Mi hermano Rodrigo, con los vídeos que grabó y
las fotos que sacó durante el camino, está montando un documental en el que
intenta expresar lo que sintió en su peregrinación a Santiago desde Pamplona. A
medida que lo veía, su manera de narrar me recordaba la de alguien. Pronto caí
en la cuenta de que se trataba de Félix Rodríguez de la Fuente. A mis hermanas
les había ocurrido lo mismo. Su declamación se parecía mucho a la del gran
documentalista de la flora y la fauna ibéricas. Rodríguez de la Fuente fue un
expertísimo narrador no sólo con sus imágenes sino también con su voz.
Describía pero al mismo tiempo, como si fuese un rapsoda homérico, les confería
a sus documentales un aire épico que parecía venir de otro mundo. Su prosodia
creaba tensión, alumbraba espacios, ponía límite y color a las cosas de un modo
singularísimo. Gracias a ella lo que veíamos era intemporal sin dejar de ser
muy de aquí y de ahora, o mejor: porque era muy de aquí y muy de ahora lograba
ser eterno. Pero esto hubiera sido imposible con otra voz que no fuese la suya,
dramática en su sentido más exacto y excelso.
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