Sentado en el suelo de la habitación del hospital, observaba a las dos reales damas. La una, de perfil, mi señora madre. La otra, casi de frente, su prima, a quien visitábamos. Fisgoneé en sus arrugas, en sus ojos, en su piel, atento a una posible revelación. Pero fue en vano. Las sibilas guardaban su secreto bajo muy buena llave, a muy buen recaudo.
2 comentarios:
Pues claro que guardan sus secretos, el don de la profecía no es cosa banal, hay que ponerse en trance y expresarlo en exàmetros griegos, o gallegos, si es el caso. Paciencia y a esperar el momento propicio para tal revelación.
Pienso en la visita, sólo.
Una visita a su prima, de frente. Ella, de perfil.
Yo me quedaría con eso, simplemente.
Perdona el atrevimiento.
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