Jesús no detiene el golpe del mal sino que lo asume para que le explote dentro, no se extienda su onda expansiva y se desintegre. Sin reactivo, el mal queda desactivado; sin contragolpe, queda golpeado. La pasión como falta de reacción supone el culmen de la acción del león de Judá, ahora cordero degollado. La vindicación de Jesús por Dios al resucitarlo da por buena -por divina- la lucha de Jesús y la convierte en regla de oro de toda lucha: se actúa contra el mal como leones e, in extremis, se padece contra el mal como corderos.
La vida, pasión, muerte y resurrección de Jesús ha arrancado de cuajo el árbol del maligno y sus raíces ya no pueden alimentarlo. Lo que vemos y sufrimos mientras tanto, hasta que la victoria se haga del todo visible cuando Jesús vuelva en todo su poder, es la agitación de sus ramas en agonía, que en sus estertores puede parecer que muestren un poder absoluto. Pero es sólo, aunque terrible, la desesperación de quien sabe que se está muriendo, que ya está muerto.
Sobre este esquema, y hasta el final de los tiempos, habiéndole sido ya saqueada al fuerte su casa (Mateo 12, 29), continuará la lucha de un bien que se sabe ya vencedor.
La vida, pasión, muerte y resurrección de Jesús ha arrancado de cuajo el árbol del maligno y sus raíces ya no pueden alimentarlo. Lo que vemos y sufrimos mientras tanto, hasta que la victoria se haga del todo visible cuando Jesús vuelva en todo su poder, es la agitación de sus ramas en agonía, que en sus estertores puede parecer que muestren un poder absoluto. Pero es sólo, aunque terrible, la desesperación de quien sabe que se está muriendo, que ya está muerto.
Sobre este esquema, y hasta el final de los tiempos, habiéndole sido ya saqueada al fuerte su casa (Mateo 12, 29), continuará la lucha de un bien que se sabe ya vencedor.
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