En la puerta del aula de informática hay un
retrato de Manuel María, un poeta gallego. Desde mi mesa de trabajo, si lo miro
me mira y si no también. Como no soy animista no me siento observado pero si lo
fuera no me importaría porque su mirada es amable aunque incisiva. Salgo de la
oficina para ponerme justo enfrente de él y compruebo que también me mira. Diría
que me sigue con la mirada. Creo que me gustaría ser animista durante un rato
para sentir que es así. Jugaríamos al juego de las miradas.
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