miércoles, 14 de noviembre de 2018

La cena


Fueron a la cena para contentar a los anfitriones. El señor de la casa había pescado un buen lote de fanecas y los había convidado a dar buena cuenta de ellas. No era un pescado por el que uno daría la vida, ciertamente, pero estaban al tanto de las buenas artes culinarias de la señora. Y así fue, en efecto. Los había rebozado con una harina especial que dotaba a los peces fritos de una tiesura que permitía a los comensales cogerlos con la mano como si de un pastel se tratara. Estaban además completamente secos, sin rastro de aceite. En vez de los típicos cachelos, habían servido las patatas enteras y sin quitarles la piel. Pero antes no habían faltado los magníficos patés marca de la casa. Y de una bodega tan bien nutrida como la que tenían los anfitriones habían venido los mejores vinos que cabía esperar. A este respecto todo rodó estupendamente.
La conversación discurrió por los temas habituales de los que hablaban siempre que se reunían. Se alababa la comida, el vino, etc. Esta vez, además, las invitadas elogiaron mucho los manteles individuales que había ganchillado la señora. “Cada uno tiene un punto distinto”, dijo. Todos quisieron comprobarlo y se fijaron en que el suyo era distinto de todos los demás. Por lo demás, el cazador volvió a hablar de jabalíes, el veterinario de sus operaciones quirúrgicas y así uno tras otro. Nada fue excitante ni especialmente divertido pero tampoco nadie esperaba que lo fuera. Todos se sintieron cómodos y esto fue más que suficiente.

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