De niños, eran dardos que nos lanzábamos unos a otros y que se
quedaban clavados en nuestros jerséis. Pedían a nuestros ojos infantiles ser flecha,
y esa es la imagen que quedó en mi retina y a cuya luz los sigo viendo cuando,
avanzada la primavera, aparecen en el campo. Su dibujo de espiga es muy nítido,
perfecto, obra de un experto tejedor: una sucesión de agudísimos triángulos incrustados
unos sobre otros, y de los que nacen hilos duros que le otorgan un aire regio,
y volador.
2 comentarios:
Me encanta esta serie (esta etiqueta) en la que describes cosas comunes con tanta poesía.
Gracias Inmaculada.
"En cada cosa humilde hay un ángel", decía Georges Bernanos.
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