martes, 10 de mayo de 2011

M. C.

Si hubo un ángel tutelar en mi vida fue M.C. Durante mi estancia en Salamanca, donde sufrí durante año y medio la noche más oscura de mi historia personal, fue ella la que me asistió con sus vigilias y sus desvelos, literales estos últimos más de una noche como me confesó en una ocasión. Hubo días en que me llamaba no una sino hasta dos veces. Descolgaba el teléfono y me colgaba a él como un naufrago a su tabla. ¡Teléfono de la esperanza! Ninguna otra tutela en mi vida me guareció como la suya.
En estas condiciones, por un lado mi estado absolutamente carencial y por otro los veintes años que me llevaba, nuestra amistad se ajustó inevitablemente a un patrón maternofilial que el paso del tiempo se encargó de derribar. Yo dejé de ser el joven necesitado de auxilio y me convertí en adulto. Algo, o mucho, se perdió en el tránsito. En mi caso, a aquella intensidad primera no la sucedió una segunda donde yo debiera de ser ya no sólo receptor de amor sino igualmente dador como ocurre en las amistadas niveladas. Una vez, tratando de aclararme y de aclarárselo, algo debí de hacer mal para que, en conversación que tuvo después con S., amiga de ambos, se echase a llorar al contárselo. ¿No me expliqué yo bien, no lo entendió bien M.C., ambas cosas a un tiempo? Queriendo yo decir que el tipo de amistad anterior ya no era posible, ¿interpretó ella que ya no se mantendría bajo ninguna otra forma? No lo sé. La amistad no se interrumpió y sigue a día de hoy, pero creo que vive más de los ecos de aquel pasado que de las voces del presente.

2 comentarios:

Thiferet dijo...

Hola Suso te leo últimamente y dices cosas en las que me veo tan identificada, que no puedo añadir nada, simplemente gracias por toda esta sincronicidad que acompaña estos momentos tan "( )" para mi.


Recuerdos y un abrazo

Jesús dijo...

Muchas gracias a ti por leerme, Ana.
Un abrazo.