Tras morir San Francisco de Sales, se descubrió que la silla en la que se sentaba tenía las marcas de sus uñas: tanta era la fuerza con que se agarraba al asiento para contener su ira. Por eso pudo aconsejar a la Madre Angélica Arnauld en los siguientes términos: ”Acostumbraos a hablar un poquito hermosamente y a ir, quiero decir a andar hermosamente, a hacer todo lo que hagáis suave y hermosamente, y ya veréis como en tres o cuatro años habréis arrinconado por entero esa súbita espontaneidad” (Cartas a religiosas). Sabía de lo que hablaba.
La película Isidro el labrador, de Rafael J. Salvia, muestra una escena en la que Isidro y un amigo regresan del molino con sus sacos de harina. En él, el santo había tenido que soportar ciertas injurias del molinero. “Admirado estoy de vuestra calma. Poco esfuerzo os cuesta aguantar ofensas”, le dice el amigo. “Poco”, le contesta Isidro. La cámara se desplaza entonces hacia el puño de su mano derecha, que se abre y deja ver en la palma las marcas ensangrentadas de las uñas.
“Poco esfuerzo”, sí, porque aprietan los puños y clavan sus uñas. Poco, en efecto, porque ejercen un fiero autocontrol sobre sí mismos para no ofender al que los injurian o irritan. Poquísimo, vaya, porque para ser amables necesitan ser fuertes.
La película Isidro el labrador, de Rafael J. Salvia, muestra una escena en la que Isidro y un amigo regresan del molino con sus sacos de harina. En él, el santo había tenido que soportar ciertas injurias del molinero. “Admirado estoy de vuestra calma. Poco esfuerzo os cuesta aguantar ofensas”, le dice el amigo. “Poco”, le contesta Isidro. La cámara se desplaza entonces hacia el puño de su mano derecha, que se abre y deja ver en la palma las marcas ensangrentadas de las uñas.
“Poco esfuerzo”, sí, porque aprietan los puños y clavan sus uñas. Poco, en efecto, porque ejercen un fiero autocontrol sobre sí mismos para no ofender al que los injurian o irritan. Poquísimo, vaya, porque para ser amables necesitan ser fuertes.
4 comentarios:
Ya hablaremos más despacio de Bloy, que veo que no te convencí nada. Que el dolor le perseguía en el cuerpo, en forma de miseria absoluta, y en el alma, en forma de indignación y de compasión, está claro, pero vocación por el dolor, no. Yo no lo veo así, Suso. Nada más lejos de un masoquista. En todo caso una vocación que comportaba dolor ("hacer que las almas me escuchen. Pues en verdad tengo algo que decir, algo que me fue concedido para ellas y que ningún otro podría decirles..."), pero un dolor contra el que no dejaba de revolverse como gato panza arriba.
Yo lo veo dulce, tierno, inocente como un niño, y agradecidísimo y feliz cada vez que podía disfrutar de las bondades de la vida (pagar al tendero y comprar un bizcocho, mudarse de una cloaca a una casita con huerto, recibir una carta o una visita y comprobar que existían esas almas para las que escribía, conversar y disfrutar de una botella de vino con ellos, ser testigo de sus conversiones, apadrinarlos en sus bautizos y en los de sus hijos...) De todas esas cosas habla con verdadera emoción y alegría, no era un masoca.
Y Las cartas a la novia pueden parecer muy duras porque él está en una situación tremenda, pero qué ternura, y cómo se le muestra sin ningún tapujo, él y el miserable futuro que le ofrece, y cómo se muere de miedo de perderla...
Muy normal es cierto que no era, pero vocación por el dolor, de verdad que no.
Un abrazo, Suso, es un placer hablar contigo, de Bloy o de lo que sea.
¿Y cómo hay que encajar esto? Lo extraigo de sus "Cartas a la novia":
Yo soy triste por naturaleza, como se es bajo o como se es rubio. Nací triste,
profunda y horriblemente triste, y si estoy poseído de un violento deseo de alegría,
es en virtud de esa ley misteriosa por la que los contrarios se atraen. Si
llegas a ser mi mujer, te tocará cuidar de un enfermo. Me verás pasar a veces,
de repente, sin causa conocida ni transición apreciable, de la alegría más viva
a la melancolía más negra. Pero, además, hay algo muy extraño que no pretendo
explicar: A pesar de la poderosa atracción que ejerce sobre mí la idea de
la felicidad, mi naturaleza, en general me inclina con más fuerza todavía al dolor,
a la tristeza, puede que a la desesperación.
Recuerdo que, siendo un niño, un niño pequeñísimo, rechazaba a menudo con
indignación, con rabia, participar en juegos y diversiones cuya sola idea me
volvía loco de alegría, porque me parecía más noble sufrir, y hacerme sufrir a
mí mismo renunciando.
Fíjate bien, amiga mía, que esto ocurría al margen de todo cálculo, de cualquier
concepto religioso. Era sólo mi naturaleza la que obraba oscuramente. Amaba
instintivamente la desgracia, quería ser desgraciado. La sola palabra desgracia
me arrebataba de entusiasmo. Creo que lo heredé de mi madre, de su alma
española, a la vez tan ardiente y tan sombría. Y lo que principalmente me atrajo
del cristianismo fue la inmensidad de los dolores de Cristo, el grandioso y trascendente
horror de su Pasión. El sueño inaudito de esa enamorada de Dios
que pedía un paraíso de torturas, que quería sufrir eternamente por Jesucristo
y que concebía de ese modo la beatitud, me parecía entonces, y me sigue pareciendo
hoy, la más sublime de todas las ideas humanas.
Escribí sobre todo eso en El Desesperado, en los capítulos X, XII y XIII. Y es
evidente que un pobre ser humano fabricado así, tenía que ser el mayor enemigo
de sí mismo, su propio verdugo.
Cuando me hice un hombre, cumplí cruelmente con lo que mi lamentable infancia
prometía y, sin duda, la mayor parte de los dolores verdaderamente horrendos
que he soportado han sido obra mía: decretados por mí mismo contra mí
mismo con una ferocidad salvaje.
Suso, pero eso lo escribe antes de casarse con ella (y quizá para decirle en qué lío se metía casándose: y mirá cómo carga la mano).
Bloy es triste por naturaleza, con una conciencia enorme de su vocación de escritor y una capacidad de sufrir -pero por los demás- impresionante.
Pero casado con Jeanne y con esas niñas tan maravillosas -siempre habla de ellas con admiración- estoy seguro de que a pesar de todo fue feliz muchas veces.
¡Si yo no digo que no haya sido feliz! Simplemente digo que hay algo insano en él, patológico, incluso no cristiano, en esa entrega al sufrimiento, por lo menos en el momento en que escribe esta carta. Sólo digo esto, nada más. ¿No son clarísimas sus palabras: "la mayor parte de los dolores verdaderamente horrendos
que he soportado han sido obra mía: decretados por mí mismo contra mí
mismo con una ferocidad salvaje"? Un estudio serio de Bloy tendría que distinguir esta naturaleza sufriente no cristina de la cristiana, ya redimida. Yo creo que hay una diferencia evidente entre una y otra.
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