Se dice, a veces, que las penas pequeñas son más difíciles de llevar que las grandes. La verdad que pueda haber en la frase, si alguna hay, acaso tenga que ver con el hecho de que una pena grande es imperial, mandataria, y, como tal, sus órdenes son claras y tajantes: quedas perfectamente situado frente a ella, en posición de “¡sí, mi capitán!” La pequeña no tiene ese poder imperativo, se mueve, se desplaza, no es clara ni contundente, y no sabes dónde ni cómo situarte ante ella, quedando uno reducido a la condición del pobre soldado que, ante un jefe sin dotes de mando, no sabe a qué atenerse con respecto a lo que debe o no debe hacer.
1 comentario:
Pienso que es así porque confundimos tribulaciones con pecados. La pena pequeña casi no parece tribulación, y pensamos que es defecto nuestro de carácter, debilidad, y que deberíamos estar más animosos. Y sumamos a la pena esta otra: la de creernos personas débiles y quejosas. Qué lío.
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