Su mujer le había comprado un jersey que tenía la
cara de un alce. Hasta aquí todo bien. Lo que ya molaba más eran las bolas que
colgaban de él y que se suponía que eran los cuernos. Era inevitable agarrarlos
como si fuesen pezones, retorcerlos a un lado y a otro y mirarlo a la cara
diciéndole: “Caramba, Paquito, qué jersey tan gracioso te ha comprado tu
mujer”. Él, que no le iba en zaga a nadie cuando se trataba de ser un socarrón,
seguía la broma y la aumentaba hasta extremos delirantes. Al final, todos
acababan muertos de risa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario