Parecía que algún compresor de tamaño lo hubiese reducido y fuese un hombre con cuerpo de niño. Quizá por dentro, en algún lugar, había quedado la espita que, convenientemente manipulada, le devolviera su tamaño anterior. “Valoramos demasiado la vida, cuando es una nonada. Hay en ello demasiado soberbia”. Reconocí aquí el típico descreimiento con respecto al valor del hombre. Lo más sabio, piensa esta gente, sería que se aceptase la propia futilidad como lo único verdadero y no empeñarse en otorgarle al hecho de estar vivos unos quilates que no tiene, en querer ser y persistir incluso más allá de la muerte. “Pues donde tu ves soberbia veo yo el legítimo orgullo de quien se sabe valioso, lleno de una dignidad que ningún otro ser de la tierra posee. Un ser así debe aspirar a conservarse, a alzarse, en esta vida y más allá de ella”.
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