miércoles, 9 de marzo de 2011

La ceniza de mi madre

Este año le pidieron a mi madre que se encargara de obtener la ceniza con los palitos de los ramos de olivo del año pasado. Se puso a ello con un mechero, pero no fue posible encenderlos por su poca llama y la quemazón del dedo. Tampoco sirvieron después un trozo de papel o una piña porque alguna de sus cenizas podría mezclarse con la del olivo y esto mi madre no estaba dispuesta a consentirlo. “Pero mamá, tampoco pasaría nada”. Y en tono cómico solemne añadí: “Ya oigo a Jesús diciendo: ¡Ay de vosotros, hipócritas, que sois escrupulosos con la pureza de la ceniza pero no con la de vuestros corazones!’”. Se echó a reír. Yo, a petición suya, había bajado a ayudarla pero me pudo la impaciencia y medio me enfadé. La cocina estaba completamente ahumada y acabé marchando. Al final, no sé cómo, consiguió su poquito de ceniza de olivo. Ayer, cuando eran las ocho y cuarto de la tarde, vinieron a recogerla J., el párroco, y M, su hermana, pero al ver que era tan escasa le añadieron alguna de la de leña corriente, cosa que se hace todos los años. “¡Tenías tú razón!”, me dijo mi madre riéndose al aparecer yo en la cocina. 
La ceniza que me impongan hoy será también la ceniza de mi madre.

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