que desesperación, más ángel que demonio, más belleza que fealdad, más sabiduría que ignorancia, hasta poder decir con San Pablo: “donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia”. Es esta sobreabundancia lo que anhela nuestra alma por encima de todo, sobre todo cuando aparenta sobreabundar el mal.
Es cierto que la biografía de muchas vidas queda desequilibrada del lado de los infortunios y desgracias: aquí el también compensador se cumple escasamente, o no se cumple en absoluto y el saldo final, a ojos humanos, presenta números rojos. Pero donde ojos humanos no ven otros sí ven, y no sólo ven, sino que reparan, curan, compensan hasta el infinito: sólo esto hace que, ante tanta injusticia y sufrimiento, la historia humana no sea al final una irrisión en manos de la nada absoluta. En el cielo quedará tan inefablemente tragado y digerido todo el terrible dolor de la vida que parecerá que nunca antes éste hubiese existido, o mejor, permanecerá en su ser más puro, fuente, desde nuestro costado, de una dicha para la cual no hay nombre.
El cielo es infinitamente más que el también, infinitamente más que el más. Es el ya sólo.
Es cierto que la biografía de muchas vidas queda desequilibrada del lado de los infortunios y desgracias: aquí el también compensador se cumple escasamente, o no se cumple en absoluto y el saldo final, a ojos humanos, presenta números rojos. Pero donde ojos humanos no ven otros sí ven, y no sólo ven, sino que reparan, curan, compensan hasta el infinito: sólo esto hace que, ante tanta injusticia y sufrimiento, la historia humana no sea al final una irrisión en manos de la nada absoluta. En el cielo quedará tan inefablemente tragado y digerido todo el terrible dolor de la vida que parecerá que nunca antes éste hubiese existido, o mejor, permanecerá en su ser más puro, fuente, desde nuestro costado, de una dicha para la cual no hay nombre.
El cielo es infinitamente más que el también, infinitamente más que el más. Es el ya sólo.
miércoles, 9 de marzo de 2011
Bendito polvo
Bendita humillación que me deja hecho polvo, que me hace morderlo, sólo si tú, después, lo conviertes en barro. Bendito beber los cálices si es para verme recorrido por tus ríos de agua viva. ¡Benditas las bajezas a las que nos lleva la vida si es para que aprendamos a ser reyes a tu lado!
La ceniza de mi madre
Este año le pidieron a mi madre que se encargara de obtener la ceniza con los palitos de los ramos de olivo del año pasado. Se puso a ello con un mechero, pero no fue posible encenderlos por su poca llama y la quemazón del dedo. Tampoco sirvieron después un trozo de papel o una piña porque alguna de sus cenizas podría mezclarse con la del olivo y esto mi madre no estaba dispuesta a consentirlo. “Pero mamá, tampoco pasaría nada”. Y en tono cómico solemne añadí: “Ya oigo a Jesús diciendo: ¡Ay de vosotros, hipócritas, que sois escrupulosos con la pureza de la ceniza pero no con la de vuestros corazones!’”. Se echó a reír. Yo, a petición suya, había bajado a ayudarla pero me pudo la impaciencia y medio me enfadé. La cocina estaba completamente ahumada y acabé marchando. Al final, no sé cómo, consiguió su poquito de ceniza de olivo. Ayer, cuando eran las ocho y cuarto de la tarde, vinieron a recogerla J., el párroco, y M, su hermana, pero al ver que era tan escasa le añadieron alguna de la de leña corriente, cosa que se hace todos los años. “¡Tenías tú razón!”, me dijo mi madre riéndose al aparecer yo en la cocina.
La ceniza que me impongan hoy será también la ceniza de mi madre.
La ceniza que me impongan hoy será también la ceniza de mi madre.
lunes, 7 de marzo de 2011
Un plan para Flannery
El viernes pasado, 4 de marzo, día de celebración del carnaval en los centros de enseñanza, un alumno de bachillerato del nuestro se disfrazó de Jesús con la cruz a cuestas. Me sorprendió. No sé si tendría que haberme indignado o sentirme ofendido. Lo único que se me ocurre ahora es llevarlo al terreno de la ficción planteando la siguiente situación. Se trataría de un alumno que, harto de las burlas de las que ha sido objeto por parte de un avinagrado profesor de religión, planea vengarse apareciendo en la mascarada disfrazado de Nazareno y con un rótulo colgado del cuello cuya leyenda sería el paulino “Revestíos del Señor Jesucristo”. Este cogollo se lo entregaríamos después a una rediviva Flannery O’Connor, que nos contaría como todo el plan del alumno se vuelve contra él en un soberbio golpe de la gracia, cuya onda alcanzaría también al cejijunto cura.
domingo, 6 de marzo de 2011
Atado, desatado
El fuego “desatado” es incendio devorador. “Atado”, es lumbre y calor en las chimeneas.
El agua desatada es lluvia torrencial, ríos que se desbordan, mares que asaltan en forma de tsunamis. Atada, circula por las cañerías, las acequias, los canales, se embalsa en pozos y presas.
El aire desatado es ciclón y huracán. Atado, es brisa refrescante, viento que mueve las aspas de los molinos y empuja los barcos de vela.
La tierra desatada es terremoto que derriba y sepulta. Atada, es seno en el que germinan las semillas, asiento de las casas, suelo para caminar.
El agua desatada es lluvia torrencial, ríos que se desbordan, mares que asaltan en forma de tsunamis. Atada, circula por las cañerías, las acequias, los canales, se embalsa en pozos y presas.
El aire desatado es ciclón y huracán. Atado, es brisa refrescante, viento que mueve las aspas de los molinos y empuja los barcos de vela.
La tierra desatada es terremoto que derriba y sepulta. Atada, es seno en el que germinan las semillas, asiento de las casas, suelo para caminar.
viernes, 4 de marzo de 2011
Clima
Tenemos tan metido el clima en los tuétanos, tan entrañados las primaveras y los veranos, los otoños y los inviernos, que es evidente que no colorea simplemente nuestras vidas como un mero pigmento exterior. Como apuntó Francisco Umbral en su Diario político y sentimental “quizá el tiempo de los filósofos no sea otro que el tiempo de los meteorólogos. El clima me parece la epifanía del tiempo metafísico”. El tiempo que pasa es el tiempo que hace.
Minorías
A contracorriente están las minorías que se afirman como roca y dicen: “a nosotros no nos arrastrareis”, o “a mí no me arrastrareis” si la minoría fuera sólo de uno. En oposición al que dice, está el que contradice. A contracorriente pues, contradiciendo pues, si la corriente y el decir amenazan con dejarnos fuera de juego porque no jugamos el juego dominante. De estas minorías nacen la lucha y la esperanza, cuando las estructuras del poder emanan la humareda que ciega los ojos, el ruido que ensordece los oídos, el miasma que atasca el olfato. Son las que crean los paisajes, las melodías y los aromas que liberan nuestros sentidos descubriéndonos otra realidad.
miércoles, 2 de marzo de 2011
Reyes
Una corona que ella no pidió, que la vida le clavó con todas sus espinas, y que llevaba con la reciedumbre de una reina. Ésta es la impresión que me produjo una señora que hacía cierto tiempo había perdido a su única hija, mientras permanecía a mi lado ante el mostrador de un comercio: emanaba de ella una cualidad majestuosa, como si el dolor la hubiese colocado en un trono. Durísima corona y durísimo trono, sí, muy distintos de los que nos regala la alegría, que también nos convierte en reyes. La dicha verdadera es maestra de sabiduría, nos abre caminos, prende luces en nuestro interior, pero su precio no nos hace sangrar: ésta, ¡ay!, es la gran diferencia.
martes, 1 de marzo de 2011
¡Levántate!
“Quien mueve las piernas mueve el corazón”, decía un viejo anuncio de una bicicleta estática. La frase podría aplicarse a todo hombre que, tras el golpe de una desgracia y su posterior hundimiento, intenta con todas sus fuerzas, a la par que lamer sus heridas, engancharse de nuevo a la vida, caminar, mover las piernas para que el corazón, parado y roto, también se mueva.
La parálisis en que nos dejan los duros reveses de la vida ha de encontrar en nosotros la única respuesta posible: el movimiento, salir de donde no hay vida para ir a donde sí la hay, a ciegas al principio pues tal vez no sabremos dónde podremos reencontrarla, pero en cualquier caso en movimiento. Poco a poco este mismo movimiento será el que, activando el aire en derredor, despejará las brumas y permitirá que la luz vaya llegando, que el camino se vaya viendo.
En el diario del escritor Julian Green podemos leer lo que sigue: ”Lectura del libro de Josué. Anoto algo que me ha conmovido: Josué, consternado por la derrota de sus tropas, que han huido ante la presencia del enemigo, invoca al Eterno acostándose sobre la tierra, la cara hundida en el polvo. El Eterno le habla rudamente: ‘¿Por qué te echas sobre tu rostro? ¡Ponte en pie!’ Yo creo que en circunstancias difíciles también nosotros tenemos tendencia a echarnos, si se puede decir así, interiormente sobre el polvo, pero si prestamos atención, escucharemos una voz que nos dice: ‘¡Arriba, levántate!’”.
Es cierto. Este “¡arriba, levántate!”, si prestamos oídos a nuestra voz más profunda, es la que se deja sentir cuando otra parte de nosotros nos dice: “¡abajo, acuéstate!” Es obvio que también tenemos derecho a lo segundo, pues necesitamos el descanso, reponer fuerzas, ausentarnos de la lucha por la vida y vacar, vegetar. Estos reposos son reparadores.
Pero hay descansos traidores, huidas del camino, en los que creyendo descansar no hacemos otra cosa que ponernos a morir porque ya no queremos saber nada de la vida, como si nos enroscásemos sobre nosotros mismos para que nada ni nadie nos distraiga de la tumba en la que nos hemos instalado. Es entonces cuando urge escuchar y hacer caso a esa voz salvadora que nos pone en movimiento y nos devuelve a la vida.
La parálisis en que nos dejan los duros reveses de la vida ha de encontrar en nosotros la única respuesta posible: el movimiento, salir de donde no hay vida para ir a donde sí la hay, a ciegas al principio pues tal vez no sabremos dónde podremos reencontrarla, pero en cualquier caso en movimiento. Poco a poco este mismo movimiento será el que, activando el aire en derredor, despejará las brumas y permitirá que la luz vaya llegando, que el camino se vaya viendo.
En el diario del escritor Julian Green podemos leer lo que sigue: ”Lectura del libro de Josué. Anoto algo que me ha conmovido: Josué, consternado por la derrota de sus tropas, que han huido ante la presencia del enemigo, invoca al Eterno acostándose sobre la tierra, la cara hundida en el polvo. El Eterno le habla rudamente: ‘¿Por qué te echas sobre tu rostro? ¡Ponte en pie!’ Yo creo que en circunstancias difíciles también nosotros tenemos tendencia a echarnos, si se puede decir así, interiormente sobre el polvo, pero si prestamos atención, escucharemos una voz que nos dice: ‘¡Arriba, levántate!’”.
Es cierto. Este “¡arriba, levántate!”, si prestamos oídos a nuestra voz más profunda, es la que se deja sentir cuando otra parte de nosotros nos dice: “¡abajo, acuéstate!” Es obvio que también tenemos derecho a lo segundo, pues necesitamos el descanso, reponer fuerzas, ausentarnos de la lucha por la vida y vacar, vegetar. Estos reposos son reparadores.
Pero hay descansos traidores, huidas del camino, en los que creyendo descansar no hacemos otra cosa que ponernos a morir porque ya no queremos saber nada de la vida, como si nos enroscásemos sobre nosotros mismos para que nada ni nadie nos distraiga de la tumba en la que nos hemos instalado. Es entonces cuando urge escuchar y hacer caso a esa voz salvadora que nos pone en movimiento y nos devuelve a la vida.
lunes, 28 de febrero de 2011
Tiene su gracia
En cada edad la sonrisa tiene su luz. La de un anciano, asentándose sobre la decadencia del final de los días, le hace a ésta un guiño cómplice, haciendo suyas las palabras de Gil de Biedma: “Envejecer tiene su gracia”. Esta gracia que salta en los rostros de nuestros mayores es uno de los más tiernos regalos que nos hace la vida.
domingo, 27 de febrero de 2011
Cuídate
“Cuídate" es una fórmula de despedida muy usual. Al utilizarla, instamos a quien despedimos a que se haga cargo de sí. No decimos, por ejemplo, “que te cuiden” o “déjate cuidar” sino, expresamente, “cuídate”. Si fuésemos hombres del siglo XVI diríamos: “os encomiendo a vos mismo”.
La vida nos pone en nuestras manos: soy mi padre, mi hermano, mi hijo, mi médico, mi aliado. De aquí el mandamiento evangélico: "ama al prójimo como a ti mismo". Lo segundo se da por supuesto, tan por supuesto que no encontramos en los textos evangélicos un mandamiento que diga: "Ámate a ti mismo". Sobre esto descansa todo, así como sobre lo contrario todo se cuartea. Quien se descuida, quien es para sí su peor enemigo, quiebra el fundamento de su vida. Cuidarse es tener la medida exacta de lo que uno es: no seas para ti dios ni seas para ti demonio. Se para ti un hombre.
La vida nos pone en nuestras manos: soy mi padre, mi hermano, mi hijo, mi médico, mi aliado. De aquí el mandamiento evangélico: "ama al prójimo como a ti mismo". Lo segundo se da por supuesto, tan por supuesto que no encontramos en los textos evangélicos un mandamiento que diga: "Ámate a ti mismo". Sobre esto descansa todo, así como sobre lo contrario todo se cuartea. Quien se descuida, quien es para sí su peor enemigo, quiebra el fundamento de su vida. Cuidarse es tener la medida exacta de lo que uno es: no seas para ti dios ni seas para ti demonio. Se para ti un hombre.
sábado, 26 de febrero de 2011
El matiz
No impidamos que la realidad se acerque y nos entregue sus “cosas menudas”. Si hay un ojo para el panorama, que haya otro para el detalle. Si hay un oído para el estribillo, que otro se demore en las estrofas. Que haya siempre un Azorín que nos diga que “en la vida el matiz lo es todo”.
jueves, 24 de febrero de 2011
El hombre primavera
Durante el invierno está al quite de los primeros signos que anuncian la primavera y no tarda en notificárnoslos a primera hora de la mañana, cuando llega al trabajo, siempre o casi siempre con una trova clásica y romántica en su boca. Lo suyo, durante la estación invernal, es un “¡chis, chis, que viene, que viene!”, y al fin, claro, viene, como él no se había cansado de anunciarlo. Después, instalados ya en ella, ejerce la portavocía de sus esplendores: pájaros, flores, árboles...
lunes, 21 de febrero de 2011
Simón Pedro
Simón, el hijo de Jonás, mostró su cualidad “pétrea”, sobre la cual es posible apoyarse, cuando contestó “tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo” a la pregunta de Jesús “¿Y vosotros, quien decís que soy yo?” (Mt 13, 15-16), y que llevó al Señor a constituirlo en “piedra” de su iglesia. Pero para mejorar tal condición Simón tenía que “des-petrificarse”, pasar la prueba de verse convertido en arenilla, de quedar pulverizado ante los ojos de Jesús. Tal cosa aconteció cuando, tras las preguntas que tres sucesivos interlocutores le dirigieron identificándole como seguidor del Maestro, el contestó negándolo las tres veces. Entonces cantó el gallo. La mirada de Jesús y la suya se cruzaron: al verse reconocido en su traición y al mismo tiempo inmensamente amado, Simón, el Pedro, quedó hecho Simón, el Polvo. Fueron sus lágrimas las que comenzaron a apelmazar la arenilla en que había quedado convertido, obra que remataría finalmente Jesús resucitado asegurándose, tras preguntárselo tres veces, de que él lo amaba más que los otros. Simón, el Polvo, volvía a ser, ahora sí, Simón, el Pedro.
miércoles, 16 de febrero de 2011
Como un ladrón
Que el evangelio nos recuerde que el día del Señor vendrá como un ladrón (Mt 24, 43), sin avisar, no ha de llevarnos a pensar que Dios sea un traidor que ataque por la espalda, o un lacero que ponga trampas. Y si también fuera aplicable la imagen del ladrón nocturno al día de nuestra muerte, sobre todo si esta ocurre de forma repentina, en la que el sujeto no está en situación de prepararse de ningún modo posible, cabe decir otro tanto de lo mismo. La muerte nunca es trampa o ataque de Dios por la espalda*. Él es justo lo contrario, el que nos rescata de las trampas, como nos lo recuerda el salmo 123: “hemos salvado la vida, como un pájaro de la trampa del cazador: la trampa se rompió, y escapamos. Nuestro auxilio es el nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra”. La imagen del ladrón en la noche es la que conviene a Dios en tanto que sus caminos no son nuestros caminos y sus planes no son nuestros planes, en tanto que él es el Señor, el que fija el día y la hora (Mt 24, 36), dueño y administrador de los tiempos.
*“Resulta inaceptable la imagen de la muerte-emboscada, es decir, la muerte enviada como accidente. Esta es una idea indigna de Dios e indigna del hombre. Puede dar la sensación de que haya algunas muertes, o muchas muertes que son así, y, sin embargo, tendríamos que pensar que, a pesar de las apariencias, no hay muerte-accidente”: Juan L. Ruiz de la Peña, Muerte, esperanza, salvación.
lunes, 14 de febrero de 2011
El único
Acaso el primer pecado de Lucifer fue la envidia. Vio que Dios era “el único” en su especie, que no había más dioses que Dios. En cambio él no era el único en su especie: había más ángeles. La envidia lo llevó a la soberbia: si no soy el único ángel, al igual que Dios es el único Dios, seré el mayor de los ángeles, el que se enfrente a su creador. Entonces, erguido contra Dios, cayó.
¿No habrá detrás de nuestras soberbias algo de esto? Si fuese así, allá en el fondo, nos agitaría el deseo de ser “el único” en nuestro género, a la manera en que solo puede serlo Dios. Por ser ello imposible, le encontraríamos remedio intentando aparecer ante nosotros mismos como “impares”, “distintos”, “valiosísimos”, “especiales”, ejemplar único de esa nueva “especie” que empezaría y terminaría en nosotros. Forzaríamos tanto nuestro “ser único” que alcanzaríamos a ser “el único”.
Pero una cosa es llegar y otra mantenerse. Quien a tal posición llegue y en ella quiera permanecer, tendrá que pasar por encima de todo aquello que niegue su “especialísima” cumbre, cosa que consigue, efectivamente, negando esa realidad que se opone a su pretensión, apartándose de ella, convirtiéndose, en fin, en “cumbre” solitaria: sólo podrá ser “único” al precio de estar “solo”, estar solo para ser “el solo”. La soberbia siempre es solitaria y la soberbia absoluta termina en soledad absoluta. Tal cosa es el infierno, lugar donde viven “los únicos”.
¿No habrá detrás de nuestras soberbias algo de esto? Si fuese así, allá en el fondo, nos agitaría el deseo de ser “el único” en nuestro género, a la manera en que solo puede serlo Dios. Por ser ello imposible, le encontraríamos remedio intentando aparecer ante nosotros mismos como “impares”, “distintos”, “valiosísimos”, “especiales”, ejemplar único de esa nueva “especie” que empezaría y terminaría en nosotros. Forzaríamos tanto nuestro “ser único” que alcanzaríamos a ser “el único”.
Pero una cosa es llegar y otra mantenerse. Quien a tal posición llegue y en ella quiera permanecer, tendrá que pasar por encima de todo aquello que niegue su “especialísima” cumbre, cosa que consigue, efectivamente, negando esa realidad que se opone a su pretensión, apartándose de ella, convirtiéndose, en fin, en “cumbre” solitaria: sólo podrá ser “único” al precio de estar “solo”, estar solo para ser “el solo”. La soberbia siempre es solitaria y la soberbia absoluta termina en soledad absoluta. Tal cosa es el infierno, lugar donde viven “los únicos”.
sábado, 12 de febrero de 2011
Hacerlo bien
Para sentirme a gusto conduciendo necesito respetar los límites de velocidad, no acelerar ni frenar bruscamente, pasar de una marcha a otra con suavidad, permitir en los pasos de cebra que los peatones lo crucen, mantener la distancia de seguridad, no hacer adelantamientos arriesgados, dejar a los conductores que entren o salgan de sus garajes y que se incorporen a la vía, agradecerlo a quien lo hace conmigo, maniobrar bien en los aparcamientos, tener paciencia en las retenciones.
Para sentirme a gusto viviendo también necesito hacerlo bien.
Para sentirme a gusto viviendo también necesito hacerlo bien.
miércoles, 9 de febrero de 2011
Consolación imposible
“La muestra más visible de la debilidad humana es que casi todas las personas son capaces de consolarse de todo. Siempre he sentido que la realidad se palpa cuando se ve que hay algunas cosas de las que es imposible consolarse” (Julián Marías, Una vida presente). Hombre, todo depende del grado de consolación que se pretenda alcanzar. Si consiste en que la pena que un día nos estranguló afloje un poco sus garras y permita entrar un poco de aire, si es una brisa, indispensable, de alivio, ¿habría esto de estorbar el planteamiento de Marías, ese palpamiento de la realidad del que nos habla?
No dudo que haya realidades cuya pérdida no admita consolación alguna y que de tal situación derivará un tocamiento de la realidad sólo así posible. Pero al argumento también se le puede dar la vuelta. Si “cediésemos” al empuje de algún improbable (¿milagroso?) consuelo con respecto a esas perdidas realidades, ¿no estaría a nuestro alcance una palpación de la realidad dable sólo bajo estas nuevas condiciones, unas de “consolación posible”?
Por otro lado, al “Dios de todo consuelo” del que nos habla San Pablo (2 Corintios 1, 3), ¿también le sería imposible consolarnos en tales trances? ¿O es que querría también él que permaneciésemos en esa imposibilidad para que palpásemos e hiciésemos nuestra una realidad que no nos sería accesible de ningún otro modo?
No dudo que haya realidades cuya pérdida no admita consolación alguna y que de tal situación derivará un tocamiento de la realidad sólo así posible. Pero al argumento también se le puede dar la vuelta. Si “cediésemos” al empuje de algún improbable (¿milagroso?) consuelo con respecto a esas perdidas realidades, ¿no estaría a nuestro alcance una palpación de la realidad dable sólo bajo estas nuevas condiciones, unas de “consolación posible”?
Por otro lado, al “Dios de todo consuelo” del que nos habla San Pablo (2 Corintios 1, 3), ¿también le sería imposible consolarnos en tales trances? ¿O es que querría también él que permaneciésemos en esa imposibilidad para que palpásemos e hiciésemos nuestra una realidad que no nos sería accesible de ningún otro modo?
Avanzado el libro, y la vida, Marías matiza su posición: “Desde muy joven me había parecido la muestra más penosa de la flaqueza humana, de su última falta de realidad, la capacidad de consolarse de todo. Tuve que experimentar en carne viva (se refiere a la muerte de su esposa, Lolita) que no siempre es así”.
martes, 8 de febrero de 2011
De raíz en raíz
Vivir es ir construyéndose la propia raíz, dotarse de fundamento, de posos, de fondos en nuestro fondo. Vivir es decir “he vivido” y por eso poder seguir viviendo.
Si la raíz se seca, si el fundamento se quiebra, si los posos se pudren, si los fondos se desfondan, queda uno en borrón. ¡Cuánto brío habrá que tener para iniciar la cuenta nueva! Entonces querremos una raíz más honda, un fundamento más sólido, posos que no se pudran, fondos más seguros.
De raíz en raíz, esto es la vida.
Si la raíz se seca, si el fundamento se quiebra, si los posos se pudren, si los fondos se desfondan, queda uno en borrón. ¡Cuánto brío habrá que tener para iniciar la cuenta nueva! Entonces querremos una raíz más honda, un fundamento más sólido, posos que no se pudran, fondos más seguros.
De raíz en raíz, esto es la vida.
Ya solo una espada
La inocencia devuelve el reflejo de lo que somos. Aquellos que no soporten verse a sí mismos porque lo que ven es lo que nunca querrían ver, intentarán romperla. Cuando lo consigan, cuando, del todo muerta, la inocencia no pueda seguir acusándolos, ¿quedarán también rotos y muertos los reflejos de sí mismos que un día vieron o, inexpugnables, continuarán chispeando desde algún lugar de su memoria? ¿Pueden enterrar del todo la luz que les sonsacó las entrañas, las malas entrañas? Pueden, a costa de aumentar la hinchazón de su mentira. Ya solo una espada, la del Sumo Inocente, sabrá penetrarlos y llegar allí donde de sí mismos se ocultan.
domingo, 6 de febrero de 2011
Historia universal de la infamia
El título de Jorge Luis Borges, Historia universal de la infamia, hizo fortuna. Es ya un lugar común. En cambio, una Historia universal de la justicia, ¿en qué portada lo leeremos, de qué labios lo escucharemos decir? ¿Cuántas veces se habrá hablado, y se seguirá hablando, del “sufrimiento sin fin”, de la “abismal miseria”, “del padecimiento inenarrable” que ha surcado y surca los caminos de la historia del género humano? La alegría, la dicha, o simplemente la paz, parecen no haber tenido la suerte de ser adjetivadas en los mismos términos e igual número de veces. ¿Dónde se oyeron expresiones tales como “el gozo sin fin”, “la felicidad abismal”, “la satisfacción inenarrable” surcando los caminos de la historia? En ningún sitio. ¿Por qué? ¿Porque no se dieron en la misma cantidad que los primeros? Pero, ¿quién sabría contestar en un sentido u otro? ¿Quién y cómo podría medirlo?
Aunque se diese el caso de que se llegase a saber que en la historia ha habido más actos justos que viles, más decencia que infamia, más dicha que desdicha, de que también hoy hay más de lo primero que de lo segundo, en nuestro ánimo la percepción de la cantidad de atrocidades y de dolor que ha habido y sigue habiendo siempre se impondría por encima de cualquier otra. Tiene que ser así porque, como dijo Ortega, “es la alegría la grande originalidad del hombre en el repertorio de la creación. El dolor no nos es peculiar”, y por no sernos “peculiar” sino muy extraño, muy ajeno a nuestra nativa condición, su presencia nos dejará siempre tan conturbados, tan perplejos, tan indignados que no sabremos pronunciarnos sobre él de otra manera que describiéndolo como “abismal, sin fin, inenarrable”.
Aunque se diese el caso de que se llegase a saber que en la historia ha habido más actos justos que viles, más decencia que infamia, más dicha que desdicha, de que también hoy hay más de lo primero que de lo segundo, en nuestro ánimo la percepción de la cantidad de atrocidades y de dolor que ha habido y sigue habiendo siempre se impondría por encima de cualquier otra. Tiene que ser así porque, como dijo Ortega, “es la alegría la grande originalidad del hombre en el repertorio de la creación. El dolor no nos es peculiar”, y por no sernos “peculiar” sino muy extraño, muy ajeno a nuestra nativa condición, su presencia nos dejará siempre tan conturbados, tan perplejos, tan indignados que no sabremos pronunciarnos sobre él de otra manera que describiéndolo como “abismal, sin fin, inenarrable”.
viernes, 4 de febrero de 2011
Los dos maestros
“Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra (a la gente), acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado” (Marcos 4, 33-34). Ser siempre de la gente que necesita de las parábolas de Jesús para entenderle y ser siempre el discípulo al que se le otorga el don de una explicación privada. De Jesús, el maestro exterior, nos viene la palabra oída y sencilla; del Espíritu, el maestro interior, nos viene la revelación íntima y ahondada.
jueves, 3 de febrero de 2011
A la luz
Sale a la luz lo que primero estuvo escondido. Así Jesús, después de treinta años de vida oculta, el niño, después de nueve meses de gestación, la obra, después del tiempo que duró su creación, la planta, después de ser semilla bajo tierra, el milagro, después de su imploración callada, la Vida, después de la vida.
miércoles, 2 de febrero de 2011
Los gritos de los niños
Los gritos de los niños, que traen su vida, en un momento de imaginario espanto traen su muerte.
martes, 1 de febrero de 2011
Memento mori
En breve cumplirá 87 años y sigue ejerciendo su especialidad. Yo llevaba un tiempo pensando que cualquier día se nos moría y sus pacientes quedaríamos huérfanos. ¿Qué sería de nosotros? Yo quería saberlo. En mi última visita me atreví a plantear la cuestión. “Verá doctor, esto, no sé como decirlo, tal vez me muestre muy osado -aquí, cierta cara de susto en el doctor-, en fin, no sé”, y así durante un rato, dando vueltas. “Mire, usted ya tiene una edad, y me pregunto que será de sus pacientes. Sé que es un atrevimiento por mi parte, perdóneme…”. “Tranquilo, no se preocupe. Yo estoy bien pero entiendo su inquietud. Tengo discípulos, y usted, con su camino recorrido, no tendría que empezar de cero. Sabría poner al corriente de su situación a quien le atendiera”. “Gracias, doctor”, e hilvano otro ristra de excusas. Al fin, ¡uf!, fui capaz de decirlo. “Desde luego fuiste muy atrevido, me dijo alguien, pero hiciste bien”. Esa tarde, y ahora me río, fui su memento mori.
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