José María Cabodevilla fue un teólogo excepcional. Tuvo tal
olfato para rastrear la ternura divina que no puedo sino acordarme del
desideratum de Hans Urs von Balthasar en su libro sobre Teresa de Lisieux,
aquel que, tras haber afirmado que la santa había “explorado como pocos
teólogos antes de ella esa tierra” de la ternura de Dios, le hizo prorrumpir
así: “Pero ¡cuánto falta, aún después de ella, por descubrir en esa tierra!”
Tiene uno la impresión, al leer sus libros, de que Cabodevilla agarró el guante
de ese desafío y, con él en la boca, se lanzó como perro husmeador para “descubrir”
todos los recovecos de “esa tierra”.
1 comentario:
Démoles los dos las gracias a él.
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