domingo, 23 de enero de 2011

Alfonso

Uno va a visitar a un amigo para, entre otras cosas, dar conversación y recibirla. Sale fuera de lo previsto que uno dé sueño y el otro lo vele. Pues esto fue lo que me ocurrió en mi visita a Alfonso de hace unos días. Al llegar a su casa a las diez y media, como habíamos quedado, se da cuenta de lo ojeroso que estoy y que no hago más que abrir la boca. “Anda, échate un rato en el sofá mientras me aseo. Después vamos a dar un paseo y comemos por ahí”. Los treinta minutos se alargaron hasta las dos horas. “¿Pero por qué no me despertaste?” “Te vi dormir tan plácidamente que no me atreví”. No hubo pues paseo. Bajamos y comimos en un bar que hay al lado de su casa. Cachondo como es, supuso que la dormición continuaría. “Presiesta por la mañana y ahora siesta, ¿no?”. No pude negar lo que iba a ser verdad nada más subiéramos al piso. Vuelta al sofá, a seguir durmiendo. A las cuatro me incorporo y no tardo en irme. “Joer, Alfonso, te vengo a ver y lo que hago es ¡echarme a dormir!” “Nada, nada, no te preocupes”, dice riéndose. ¡Benditos sean los buenos amigos que entablan conversación velando el sueño de uno!

2 comentarios:

E. G-Máiquez dijo...

Qué buen amigo Alfonso.

Jesús dijo...

Muy bueno, Enrique, muy bueno.