sábado, 8 de diciembre de 2018

La robleda

Ya era de noche cuando llegó a la robleda. Nunca la había visitado a esa hora. Las lucen recién estrenadas que estaban puestas en las lindes de los caminos no alcanzaban el metro de altura. Estaba seguro de que detrás de cada árbol se había apostado un fantasma y que todos contenían la risa. Por encima de las copas, entre las ramas, también las hadas debían estar riéndose a hurtadillas. Nadie le salió al asalto sin embargo cuando se puso a caminar.
Los árboles, que parecían más gigantescos y señoriales, lo miraban con curiosidad. Suponía él que algunas de sus hojas eran en realidad ojos aunque no sabría decir cuáles. Hojas, ojos y ramas componían un techo que lo amparaba.
Había ido a la robleda a hacer fotos. La escasa luz lo había obligado a llevar el trípode. Cuando veía algún objetivo interesante, lo desplegaba y la cámara, tras diez segundos, disparaba su tiro. De todas las que hizo, la fotografía que más le gustó fue una en la que se veía la luna creciente tras las hojas de los robles. Tenía misterio y encanto.

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