martes, 26 de abril de 2011

Ver la música

No puedo escuchar música clásica si al mismo tiempo no la veo. Lo primero sin lo segundo, a día de hoy, me aburre. Ya hablé de ello aquí. La audiovisión del concierto del pasado lunes 18, en la iglesia de San Agustín, en Santiago, a cargo de The New London Consort, me confirmó en mi necesidad de una experiencia visual de la música, atenta a los gestos, las expresiones y los movimientos de los concertistas, los vocalistas, del director. Una de las arias, por ejemplo, fue una experiencia inigualable por lo que audioví: por un lado la soprano, una mujer de expresión dulcísima, cuyos emocionados transportes revelaban hasta qué punto estaba viviendo su canto; por el otro la violinista, cuyos ojos cerrados mostraban la absorta profundidad desde la que nacían los acordes de su violín. La música era todo esto, no sólo las vibraciones del aire, sino las de la carne de quien tocaba y quien cantaba. Esta carne en acción se pierde en la mera audición privada. Sin la primera, la segunda no me llega.

No hay comentarios: