Eulalia (así la llamaremos) fue una magnífica profesora de literatura durante muchos años en un colegio privado perteneciente a una orden religiosa en una ciudad que vamos a llamar Fama. Los alumnos la adoraban, la querían los padres de éstos, y el director estaba muy orgulloso de tenerla en su plantilla. Se hizo famosa en Fama, y hasta en la provincia, y de un sitio y de otro la requerían para dar conferencias. También en esto era una especialista consumada. Podía hablar de cualquiera cosa, tanta era su cultura, su inteligencia, su ingenio, su brillantez, su profundidad, también a veces su mordacidad, siempre lejos de sofismas y demagogias. Persona buenísima, letrada rigurosa, maestra excelente, mujer vital y entusiasta.
Un día, un alumno le pidió hablar con ella. Le confesó que se sentía atraído por las personas de su mismo sexo y que no sabía cómo digerir tales deseos. Eulalia lo tranquilizó, le dijo que dejase que transcurriese el tiempo para ver si se confirmaban o se trataban de algo episódico. Si resultaba lo primero, no pasaba nada. Debería aceptarlo desde lo más hondo y construir su felicidad. Su condición homosexual no iba a ser un obstáculo. Integrada dentro de su personalidad, sería una parte de ella, ni más ni menos importante que cualquier otra. Eulalia, deseosa a toda costa de poner a su alumno en paz consigo mismo, fue un poco más allá y, en un paso audaz y, ¡ay!, arriesgadísimo que a la postre fue su perdición, le abrió su propio corazón, quizá queriendo ofrecerse como imagen tranquilizadora en la que el chaval pudiera apoyarse. Le confesó que también sus sentimientos iban dirigidos a las personas de su mismo sexo, y que a veces se enamoraba platónicamente de alguna de sus alumnas, si bien todo quedaba dentro de su corazón. El alumno se lo contó a su madre, íntima amiga de Eulalia. ¿En qué términos? A lo mejor ya tuvo lugar aquí una primera tergiversación no intencionada. El caso es que, aquélla, de haberse comportado realmente como una amiga, hubiese hablado con Eulalia, de corazón a corazón, y todo habría terminado aquí. No lo hizo. Lo que sí hizo fue ponerlo inmediatamente en conocimiento (¿tuvo lugar aquí una segunda deformación de los hechos?) del director. Éste llamó a capítulo a su profesora y, tras ponerla al corriente de lo que sabía, y aun a pesar de todas las explicaciones de Eulalia acerca de lo que exactamente había ocurrido, le pidió que comprendiera que no podía seguir en el centro. La fama de éste quedaría comprometida si era otra su resolución. Los diez años de magisterio ejemplar, de excelencia profesional, de entrega sin reservas de Eulalia, que tanto habían prestigiado al colegio, no valieron de nada a ojos del director y no impidieron por tanto que siguiese adelante con la decisión tomada. La entrega de Eulalia como maestra, no ya simplemente como persona, había llegado a su punto más alto cuando, al recibir el contenido del corazón de un alumno que acudía en su ayuda, correspondió en la misma medida para confortarlo abriéndole el suyo. Muchos pensarán que no hubiese sido necesario que llegase a tanto. Es cierto, no lo era (¿No lo era? ¿Y quién lo sabe?). Ella lo hizo, sin cálculo, espontáneamente, a lo mejor hasta irresponsablemente. No lo sé. Pero a la vista queda qué intención la animó a hacerlo.
Su vida terminó en Fama. Había comprado un piso de segunda mano que había ido decorando poco a poco, con mimo. La sala le había quedado preciosa, con las paredes color granate oscuro y una de ellas ocupada enteramente por una biblioteca blanca de pladur llena de libros. Tendría que ponerlo en venta, empaquetarlo todo y volver a casa de sus padres, para los que tendría que inventar una razón verosímil sobre la marcha de la ciudad tan querida, aparentando estar contenta de modo que no advirtiesen la sangre de su corazón roto. Su amigo del alma durante todos esos años, también profesor en el mismo centro, no le dio la espalda pero tampoco se puso de frente. Pudo haberla defendido intercediendo en su favor ante el director. No lo hizo. ¿Temió por su puesto de trabajo? Otro dolor sobre el dolor. ¡Cómo se acobardan en las horas oscuras los que son amigos en las horas claras!
Afortunadamente fueron muchos en Fama los que no creyeron lo que empezó a circular acerca de Eulalia, seguramente una bola de nieve ya muy crecida. Recibió llamadas de padres, de alumnos, de otro tipo de gente, que le mostraron su apoyo incondicional. El director que había antecedido en el cargo al que había despedido a Eulalia también la llamó. Le expresó su hondo sentir y le dijo que él nunca habría actuado como su compañero. Eulalia no estaba sola, lo cual fue un gran consuelo. Cuando yo oí de sus labios lo que le había ocurrido me resultó casi imposible creerlo. Se echó a llorar. Estaba destrozada. “Suso, tú sabes que soy fuerte, pero también frágil”. Con la fortaleza en una mano y la fragilidad en la otra tiró para adelante como pudo. Tardó bastante en reponerse. Su gran amigo dejó de serlo. Se había desacreditado a sí mismo.
Con el paso de los años Eulalia se sintió con fuerzas para volver a Fama, donde recibió de unos y otros calurosas muestras de cariño y que continuaron en las siguientes visitas que por distintos motivos tuvo que realizar. Eulalia quería saber a toda costa de unos y de otros: qué había sido de A, tan brillante y tan bueno, qué carrera estudiaba B, cómo estaba la madre de C, y D, ¿qué hacía D, que tan entusiasta era de Kafka?
El trabajo que ha tenido todos estos años lo ha cumplido y lo cumple de modo brillante, como no podía ser de otra manera. Es feliz. Pero su pasión continúa siendo la enseñanza. Cualquier día, ¿quién sabe?, son tantas las vueltas que da la vida, volverá a estar dentro de un aula al frente de un grupo de chicos y chicas que se beneficiarán de su magisterio. Más que nunca, los tiempos actuales la necesitan.
Un día, un alumno le pidió hablar con ella. Le confesó que se sentía atraído por las personas de su mismo sexo y que no sabía cómo digerir tales deseos. Eulalia lo tranquilizó, le dijo que dejase que transcurriese el tiempo para ver si se confirmaban o se trataban de algo episódico. Si resultaba lo primero, no pasaba nada. Debería aceptarlo desde lo más hondo y construir su felicidad. Su condición homosexual no iba a ser un obstáculo. Integrada dentro de su personalidad, sería una parte de ella, ni más ni menos importante que cualquier otra. Eulalia, deseosa a toda costa de poner a su alumno en paz consigo mismo, fue un poco más allá y, en un paso audaz y, ¡ay!, arriesgadísimo que a la postre fue su perdición, le abrió su propio corazón, quizá queriendo ofrecerse como imagen tranquilizadora en la que el chaval pudiera apoyarse. Le confesó que también sus sentimientos iban dirigidos a las personas de su mismo sexo, y que a veces se enamoraba platónicamente de alguna de sus alumnas, si bien todo quedaba dentro de su corazón. El alumno se lo contó a su madre, íntima amiga de Eulalia. ¿En qué términos? A lo mejor ya tuvo lugar aquí una primera tergiversación no intencionada. El caso es que, aquélla, de haberse comportado realmente como una amiga, hubiese hablado con Eulalia, de corazón a corazón, y todo habría terminado aquí. No lo hizo. Lo que sí hizo fue ponerlo inmediatamente en conocimiento (¿tuvo lugar aquí una segunda deformación de los hechos?) del director. Éste llamó a capítulo a su profesora y, tras ponerla al corriente de lo que sabía, y aun a pesar de todas las explicaciones de Eulalia acerca de lo que exactamente había ocurrido, le pidió que comprendiera que no podía seguir en el centro. La fama de éste quedaría comprometida si era otra su resolución. Los diez años de magisterio ejemplar, de excelencia profesional, de entrega sin reservas de Eulalia, que tanto habían prestigiado al colegio, no valieron de nada a ojos del director y no impidieron por tanto que siguiese adelante con la decisión tomada. La entrega de Eulalia como maestra, no ya simplemente como persona, había llegado a su punto más alto cuando, al recibir el contenido del corazón de un alumno que acudía en su ayuda, correspondió en la misma medida para confortarlo abriéndole el suyo. Muchos pensarán que no hubiese sido necesario que llegase a tanto. Es cierto, no lo era (¿No lo era? ¿Y quién lo sabe?). Ella lo hizo, sin cálculo, espontáneamente, a lo mejor hasta irresponsablemente. No lo sé. Pero a la vista queda qué intención la animó a hacerlo.
Su vida terminó en Fama. Había comprado un piso de segunda mano que había ido decorando poco a poco, con mimo. La sala le había quedado preciosa, con las paredes color granate oscuro y una de ellas ocupada enteramente por una biblioteca blanca de pladur llena de libros. Tendría que ponerlo en venta, empaquetarlo todo y volver a casa de sus padres, para los que tendría que inventar una razón verosímil sobre la marcha de la ciudad tan querida, aparentando estar contenta de modo que no advirtiesen la sangre de su corazón roto. Su amigo del alma durante todos esos años, también profesor en el mismo centro, no le dio la espalda pero tampoco se puso de frente. Pudo haberla defendido intercediendo en su favor ante el director. No lo hizo. ¿Temió por su puesto de trabajo? Otro dolor sobre el dolor. ¡Cómo se acobardan en las horas oscuras los que son amigos en las horas claras!
Afortunadamente fueron muchos en Fama los que no creyeron lo que empezó a circular acerca de Eulalia, seguramente una bola de nieve ya muy crecida. Recibió llamadas de padres, de alumnos, de otro tipo de gente, que le mostraron su apoyo incondicional. El director que había antecedido en el cargo al que había despedido a Eulalia también la llamó. Le expresó su hondo sentir y le dijo que él nunca habría actuado como su compañero. Eulalia no estaba sola, lo cual fue un gran consuelo. Cuando yo oí de sus labios lo que le había ocurrido me resultó casi imposible creerlo. Se echó a llorar. Estaba destrozada. “Suso, tú sabes que soy fuerte, pero también frágil”. Con la fortaleza en una mano y la fragilidad en la otra tiró para adelante como pudo. Tardó bastante en reponerse. Su gran amigo dejó de serlo. Se había desacreditado a sí mismo.
Con el paso de los años Eulalia se sintió con fuerzas para volver a Fama, donde recibió de unos y otros calurosas muestras de cariño y que continuaron en las siguientes visitas que por distintos motivos tuvo que realizar. Eulalia quería saber a toda costa de unos y de otros: qué había sido de A, tan brillante y tan bueno, qué carrera estudiaba B, cómo estaba la madre de C, y D, ¿qué hacía D, que tan entusiasta era de Kafka?
El trabajo que ha tenido todos estos años lo ha cumplido y lo cumple de modo brillante, como no podía ser de otra manera. Es feliz. Pero su pasión continúa siendo la enseñanza. Cualquier día, ¿quién sabe?, son tantas las vueltas que da la vida, volverá a estar dentro de un aula al frente de un grupo de chicos y chicas que se beneficiarán de su magisterio. Más que nunca, los tiempos actuales la necesitan.
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