Este verano no ha sido lujoso de sol y
calor, como el del año pasado, lo que ha disgustado a unos y gustado a otros.
Yo me cuento entre los primeros sólo en la medida en que me ha procurado menos
tardes de lectura bajo la enramada del kiwi: si el día está fresco, a la sombra
hace todavía más fresco y no puede uno estarse quieto y sentado, leyendo
tranquilamente. Pero aconteceres climatológicos aparte, han sido unas
vacaciones dichosas y serenas. El hiato que abren las vacaciones estivales en
el curso del año es francamente delicioso: no hay que madrugar, no hay que
vestir las pesadas prendas de invierno, la semana deja de ser un rápido lunesmartesmiércolesjuevesviernessábadodomingo,
se ven pasar a montones de peregrinos, las claras de limón en las terrazas son
mucho más sabrosas, los libros, siempre un paraíso, lo son todavía más, y
también las películas; unas sobrinas se van a Dinamarca, una hermana se va a
Nueva York, se va otra con su familia a Menorca, me voy yo a Austria y volvemos
todos con los ojos llenos de cosas nuevas; a Emilio, misionero en Camerún, lo
veo de nuevo, tres años después de haberlo estado con él en este país africano,
manteniendo crecidas las llamas de la amistad. Sí, el verano está a un paso de
ser el paraíso.
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