Lo mío, últimamente, es la nubofilia. No me canso de mirar las
nubes, las merengadas y las no merengadas, bellísimas a más no poder, componiendo
paisajes de una diversidad infinita. Unas quieren ser comidas, otras habitadas,
otras acariciadas, y todas, contempladas. Qué gama de grises, de azules, de
blancos, qué poderío para constituirse en techumbre fantástica, distinta cada
día, cada hora, cada minuto. Y verlas quietas una vez, y moviéndose otras, aquí
nave espacial, allí borbollón algodonoso, allá manto perla y regio.
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