Días cuaresmales de muerte silenciosa, de muerte amiga, la que, reduciéndonos a ceniza, nos reduce a nuestra raicilla de oro, bajo ella oculta, a la espera de oír la voz resucitadora: “Levántate, anda, vuelve a ser árbol vivo, savia ardiente, tú que has aceptado ser despojado de todo. Vive ahora, hombre de fuego”.
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