Lo que le hacía daño no era tanto la desgracia como las palabras que la nombraban. El familiar que quedaba destrozado, viviendo un infierno, roto por el dolor, con sufrimiento insoportable. Sí, era esto lo que le obsesionaba, el toque de campanas verbal que venía a continuación del hecho desgraciado, que lo coronaba redondeándolo. Su lucha era contra ese belicoso tropel de palabras que se levantaba tras el paso del dolor.
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