La inocencia devuelve el reflejo de lo que somos. Aquellos que no soporten verse a sí mismos porque lo que ven es lo que nunca querrían ver, intentarán romperla. Cuando lo consigan, cuando, del todo muerta, la inocencia no pueda seguir acusándolos, ¿quedarán también rotos y muertos los reflejos de sí mismos que un día vieron o, inexpugnables, continuarán chispeando desde algún lugar de su memoria? ¿Pueden enterrar del todo la luz que les sonsacó las entrañas, las malas entrañas? Pueden, a costa de aumentar la hinchazón de su mentira. Ya solo una espada, la del Sumo Inocente, sabrá penetrarlos y llegar allí donde de sí mismos se ocultan.
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