miércoles, 2 de marzo de 2011

Reyes

Una corona que ella no pidió, que la vida le clavó con todas sus espinas, y que llevaba con la reciedumbre de una reina. Ésta es la impresión que me produjo una señora que hacía cierto tiempo había perdido a su única hija, mientras permanecía a mi lado ante el mostrador de un comercio: emanaba de ella una cualidad majestuosa, como si el dolor la hubiese colocado en un trono. Durísima corona y durísimo trono, sí, muy distintos de los que nos regala la alegría, que también nos convierte en reyes. La dicha verdadera es maestra de sabiduría, nos abre caminos, prende luces en nuestro interior, pero su precio no nos hace sangrar: ésta, ¡ay!, es la gran diferencia.

No hay comentarios: