Hace unos días vi una película animada cuyo
título era El malvado zorro feroz. Este zorro, a fuerza de no conseguir
ser feroz, termina por no ser malvado. Es un inepto, vaya. La gallina enemiga,
a la que quiere zampar, le tiene bien tomada la medida y una y otra vez lo
ningunea de todas las maneras. Es una gallina de armas tomar. Su amigo el lobo,
viendo que su amigo el zorro no pasa de ser un zorrito sin tomo ni lomo, le
sugiere que le robe los huevos, cosa que sí logra. Cuando los tiene en su
madriguera, continúa incubándolos para que nazcan los apetitosos pollitos.
Finalmente éstos salen del cascarón y, como ya sabemos, al primero que ven le adjudican
el papel de madre. Allá que se lanzan pues, todos alborozados, al regazo del
zorro llamándole “¡mami!” Éste se queda anonadado por la sorpresa y, dada su
poca monta como zorro malvado y feroz, se ve superado por los amores filiales
de los pollitos. ¿Y qué querrán ser los pollitos cuya madre es un zorro? Pues
zorros. ¿Y qué querrán comer? Pues pollitos. El pobre zorro cría unos pollitos
que quieren ser zorros que se coman pollitos. El tiro a nuestro amigo le sale
por la culata, pues. Las agallas se le convierten en entrañas y colorín
colorado este cuento se ha acabado.
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