El mes de noviembre de 1993 lo pasé en Buenos Aires. Había llevado conmigo mi tesina de licenciatura en teología, Dimensión teologal de la obra de Ernesto Sábato (quien esté interesado en leerla, la tiene a su disposición en la parte derecha del blog), pensando que acaso me sería posible visitar al autor argentino, estrecharle la mano, darle las gracias por su obra y su persona, charlar con él. Este encuentro era lo que yo anhelaba. Lo otro, mi tesina, que me valdría como pretexto para presentarme en su casa, sería mi regalo, con la esperanza, no voy a ocultarlo, de que la encontrase digna de su obra.
Después de unos días de estancia en la casa en la que me hospedaba, conocí a unos vecinos, un matrimonio agradabilísimo. Él había ejercido como médico antes de quedarse hemipléjico. Ya no recuerdo su nombre ni el de su mujer. Un día de me invitaron a pasar un rato con ellos; también acudió una amiga de la pareja. Durante la conversación acabó saliendo el tema de Sábato, de mi pasión por él y por su obra, de mi tesina y de mi interés por visitarlo. La pasión era compartida y se ofrecieron a llevarme ellos mismos. No fue poco mi susto al ver que al volante se había sentado él; era evidente que su hemiplejía no le impedía conducir. Pero yo pensaba en el tráfico endiablado de Buenos Aires. Vale, sería una inquietante aventura, que bien valdría la pena si me iba a conducir hasta la casa de Sábato, en el barrio de Santos Lugares. El trayecto fue emocionante, dadas las circunstancias, y no hubo bajas. Al fin llegamos: me hallaba ante la casa del autor de Sobre héroes y tumbas, apenas oculta por unos árboles que había delante, todo al otro lado de una verja, como se puede ver en la foto que adjunto. Pulsé el timbre. Estaba muy nervioso. Se escuchó la voz de una señora. No era la mujer de Sábato, que yo sabía que estaba enferma. Después de ponerla al corriente de mis intenciones, me dijo que Don Ernesto no podía recibirme y que dejase si quería mi tesina en el buzón, cosa que hice, incluyendo una carta (la había escrito previendo que la visita no llegase a realizarse) con las señas de mi domicilio en Buenos Aires y en España.
¿Decepcionado? No y sí. Mentiría si no dijese que me alivió el hecho de que se me hubiese ahorrado el trago de verme ante el gran Sábato. Pero yo había ido allí para verlo y estar con él, cosa que no había ocurrido. Junto al alivio primero sentí también la tristeza por el deseo no cumplido.
Después de unos días de estancia en la casa en la que me hospedaba, conocí a unos vecinos, un matrimonio agradabilísimo. Él había ejercido como médico antes de quedarse hemipléjico. Ya no recuerdo su nombre ni el de su mujer. Un día de me invitaron a pasar un rato con ellos; también acudió una amiga de la pareja. Durante la conversación acabó saliendo el tema de Sábato, de mi pasión por él y por su obra, de mi tesina y de mi interés por visitarlo. La pasión era compartida y se ofrecieron a llevarme ellos mismos. No fue poco mi susto al ver que al volante se había sentado él; era evidente que su hemiplejía no le impedía conducir. Pero yo pensaba en el tráfico endiablado de Buenos Aires. Vale, sería una inquietante aventura, que bien valdría la pena si me iba a conducir hasta la casa de Sábato, en el barrio de Santos Lugares. El trayecto fue emocionante, dadas las circunstancias, y no hubo bajas. Al fin llegamos: me hallaba ante la casa del autor de Sobre héroes y tumbas, apenas oculta por unos árboles que había delante, todo al otro lado de una verja, como se puede ver en la foto que adjunto. Pulsé el timbre. Estaba muy nervioso. Se escuchó la voz de una señora. No era la mujer de Sábato, que yo sabía que estaba enferma. Después de ponerla al corriente de mis intenciones, me dijo que Don Ernesto no podía recibirme y que dejase si quería mi tesina en el buzón, cosa que hice, incluyendo una carta (la había escrito previendo que la visita no llegase a realizarse) con las señas de mi domicilio en Buenos Aires y en España.
¿Decepcionado? No y sí. Mentiría si no dijese que me alivió el hecho de que se me hubiese ahorrado el trago de verme ante el gran Sábato. Pero yo había ido allí para verlo y estar con él, cosa que no había ocurrido. Junto al alivio primero sentí también la tristeza por el deseo no cumplido.
4 comentarios:
No fuiste el único
Muchas gracias, Ángel.
También yo tendría que haber insistido, pero eso lo pienso ahora, claro. Por entonces ni se me pasó por la cabeza.
Y precisamente la tarde del viernes me hablabas de él.
Tendrías que haberle llamado antes por teléfono, o después. Seguro que leyó tu tesis y le gustó.
Si es hoy, lo hubiera llamado por teléfono. Pero el Suso de noviembre de 1993 no se atrevía a tanto.
Publicar un comentario